sábado, 31 de diciembre de 2022

Sobre la vida en la ciudad y el ocio rural

El otro día me preguntaron si no tenía pensado mudarme a una ciudad... Yo siempre respondo lo mismo: -De momento no, mientras las niñas sean pequeñas y puedan ir al cole aquí... Es verdad que hay más cosas que me atan al pueblo: la familia, amigxs, la tierra... Pero los pueblos están llenos de incomodidades: siempre dependes del transporte privado -y hay que ser conscientes de que llegará un momento en que no estemos aptos para conducir-, todo -excepto la vivienda- es más caro, acabas teniendo un montón de enredos asociados a disfrutar de casas y parcelas más grandes, los servicios públicos son deficitarios, la oferta cultural y formativa escasa... Sí, también tienen sus cosas buenas: tranquilidad, no hay aglomeraciones ni atascos, hay pocos sitios donde gastar -así que, al final, gastas menos-, el aire limpio, los sonidos y olores del campo... 

En estas fechas, mucha gente viene de vacaciones. Está muy bien venir al pueblo y estar absolutamente ocioso. Yo ya no recuerdo esa sensación, siempre aprovecho para hacer todas las cosas que no me da tiempo en la semana laboral: arreglar lo que se va rompiendo, podar, hacer leña, pintar... Así que, me genera cierta envidia y morriña aquellos tiempos en que yo era un forastero en mi pueblo: venir a un lugar bonito, reunirme con lxs amigxs y familia, estar ociosos, salir a tomar, a pasear, leer... desconectar. Es verdad que cualquier lugar es bueno para estar de vacaciones. Tal vez la oferta gastronómica o de ocio de los pueblos no sea muy grande pero, como todos los visitantes vienen en la misma época, es difícil aburrirse.

Para el día a día, las ciudades son más apetecibles: los escaparates, las tiendas, los centros comerciales, la oferta cultural y de ocio, los espacios comunes, los parques, servicios públicos, bares, discotecas, restaurantes, el trasiego de personas... La vida en la ciudad está sostenida sobre el deseo: de cuerpos, de consumo... No como los pueblos, que tienen más que ver con el ascetismo, la sobriedad, el trabajo, la contemplación... 

Sí, los pueblos están condenados a desaparecer, en el mejor de los casos condenados al ocio vacacional. Pero yo seguiré aquí, porque las ciudades me dan alergia, me hacen estornudar y me salen sarpullidos. 

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Ayer fuimos a ver a las niñas cantar con la escolanía -una especie de coro de iglesia formado por adultos y niñxs del pueblo-. Aprovecharon que el auditorio se había llenado con los que íbamos a ver a los familiares, para meter la actuación de una niña que canta flamenquito y rumba -Clohe DelaRosa-. Estaba muy bien pero, claro, la mayoría de la gente no había ido a ver eso. Además, el sonido era horrible, no había manera de ajustar y acompasar el volumen de los instrumentos y la voz. Yo estaba un poco angustiado por la niña, porque era muy animada y los temas que cantaba molaban un montón, el padre -que la acompañaba a la guitarra- se veía un músico con muchas tablas, Clohe tenía una expresividad y gestualidad muy modernos, descarados... parecía una mujer. Y nosotros sentados en aquel auditorio... demasiado serio para aquel espectáculo. En mitad de la actuación Clohe no pudo más y se echó a llorar, dejó de lado la actuación y volvió a ser una niña. Nadie quiere ver sufrir a una niña -los espectadores que estábamos allí tampoco-- El padre la conocía bien, después de unas reflexiones y cantes a capela, la volvió a sacar arriba y volvió a ser Clohe, la cantista -cantante y artista-. El público hicimos lo que pudimos con nuestros aplausos y risas. Siempre me ha llamado la atención la asertividad de estos músicos populares: cómo apoyan a sus compañeros y los hacen sentir que pueden con todo, especialmente en situaciones en las que el común de los mortales tendemos a reñir y hundir al otro. Contrasta mucho con lo que solemos ver en músicos de conservatorio o en educación formal -un ambiente mucho más competitivo y estricto-. 

Se hacen muchos esfuerzos para traer cultura a las zonas rurales, pero ocurren a menudo estas cosas: que los artistas, lejos de encontrarse un público entregado e interesado en el espectáculo, se topan con un muro de indiferencia o incomprensión que es muy difícil de derribar en un espacio tan breve de tiempo.

miércoles, 30 de noviembre de 2022

Turista en Lanzarote

Me había tocado ventanilla. Hacía tiempo que no me ocurría. Ryanair siempre solía colocarme en los lugares menos deseados. Era muy temprano y me entretenía mirando los colores del amanecer. De vez en cuando se abría un claro entre las nubes y se veía el mosaico de luces de carreteras, pueblos y ciudades. La mayoría de pasajeros dormía. A mi lado había una chica joven dando cabezazos. Al cabo de una hora empezó a apoyar su cabeza sobre mi hombro. No estoy acostumbrado a que me toquen desconocidos, pero no podía despertarla. Así que hice como si no pasara nada, seguí leyendo y subrayando mi libro -volábamos sobre el océano y todo era monótono-. Quizá no era lo suficientemente punk, quizá me duchaba demasiado, yo no me dormiría sobre un desconocido... La lectura era densa: el pensamiento de Henri Bergson y su teoría del tiempo como duración, del pasado que se proyecta y se trae desde el presente... Pero aquella cabeza apoyada en mi hombro, en un cielo en calma... Sí, el tiempo transcurría de forma extraña. Bergson decía que no, que el tiempo no pasaba, que los que pasábamos éramos nosotros. Con las turbulencias la cabeza se incorporaba sobre sus propios hombros, pero al rato volvía al mío... Debo inspirar confianza, pensé.

Era un viaje familiar a Lanzarote. Las Islas Canarias son un lugar asombroso. Es un paisaje absolutamente diferente al continental. Debe ser extraño el vivir aislado, depender del barco o del avión para alejarse un poco. Nos alojábamos en un complejo turístico, en un "pueblo" que no era pueblo: era una concentración de complejos turísticos, restaurantes, bares, tiendas y todo lo que necesitan los turistas extranjeros para seguir con vida. Estábamos a finales de Noviembre y el clima era muy agradable, podías darte un baño sin mucha pereza. Siempre me resultó extraño que la gente quisiera ir a esos lugares a pasar largas temporadas, me parecía soberanamente aburrido, encerrarse en esos chalets, sin nada que hacer... Seguro que el tiempo transcurría de otra manera así. Seguro que en unos meses envejecerías varios años.

Nosotros estábamos muy entretenidos haciendo turismo. En un par de días ya nos habíamos recorrido toda la isla, nos habíamos montado en camello y en autobuses repletos de guiris -donde comentaban el paisaje en español, inglés y alemán-. En ocasiones te sentías absolutamente ridículo, infantilizado sobremanera... No necesito pasar por esto -pensaba-. Pero la reproducción del bus seguía con sus relatos fantásticos de erupciones monstruosas y eternas. Todos tomábamos fotografías y gravábamos vídeos con nuestros celulares.

También había tierras cultivadas, pueblos y, al menos, una ciudad donde vivía gente de verdad. Fruto de la primera colonización española -la que arrasó con los primeros habitantes procedentes del norte de África-. Quizá la nueva colonización de los turistas arrase también a esta cultura hispánica. Quizá solo los volcanes permanezcan y ese persistir colonizador de plantas, animales y humanos en general.

domingo, 30 de octubre de 2022

Corre, David, corre!

El otro día fui a buscar a mi hija mayor a la salida de las extraescolares, al Palacio de la Cultura. Cuando empieza el curso escolar, por las tardes, siempre está petado de niñxs. Hay un bar-cafetería y suele haber un montón de madres que hacen tiempo entre una extraescolar y otra. El "Palacio" está enclavado en una plazoleta, diáfana con unas pequeñas gradas alrededor. Así que las niñas y los niños más pequeños se adueñan del espacio mientras esperan en su tránsito entre una clase y otra. Se transforma en un lugar bullicioso. Yo pensaba recoger a mi hija y largarme a casa porque siempre tengo muchas cosas que hacer. Pero llegaron sus amigxs y me pidieron que se quedara, que en un rato debía entrar a escolanía, con Laia -su hermana pequeña-, que venía en su bici conmigo porque no había nadie en casa. Había salido sin móvil, sin dinero... Pero como era poco tiempo -unos 45 minutos- y me perecieron majetes, cedí. Y allí me quedé, sentado en un escalón, sin hacer nada, mirando como correteaban las niñas de allí para acá... Hacía mucho tiempo que no me paraba así, sin más... No estoy preparado para la improductividad. Serán las cosas de la edad, ese tomar consciencia de que el tiempo se pasa y no conseguimos encontrar el hueco para hacer todas aquellas cosas que de jóvenes pensábamos que algún día haríamos, que fuimos postponiendo hasta que llegara una época más tranquila, en la que aparecería ese tiempo, como por arte de magia, como cuando éramos niños y nos aburríamos sin saber en qué ocupar el tiempo... Se estaba poniendo el sol y, a pesar de que el entorno era bastante feo -un pastiche de edificios comerciales, culturales y viviendas sociales-, el cielo estaba precioso. Era el cielo de un otoño caluroso y nublado que iba transitando todos los colores del espectro... hasta que se encendió el alumbrado público y la oscuridad se hizo la dueña. Las niñas entraron a escolanía y yo me fui a casa cargando con la bicicleta, contento de haber estado rodeado de niñxs felices y despreocupadxs, de haber intercambiado algunas palabras con abuelos y abuelas, de haber experimentado ese paréntesis totalmente "improductivo".

Y es que con el trabajo nuevo estoy a tope... y me gusta: me entretiene ver cómo hacen las cosas en otras empresas. Pero tengo que tomármelo con más tranquilidad, incluso por la calidad del trabajo en sí. Los compis son muy jóvenes y van muy acelerados, pero yo ya sé que las prisas no sirven de nada, al contrario, generan caos. Aún así me resulta difícil evitar contagiarme de esa actividad desenfrenada: las reuniones, los cambios de contexto, la sociabilidad, la evolución dentro del sector... Escuchaba en un programa de radio, que toda esa autoexigencia y motivación en el trabajo, nos vacía por dentro y hace posible que podamos llenarnos con los objetivos de empresa, el coaching y toda ese lenguaje con el que hablan las compañías: el lenguaje del crecimiento y el dinero como fines en sí mismos. Es fácil perderse en esa vorágine de promoción, producción, competitividad... Y olvidar todas aquellas cosas para las que de jóvenes pensábamos que algún día tendríamos tiempo: la pintura, escribir, el campo, leer, la filosofía, la familia, los trabajos manuales, la fotografía...

La sensación es bastante extraña porque, al final de la jornada, acabas extenuado, necesitas tumbarte, desconectar, realizar algún trabajo físico, deporte... El viernes me acosté a siesta, hasta que llegó la hora de salir y beber cerveza. El trabajo embrutece, lleva asociada cierta pulsión de muerte, sádica. Y ya que te sacrificas tanto, habrá que gastarse el dinero en algo. En cosas que de jóvenes no imaginábamos: artilugios electrónicos, contenidos digitales, viajes y otras vacías experiencias.

Cuando voy a las ciudades por trabajo acabo comiendo un montón de basura: shawarmas, hamburguesas, perritos... Lo hago compulsivamente, pero después del segundo atracón ya no quiero más, empiezo a sentirme pesado, inflado y triste... la vida se me representa como un sinsentido. Es similar a lo que me ocurre cuando corto de currar un día de mucha intensidad. Porque hay que cortar y descansar la mente y además hay que hacer las cosas de casa, atender a los tuyos, planificar el ocio... Definitivamente: no tiene sentido.

domingo, 9 de octubre de 2022

La timidez

No me considero una persona tímida. Pero reconozco que hay ciertas situaciones, convenciones y conversaciones que me da tremenda pereza comenzar y mantener. Y, aunque tenga momentos en que me apetece estar solo, leer, escribir, ver pelis... en general soy una persona sociable, y me lanzo a situaciones nuevas y posiblemente incómodas con facilidad. Eso sí, no soy una persona extrovertida, me cuesta mucho sacar temas de conversación genéricos, inocentes o banales. Tengo mi repertorio del tiempo, la comida... y poco más. Porque, además, se complican mucho las conversaciones cuando se abordan temas interesantes: política, actualidad, religión... La sociedad actual está muy polarizada y tampoco somos muy buenos gestionando los conflictos. Nunca conseguí aficionarme al futbol, los deportes o las series -eso me resta mucho como conversador-.

El otro día, mi empresa, organizó una especie de curso o dinámica de grupo para aumentar la confianza en nosotros mismos, aprender a focalizarnos y tener éxito -empoderarnos, lo llamaron-. Realizamos algunos ejercicios y, uno de ellos, consistía en pedir por Whatssap a amigos o familiares que nos dijeran cuáles eran nuestras debilidades y fortalezas. Nadie me atribuyó la timidez, así que podría decirse que he superado esa etapa. Oficialmente: no soy tímido -de pequeño creo que sí lo era, aunque no me supusiera un obstáculo excesivamente grave en mi desarrollo como persona-.

Entonces lo que no soy es extrovertido. Me cuesta conectar con la gente. Es verdad que también soy de esa generación a la que educaron para no expresar las emociones: los niños no lloran, hay que ser fuerte, decidido... y todas esas polladas. Ahora se incide más -también en los colegios- en la educación emocional: expresar lo que uno lleva dentro para que no se enquiste y podamos disfrutar a tope la vida... como si viviéramos permanentemente en un filtro de Instagram.

Pero yo sigo siendo de los que les cuesta expresar las emociones y sincerarse. Y no me importa que sea así. No necesito cambiarlo. He aprendido a manejarlo y, cuando veo que algo se está enquistando, o puede resultar problemático, entonces lo saco fuera. Me aburre y me desconcierta todo ese estar continuamente hablando de emociones cambiantes, como si el conocer sus flujos y giros fuese a liberarnos de la angustia de vivir, o fuese a ofrecer una explicación a nuestra efímera existencia. Por suerte podemos manejar ideas, conceptos, desarrollar teorías... Las emociones sólo son una capa más de nuestro ser: todos nos enfadamos, nos alegramos, tenemos celos, miedos, deseos, sentimos asco, lujuria, envidia, amor, odio... Sí, como tema de conversación banal, los sentimientos y emociones están bien -por esporádicas y efímeras que sean-, también como entrenamiento para abordar aquellas que se prolongan en el tiempo, nos atormentan o nos atan. No tengo nada en contra... solo, quizá, que es un tema que no me atrae, me aburre... quizá por esa dificultad mía para conectar con la gente. Me gusta más poner el foco en las ideas y las condiciones materiales: me parece un andamiaje más sólido -como aquel pasaje de la biblia que habla de fijar los cimientos de la casa en la dura roca-.

No soy extrovertido, me cuesta entrar a la gente. Pero tengo un trato agradable y creo que consigo, más o menos, adivinar si mis interlocutores se sienten cómodos o preferirían estar en otro lugar. Normalmente la gente quiere hablar de su libro. Así que, lo más habitual es que sólo me dedique a escuchar. Supongo que, normalmente, nadie cree que yo pueda tener nada que contar... y suele ser cierto ¿Por qué iba a querer hablar de lo que pienso o lo que sé? ¿A quién podría interesar? Supongo que me he tragado muchas chapas, muchos monólogos, muchas bromas... No quiero seguir sumando a eso. 

Sí, tengo habilidades sociales. No es la mejor de mis virtudes pero me defiendo y contribuyo a generar ambientes amables y divertidos.

Oí decir que los pedófilos, zoófilos, puteros y, en general, los que abusan de su posición de poder para mantener relaciones sexuales, son gente tímida, temerosos de sus iguales, incapaces de relacionarse con gente de su edad, son torpes, les asusta el juego de la seducción y buscan satisfacer su pulsión sexual de la manera más fácil. Así que, quizá es mejor invertir en educación emocional, habilidades sociales y demás parafernalia happy flower, que tener que vivir en una sociedad de inadaptados que se dediquen a infligir sufrimiento en cuanto perciben cualquier debilidad en el otro.


El desencadenante: video "La timidez" del canal Filosofía con Flow (Belén Castellanos)

sábado, 10 de septiembre de 2022

Oriente, religión, la reina de Inglaterra y la Virgen de Consolación

Esta semana me presenté al examen de una asignatura de Filosofía, sobre las sabidurías orientales de la India y China. Se está haciendo duro esto. Muy difícil de justificar. Es algo que nadie espera, ni quiere de ti -¿Para qué estudias eso si no te sirve de nada? Con todas las cosas que tienes que hacer, perder tu tiempo en eso... -Es verdad, además me cuesta la pasta y algunos sacrificios.

Estudiando encontré esta cita sobre las enseñanzas de Confucio:

"El hombre debe buscar su perfeccionamiento moral; los principios esenciales de esa moralidad son dobles. Por un lado, la virtud de la benevolencia, amor, bondad, altruismo (ren), y, por otro, la virtud de la rectitud, equidad, justicia (yi) [...] Cada individuo tiene ciertas cosas que debe hacer, porque es lo correcto, sin pensar en las consecuencias o el posible beneficio. Se opone al li (ganancia, amor a la riqueza)" - María Teresa Román. Sabidurías orientales de la antigüedad.

Y pensé que yo seguía estudiando Filosofía porque era lo que tenía que hacer, porque ando buscando ese perfeccionamiento moral y satisfacer el deseo de conocer... Porque se opone al li.

Confucio se preocupaba mucho por los asuntos políticos, la organización de las personas en sociedades, las normas morales y legales... para conseguir vivir en armonía bajo un Estado chino. La doctrina de Confucio se ajustaba muy bien a las condiciones materiales del momento: con una China dividida en regiones feudales que guerreaban entre sí por hacerse con el poder central. Se ansiaba la paz social y, aceptar y acatar las sensatas enseñanzas confucianas, podía llevar a la armonía.

Podríamos pensar que el pensamiento de Confucio ha sido efectivo: que ha conseguido sus objetivos: se ha consolidado y afianzado en la sociedad china a lo largo de los siglos. China es una potencia compacta y de peso en el tablero global, habiendo mantenido esa doctrina confuciana como pegamento de su sociedad. ¿Cómo confiar en alguien que no conoces?: Porque acepta las tesis confucianas, que son muy sensatas y respetuosas con el otro.

En Europa también teníamos nuestro pegamento: la religión. Es verdad que nos resultaría muy raro llamar religión al confucianismo, o a cualquier otra tradición de oriente. Nosotros reservamos esa palabra para las religiones del Libro -judaísmo, cristianismo e islam-, con su Dios, sus normas morales, su jerarquía, sus milagros, sus figuras humanas... Y cuando alguna de estas cosas no están, o se añaden otras rarunas, nos despista.

Pero en Europa la religión ya hace tiempo que dejó de ser efectiva, ni tan siquiera está alineada con nuestros valores morales -quizá sólo como justificación de una organización jerárquica privilegiada-. 
Tradicionalmente se ha dicho que el protestantismo sí se adaptaba bien a la individualidad, el surgimiento de la nueva clase burguesa y la acumulación de riqueza que requiere nuestra organización social y productiva actual: el capitalismo combinado con la democracia representativa. Que por ello fue derrotado el imperio español y se impuso el dominio de la cultura anglosajona a nivel global -o, al menos, en lo que llamamos occidente-. 
Hoy día, pienso, podríamos afirmar sin muchos reparos que, capitalismo y democracia, se han independizado de sus formas religiosas: que son capaces de fundamentar sus propias normas morales, leyes, formas de organización e, incluso, forjar su propia mitología. Mucha gente, hoy día, ansía conocer los secretos del mercado, seguir el sendero del empresario exitoso, hasta llegar al Nirvana de la riqueza y el prestigio absolutos. Que la ciencia y la tecnología ya resuelven la cosmogonía y mitología cristianas. En definitiva, como pregonara Nietzsche, podríamos afirmar que: Dios ha muerto. 

¿Qué podía hacer el cristianismo rimbombante, piadoso, de comunidad, mágico y culpabilizador? ¿Qué podían hacer portugueses y españoles contra la efectividad de los protestantes? Contra ese Dios al que sólo rinden cuentas en privado, con esa vía libre para transgredir casi cualquier norma moral: esclavismo, piratería, proletariado, acumulación...

Hace unos días murió la reina de Inglaterra. Tenía ya un porrón de años. Se había convertido en una ancianita entrañable: un símbolo cuqui del imperialismo británico. Un símbolo que inspira infinidad de memes. Pero, en este mundo globalizado, es también el recuerdo viviente de la explotación de recursos naturales y sociales en "los otros" territorios: "el mundo inculto" que era sólo una reserva de mercancías para la metrópolis.

Ahora hay mucha gente buscando una guía vital: libros de autoayuda, orientalismo, magia, conspiranoia, prácticas religiosas sin arraigo en la cultura propia... Parece que democracia, capitalismo y ciencia no resultan suficiente, que andamos siempre a la búsqueda de ese algo misterioso que de unidad a todo, que justifique la vida - con sus sufrimientos y alegrías-... Andamos siempre a la búsqueda de la espiritualidad, del argumento que nos conecte con el mundo: la música, los viajes, los amigos, los hijos, las batucadas, las procesiones, la fiesta... Y nos encontramos que son sólo estados transitorios, que la realidad material nos exige trabajar, ganar dinero, invertir, comprar, vender, tv, redes sociales... estar permanentemente ocupados y entretenidos. Y claro, el tiempo para la espiritualidad se reduce... Sólo hay tiempo para el comercio -que es lo único que puede justificar cualquier sacrificio, cualquier guerra, cualquier medida preventiva...-

 

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Tras la palmera, la Virgen de Consolación atravesando la plaza del pueblo -finales de agosto de 2022-.

En el pueblo todavía hay ciertas prácticas y rituales religiosos que sirven de pegamento social. A finales de septiembre viene la Virgen de Consolación al pueblo. Mucha gente sale a recibirla y, desde la parroquia se organizan para intentar que la religión sea algo vivido, algo comunitario, que pueda influir en la sociedad para hacerla mejor. Pero resulta sólo en un instante transitorio, el instante en que los devotos creen conectar con lo misterioso y la cerveza de después. En seguida vuelven la realidad material y la individualidad de las series de Netflix.

martes, 2 de agosto de 2022

Trabajos de mierda

Ya llevo un par de meses en la nueva empresa. Me ha resultado fácil adaptarme: a la gente y, también, a las nuevas tecnologías. Al final, las tecnologías no son tan diferentes unas de otras. Cambian los nombres, la apariencia... se busca siempre el golpe de efecto, lo revolucionario... más bien se busca el trending topic: convertir tu solución en viral, que todos se entusiasmen y utilicen ese nuevo lenguaje, ese nuevo control de versiones, el IDE supersónico, el software definitivo para la gestión de proyectos... Y está muy bien, la gran mayoría de novedades vienen a facilitar la vida a los trabajadores del sector, aumentar la productividad... con curvas de aprendizaje realmente rápidas. Los informáticos que estén próximos a la jubilación deben de flipar con lo rápido que ha evolucionado todo esto. La extrema atención que debíamos prestar para ciertas tareas, la memoria, la interiorización de patrones y lógicas de acción, la agilidad... Ya todo está automatizado, codificado, segmentado, protocolarizado... incluso los modelos de negocio: las consultoras, las empresas de producto, las que alquilan infraestructura... En cuanto surge un nuevo nicho, se le aplica la fórmula y se explota.

La gente de la nueva empresa es muy maja. Supongo que también ayuda que la mayoría son del sur -Andalucía-, eso hace más fácil la conexión, aunque sólo sea por el feeling climático, los lugares, expresiones y bromas comunes. Me hacen sentir un poco viejo. No es muy grande el desfase generacional -unos 10 años- pero, los más jóvenes, manejan unos referentes culturales de la infancia bastante diferentes a los míos. Tengo que hablar en inglés, pero no todo el rato. Mi inglés es bastante chusquero, no me siento seguro en ese idioma, tampoco tengo tanto dominio como para expresarme con todos los matices y la rapidez que me gustaría, así que es bastante liberador combinarlo con el español. La propia consultora fomenta cierto compañerismo y el establecimiento de lazos: con fiestas y reuniones ociosas, cursos de formación... Realmente consiguen crear un ambiente agradable -aunque la mayor parte del tiempo estés currando en proyectos externos-.

Hacía mucho tiempo que no trabajaba para una consultora. Son ambientes muy dinámicos, cambiantes, precarios... Hoy estás en un cliente, mañana te mandan a otro... La apariencia es muy importante: parecer que controlas, parecer que eres experto, proyectar una imagen de seguridad, decisión, ambición... Algo en lo que no soy especialmente bueno, yo soy más de demostrar con hechos. El proyecto en el que estoy trabajando me gusta, para mí es una especie de reto tecnológico, porque utiliza herramientas y lenguajes modernos con los que hacía años que no trabajaba. Me resulta novedoso, pero seguramente sea un coñazo excesivamente burocratizado para quien lleve mucho tiempo en el nicho de ese lenguaje de programación -Java- en entornos web: estamos migrando servicios a una infraestructura nueva, con lo que va muy bien para tener una visión global de las tecnologías y metodologías que se utilizan, y no estar únicamente con el foco puesto en la programación.

Quizá el peor punto en contra sea el tipo de negocios a los que se dedica la empresa para la que estoy subcontratado: juego online, apuestas deportivas, crypto... movidas muy chungas. Es lo que David Graeber definiría, sin ningún tipo de fisura, como un "trabajo de mierda": un trabajo absolutamente dañino para la sociedad. En cierta manera, el tipo de trabajos que siempre he desempeñado en mi carrera profesional: trabajos bien pagados, que otorgan cierto estatus social pero que, probablemente sería mejor que nadie desempeñara. Sólo que en este caso es mucho más explícito, no se trata sólo de sostener y reproducir un sistema social desigual e injusto, sino de trabajar para los peores vicios de nuestras sociedades: ludopatía, blanqueo de dinero, especulación... Obviamente no son cosas que yo vea en mi trabajo del día a día, que es meramente técnico: lo más que veo son transacciones de dinero, que podrían ser para apostar o para comprar productos de amazon.

sábado, 9 de julio de 2022

Relaciones de poder y ruralidad

Señalaba Foucault que el poder se ejerce sin violencia, de forma sinuosa. En cuanto se utiliza la violencia ya no hablamos de relaciones de poder, serían relaciones de sometimiento, esclavitud... Pero lo más importante en estas relaciones de poder es que se distribuyen ampliamente por los diferentes ámbitos y capas de nuestras sociedades: familia, asociaciones, instituciones educativas, gobiernos... De alguna manera, las relaciones de poder son inherentes a nuestra vida en sociedad. Como para Freud era inherente el que existiera cierto malestar -tenemos que retener y sublimar nuestras pasiones y deseos: no podemos estar fornicando con todo lo que se cruce en nuestro camino-.

Pero el que sean necesarias no quiere decir que todas las relaciones de poder sean positivas -de la misma manera que para Freud un mal equilibrio en la sublimación y represión de las pasiones llevaba a la histeria, la enfermedad o el rechazo social-. Quizá, ahora, que somos muy dados a señalar relaciones tóxicas, tenemos más fácil identificar esas otras relaciones de poder que no son las que se han documentado en los libros de historia: el poder ejercido desde los gobiernos.

El poder ejercido desde los gobiernos es quizá el más espectacular, por sus consecuencias transformadoras: en los paisajes que habitamos y, también, en nuestros comportamientos y relaciones con los demás. Es un poder que, además, puede tirar de violencia -leyes, policía, inspectores...- y represión -cárcel, palizas, multas...-. Es más que un poder y, como dijo el Tío Ben a Spiderman: -Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Con la democratización de nuestras sociedades, se ha intentado ir reduciendo la intervención de la violencia en las relaciones de poder que se ejercen desde los que ostentan los cargos públicos hacia la población general. El primer paso es hacer responsables a los ciudadanos de la elección de quienes les gobiernan y, en general, hacerles partícipes de las decisiones de gobierno -casi siempre de forma anecdótica, no vinculante o controlada-. Se trata más bien de crear una imagen o apariencia de participación, estabilidad, altos niveles de consumo, bienestar... Que eclipsen la conflictividad social.

Pero la conflictividad existe. Y se hace patente cuando el poder tiene que recurrir a la violencia para materializar, por ejemplo, sus proyectos urbanísticos. Unos proyectos que, como ya hemos comentado en otros posts de este blog, están determinados por cómo ven el mundo las capas dirigentes y cómo les gustaría que fuera. Un mundo que ven desde los despachos, las reuniones, los viajes, el lujo... Un mundo universal, globalizado, en el que todos somos turistas y visitantes de cualquier lugar. Con todas las connotaciones de clase y exclusión que tiene ese universo turistificado y tecnificado.


Siguiendo en la línea de higienización y modernización del entorno rural, el ayuntamiento de nuestra localidad decidió cepillarse un montón de árboles para remodelar el camino de bajada al cementerio -unos 50 árboles que contaban con unas décadas a sus espaldas y que habían conseguido, a duras penas, adaptarse al entorno y a las podas absurdas que se les realizaban-. Quizá, previendo que también los gobernantes pasarán por ese camino al más allá, como los faraones del antiguo Egipto se cuidaban de construir una gran pirámide, los de ahora se cuidan también de modelar los espacios públicos acorde a sus gustos suntuosos para trascender la historia.
Lo curioso del caso es que el nuevo proyecto también contempla la existencia de arbolado -pero el que ya estaba no era lo suficientemente bueno-. En un espacio absolutamente diáfano, en el que cabrían millones de posibilidades, se opta por quitar lo poco que existe para dejar el lienzo en blanco e inmaculado. La violencia de los gobiernos es también esa: un desprecio absoluto a lo que ya existía, al trabajo de generaciones anteriores, y a las características del entorno, para plasmar proyectos absurdamente nuevos y modernos, con los que no mantengamos ningún arraigo, en los que nos sintamos seguros, sin sorpresas ni irregularidades, lugares cualesquiera -según las modas y gustos del ciudadano universal-. No lugares, donde nuestra necesidad de diferenciación sólo sea posible a través del consumo.

Me daba pena ver los árboles cortados. La última vez que pasé por ahí fue para el entierro de mi abuela. Recuerdo que volví andando desde la puerta del cementerio hacia el tanatorio -para recoger el coche-. El lugar es horrible, un páramo seco donde aflora la pizarra a cada paso. Sólo los árboles proporcionaban cierta compañía. Resultaba un gran espectáculo que siguieran vivos -y con cierta entereza- en un ambiente tan duro y agreste.
Hay quien dice que se siembran cipreses en los cementerios para facilitar la subida de las almas a los cielos. A mí me gusta pensar que los árboles del camino del cementerio mantenían ese vínculo entre los difuntos y el pueblo, un camino tenue y efímero -que ya no existe-. Y se me antojó un acto de gran crueldad y violencia talarlos. Un acto que sólo puede darse si existe esa separación y aislamiento entre poderes y capas de la sociedad: entre el que ordena, el que se encarga de ejecutar la orden y los que reciben las consecuencias. Un acto que demuestra que la racionalidad técnica y política resultan mucho más dañinas que la racionalidad mágica o religiosa, en gran variedad de casos.

Mientras miraba por el retrovisor el espacio arrasado sentí pena, rabia y asco... Creo que no era el único que se sentía así. Seguro que Tío Ben tampoco aprobaba a los Spidermans de nuestro tiempo y lugar.


 


jueves, 12 de mayo de 2022

Peloche del río y la bandera azul

Ayer nos enteramos de que la playa de Peloche, junto con la de Puerto Peña y unas cuantas más de la cuenca del Guadiana -en la provincia de Badajoz-, habían obtenido la bandera azul. Todas ellas playas situadas en embalses de agua -pantanos-.

A muchos nos sorprendió la noticia, porque el referente que manejamos de playa de interior con bandera azul es Orellana. Una playa que está realmente bien, con gran cantidad de instalaciones y servicios para el ocio -puedes pasar un día completo y agradable sin salir del entorno-. Además, dispone de un agua bastante limpia, con unos niveles muy regulares -al encontrarse situada muy cerca de la cabeza de presa-. El agua se renueva a menudo, puesto que se utiliza para regar todas las Vegas Altas del Guadiana -que arrancan en Orellana- y que es la finalidad última con la que se creó todo este sistema de estrangulación y regulación del río. A esta playa acude gran cantidad de gente de todas las localidades cercanas. En temporada alta -Julio y Agosto- casi podríamos decir que se encuentra masificada. 

Lo primero que se me ocurrió pensar es que debían haber rebajado mucho los requisitos para obtener el calificativo de bandera azul -me voy a centrar en la playa de Peloche que es la que más conozco pero, seguramente, el análisis tenga puntos en común con algunas de las otras-.
Bien, esta playa no tiene la mejor de las ubicaciones: es una cola que ocupa el cauce de un arroyo -el Pelochejo- que se seca en verano y donde vierten las aguas sucias -ya depuradas- algunas localidades como Herrera. Así que, el agua no suele estar precisamente cristalina, depende mucho de las corrientes de aire y de cuánta gente haya en la orilla removiendo el fondo. Además, se encuentra en un pantano utilizado para regular el de Orellana, con lo que los niveles varían continuamente en plazos de días, más a lo largo del verano, que es cuando se riega en las Vegas del Guadiana, y más ahora que el agua embalsada en todo la cuenca es realmente escasa -este año se ha restringido la siembra de arroz, maíz y tomate, considerados los cultivos de mayor consumo de agua-.

A mí me gusta mucho bañarme en la playa de Peloche. Mis padres me llevaban de pequeño y ahora mis hijas lo siguen disfrutando. Y no sólo la playa de hormigón, cualquier rincón lleno de pizarras o barro también nos viene bien. Me parece un lugar paradisíaco. Pero también sé reconocer que mucha gente no lo ve así. Cuando llevas a alguien de fuera le suele dar asco. Se quedan sentados en la orilla mirando como retozas en las turbias aguas mientras se abrasan el trasero en el cemento -no soy tan mala persona y los llevo a últimas horas de la tarde, que es cuando mejor se está y, al menos, pueden disfrutar de unas puestas de sol realmente únicas-.
Incluso a la mayoría de gente de Herrera le da asco ese agua, muy pocos vamos allí a bañarnos. De hecho, si te das un paseo por Google Maps, verás que Herrera está trufado de piscinas particulares. La gente realiza verdaderos sacrificios por construirse y mantener una, teniendo la playa a pocos kilómetros e, incluso, dos piscinas municipales en la localidad -una de ellas cubierta-. 

La playa de Peloche, en el entorno del Espolón, se lleva construyendo desde hace décadas. El ayuntamiento empezó echando un poco de hormigón para facilitar el baño -así podías meterte sin las cangrejeras- y, progresivamente, se ha ido echando más hormigón, plantando árboles, ampliando el chiringuito, creando merenderos, arreglando el paseo hasta el Peloche de las casas... Las zonas de ocio del pueblo -el parque, la pista multideportes y la de futbol- se proyectan hacia la playa. Pareciera que todo se hacía para que los habitantes de Peloche y Herrera -y los forasteros que acudían a veranear- disfrutaran el entorno y tuvieran alternativas de ocio en unos meses que resultan especialmente aborrecibles -por lo desorbitado de las temperaturas-. Una mentalidad muy de los 80's y 90's. 

Pero la mentalidad de las capas dirigentes ha cambiado. Si antes todo se proyectaba hacia adentro -hacer más cómoda la vida de los que están aquí, o tienen vínculos directos con la zona-, ahora se proyecta hacia afuera: atraer a potenciales turistas que traigan divisas y generen trabajos precarios que nos permitan subsistir en la zona. La cosa se ha puesto jodida.
Esas capas organizativas y dirigentes de nuestros municipios se encuentran continuamente mirando al exterior, como si fueran el departamento de marketing de una empresa en crecimiento, tratando de proyectar una imagen seductora: de naturaleza virgen, biodiversidad y europeidad. Una imagen que nos resulta extraña, que incluso genera rechazo entre los que habitamos el territorio, entre los que mantenemos relaciones de interdependencia o vínculos emocionales con el mismo. Una suerte de contradicción que confronta con los deseos y anhelos de prosperidad económica que también nos asaltan.

Esa contradicción se apuntala en las condiciones materiales de los que habitamos el territorio. Unas condiciones materiales que añoran ese poner el foco en nosotros mismos, en nuestras propias alternativas para el ocio y disfrute: parques infantiles, zonas arboladas, lugares de reunión, fiestas, tradiciones, playas para los vecinos... Un retorno a una idealizada comunidad rural en que los niños jugaban sin peligro en la calle. La bandera azul está muy bien, pero no nos engañemos, es todo lo contrario a ese pasado idealizado: es un distintivo hacia afuera, un reclamo turístico... Una fantasía, un sueño húmedo quizá... Porque, como hemos apuntado antes: la situación de la playa no es la más idónea para quien venga a darse un baño de realidad en las turbias aguas de Julio y Agosto. Peloche no es Orellana -aunque las imágenes que se están difundiendo puedan hacértelo creer-. 

Peloche es un lugar maravilloso, casi mágico... Y debería tener su sello distintivo, pero creo que la bandera azul puede defraudar las expectativas de mucha gente: es un lugar remoto, mal comunicado y hay que hacer un esfuerzo considerable para acceder a él; no puede ocurrir que te encuentres el agua por debajo del cemento, el arrecife de algas, las sanguijuelas... y un señor que te pide dos euros por ocupar un recuadro de hormigón. 

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También es verdad que tengo serias dudas de que toda esta inversión de dinero público hacia afuera esté teniendo algún tipo de tasa de retorno -que realmente esté generando unos beneficios económicos superiores a los que se tendrían invirtiendo hacia adentro-. Porque sabemos, por otras experiencias a lo largo del litoral de la península, que el turismo genera trabajos precarios, desigualdad y contradicciones sociales -como puede ser: tener unas flamantes instalaciones de cara al visitante, mientras colegios, u otras infraestructuras básicas, se caen a trozos-. El visitante viene un día o dos y se lleva una grata experiencia. Pero el precio lo pagan los que se quedan aquí sosteniendo la proyección de una imagen que resulta dulce hacia afuera y amarga hacia adentro. Reforzando así el imaginario juvenil de convertirse también en turista de su tierra -emigrar-.

Foto tomada en la playa de Peloche - Junio 2016


lunes, 2 de mayo de 2022

Cambiar de trabajo

Llevo unas semanas de tensión total con lo del cambio de trabajo. Di los 15 días laborables de preaviso y no debería haberlo hecho: porque apenas tenía asuntos pendientes debido al cambio de proyecto al que me habían destinado recientemente... Bueno, más que un cambio de proyecto, era un cambio de compañía en toda regla: con gente nueva, en países dispersos por el mundo, con tecnologías diferentes a las que venía utilizando... Pero en las mismas condiciones -salario- de siempre. Así que ahí llevo unas semanas prolongando la agonía, resolviendo dudas a los que heredan los proyectos que llevaba y escuchando alguna que otra poco motivadora contraoferta.

Ahora hay muchas empresas tecnológicas anglosajonas buscando mano de obra fuera de sus territorio -supongo que les sale más barato que contratar nativos-. La compañía multinacional para la que trabajaba había adoptado otra estrategia: compraba empresas por todo el mundo para disponer de sus trabajadores. En realidad, puede ser una buena oportunidad para todos: la compañía anglosajona consigue trabajadores baratos y, estos, adquieren la experiencia para dar el salto al nuevos mercados... Con lo que en pocos años los salarios se equilibrarían y todo quedaría perfectamente globalizado.

Creo que cuando era más joven no me afectaba tanto lo de los cambios. Todo era algo provisional... Aún lo veo así: trabajas unos años en un sitio, luego te vas a otro -o te ves obligado a irte-. Y así vas completando tu CV... Hasta que ya no puedes más y te jubilas o mueres. No se parece en nada a los puestos que deseaban nuestros padres: con una estabilidad, solidez y beneficios que se iban consolidando e incrementando cada año que pasabas en la misma compañía. Entre los trabajos cualificados parece que sólo el funcionariado sigue apostando por esa fórmula. El resto se ha precarizado sobremanera. Las grandes empresas se dividen, subcontratan... y también presionan a los gobiernos para que relajen las leyes que les hacen tener obligaciones para con sus trabajadores. Los vínculos entre las empresas y empleados se debilitan, favoreciendo la rotación. Muy apropiado para estos tiempos líquidos donde todo fluye muy deprisa, donde tecnologías novedosas pasan a estar obsoletas en un puñado de años. 

Las empresas, como organismos deseantes y cambiantes, se mueven buscando los mayores beneficios, el crecimiento, el lujo, la sensualidad... Los trabajadores sólo somos el medio para conseguir sus fines -una incomodidad necesaria-. Aunque, en ocasiones, se realizan intentos por atraer a los empleados a esas dinámicas del deseo: vestir elegante, oficinas chulas o lujosas, viajes, gente joven...

Estaba acomodado, absurdamente atado a la disciplina de mi antigua compañía. Conocía el producto, la gente... Tenía un cierto vínculo con mis compañeros. Pero no estaba ahí por el deseo. Me estaba convirtiendo en un ente pasivo, temeroso del mundo exterior, de los jefazos... Mi confianza en mí mismo caía... Y tampoco me estaba ayudando a conseguir mis objetivos personales: la filosofía, la familia, escribir, el campo, la fotografía... El trabajo me daba bajón y, además, estaba incurriendo en ciertos comportamientos viciosos -las redes sociales-, que en nada ayudaban a mi bienestar y, mucho menos, al desarrollo de mi eficiencia -en cualquier ámbito que implicara estar a solas con una pantalla-. Tenía que salir de ahí. Ese trabajo me hacía viejo. Todo el rato hablando en inglés con desconocidos a los que no importas lo más mínimo, serio, sin bromear... Aquel cambio de proyecto fue el remate final, el impulso que necesitaba para dar el salto.

La pandemia ha cambiado muchas cosas, una de ellas es lo del teletrabajo, que se ha generalizado en mi ámbito profesional. Ya no soy el bicho raro. Las empresas buscan gente que quiera trabajar en remoto. Para mí, ha sido una suerte la pandemia.

El cambio me hace ilusión, lo deseo... Y no sé si me acabaré adaptando a las nuevas formas de trabajo... Parece todo muy happy flower en esta nueva empresa. Pero también he perdido el miedo a buscar empleo, ya sé que existe demanda. Hace años que debiera haber hecho este ejercicio. Es un torbellino de emociones: buscar ofertas, actualizar el CV, hacer entrevistas, reflexionar sobre lo que te gusta y lo que no, lo que has hecho todos estos años, cómo te ves en el futuro... Sentirse joven, atractivo y capacitado otra vez -o todo lo contrario cuando no aparecen ofertas, la entrevista sale mal...-. Sentir que el destino no está cerrado, que aún dispongo de cierta autonomía frente a la necesidad de un empleo -ingresos-.

domingo, 10 de abril de 2022

Actualizar el curriculum

Hace unas semanas decidí actualizar mi CV y realizar algunas entrevistas. Era algo que siempre me decía debía hacer... Pero no acababa de lanzarme porque estaba a gusto en mi trabajo: llevo en remoto ya casi 10 años, con proyectos variados e interesantes y siempre van saliendo cosas nuevas. Cuando he necesitado reducir la jornada para los cuidados nunca me han puesto pegas -aunque esto último sí que puede suponer que te saquen de la primera línea de ciertos proyectos-. 

En la compañía todo el mundo se ha adaptado al trabajo remoto: todos tenemos cámaras, micrófonos, aplicaciones para conectar, compartir pantalla, salas de reuniones para conferencias... Así resulta mucho más fácil. Cuando yo empecé corrías el riesgo de quedar excluido por el simple hecho de que al resto de compañeros les diera pereza llamarte por video conferencia -estábamos muy acostumbrados a levantarnos de la mesa e ir a importunar a cualquiera-. Unos utilizaban un programa, otros cualquier otro y toda la responsabilidad de que las llamadas fueran bien recaía en el tío que estaba en casa -que no se metieran las niñas en la habitación mientras hablabas, que no hubiera ruidos...-, resultaba un tanto estresante, porque además yo era el primer interesado en que aquel experimento del trabajo remoto saliera bien. Quizá incluso, durante algún tiempo, me cargué en exceso de trabajo. Creo que me subió la tensión debido a aquello. Porque, cuando estás en casa, sólo trabajas -solo-, no paras al café o comentar algún chascarrillo con los compis. Afortunadamente, la pandemia ha enriquecido nuestra experiencia con el teletrabajo, es algo que todos hemos tenido la oportunidad de saborear, o sufrir, y ya sabemos de qué va.

Como consecuencia de esta inmersión en mi puesto de trabajo, mi salario se ha ido quedando muy por debajo de la oferta del mercado y tampoco parece que en mi compañía tenga muchas posibilidades de promocionar. Hay posibilidad de moverse entre diferentes proyectos, pero los salarios no se mueven, a menos que alguna otra compañía te haga una oferta en firme. Así, te puedes encontrar con compañeros que cobran el doble que tú con responsabilidades y tareas muy similares. 

Yo no estoy especialmente preocupado por el dinero, no llevo un estilo de vida especialmente elevado. Pero los agravios comparativos no molan. Más, cuando uno se esfuerza por hacer bien su trabajo y sabe que es bueno en ello. 

Hace unos meses me cambiaron de área. Ahora trabajo en un grupo internacional, con gente de diferentes países, hablando siempre en inglés. Está guay, me di cuenta de que aún podía defenderme en ese idioma, a pesar de llevar tanto tiempo sin practicar la oralidad. Trabajamos con las tecnologías más novedosas, y eso siempre se agradece, porque lo más novedosos siempre es más fácil, rápido y cómodo de utilizar. Los que hemos tenido que sostener o desarrollar alguna tecnología antigua sabemos que hay que poner especial atención hasta en los más mínimos detalles. Muchos aspectos que quedan automatizados y verificados de forma casi mágica con herramientas o productos más avanzados, resultaban fuente de error y quebraderos de cabeza en otra época.

El problema de los grupos internacionales son los desfases horarios, sobre todo si trabajas con gente en el continente americano. Puede que necesites algo de alguien en esa franja horaria y, para conseguirlo, tengas que perseguirlo incluso fuera de tu horario. Reuniones que empiezan tarde y se alargan... 

Al poco tiempo de estar trabajando en este nuevo grupo, el jefe del equipo se fue de la compañía, y el proyecto estaba completamente en pañales: apenas sin definir y casi sin concretar las tecnologías a utilizar. Este fue el punto de inflexión, sentí que estábamos dando palos de ciego y empecé a tener dudas de que aquello fuera a salir adelante. Muchas veces ocurre que se encuentra una solución de terceros económicamente más barata y se abandona el proyecto interno. Cogí el Word de mi viejo CV, lo metí en Google Docs y actualicé también el Linkedin. Ahora, pasadas unas semanas, creo que ya estoy bastante contento con cómo me ha quedado: resumida mi experiencia, señaladas las tecnologías que más me interesan, con una foto reciente...

También realicé algunas entrevistas bastante catastróficas -cogí un gripazo tremendo que me nubló el entendimiento durante casi dos semanas-, además, no tenía muy claro a qué posiciones tirar la caña, el rango salarial... Y, porque, cuando llevas tanto tiempo trabajando, hay que hacer el ejercicio de traer a la memoria todas las cosas que has ido haciendo. Ya voy teniendo todo esto más claro y, como veo que hay bastantes ofertas, he decidido tomármelo con más calma, hasta encontrar algo que, al menos de entrada, me satisfaga y motive.

En algunos posiciones esperan que seas experto en tecnologías muy concretas y... es complicado, porque puede que hayas trabajado con ellas hace años, o que no las hayas utilizado los años que esperan o, simplemente, que ahora estés en otras cosas y no tengas eso en el centro de tus pensamientos. Al final, de lo que uno se da cuenta es de que tiene una cultura tecnológica y del trabajo que le permite adaptarse y profundizar en cualquier proyecto. Que he adquirido el bagaje que facilita integrarse, e incluso, tomar las riendas de nuevos proyectos. Que he ido llenando la mochila de experiencias y conocimientos que ahora me permiten sobrevivir en cualquier jungla. He sufrido una evolución, algo así como cuando nos empeñamos en instruir, formar y someter a pruebas a niños y adolescentes en conocimientos abstractos en los que no están interesados y que, pasados unos años, sólo por su desarrollo personal y social, serán capaces de asumir sin más.