miércoles, 17 de octubre de 2018

La radio y la actualidad

Hoy participé en una tertulia de actualidad, en un programa de la radio local... no sé porqué me meto en estos berenjenales, si la actualidad la vivo con retardo: no escucho la radio y no veo las noticias, ni tertulias. Además, con esta experiencia, me he dado cuenta de que a nivel regional y comarcal estoy aún menos informado.

Ha empezado el programa hablando del tren de Extremadura. Dada la serie de incidentes sufridos durante el puente del 12 de Octubre, parece estar sumido en la más absoluta dejadez (de esta noticia me enteré mientras estaba allí, sentado en la sala de la radio).
La verdad que he cogido muy pocas veces el tren para moverme en la comunidad autónoma (Herrera, mi pueblo, está muy lejos de cualquier vía de tren). Y, cuando lo he cogido, para ir de Madrid a Cáceres, resultaba muy romántico, bucólico... pero, como medio de transporte, el autobús era más rápido (de esto hará ya 20 años, y parece que nada ha cambiado desde entonces). Extremadura tiene pocos habitantes y la mayoría concentrados en en las Vegas del Guadiana, Cáceres, Mérida... está cerca de Lisboa. Seguramente, con unas buenas comunicaciones por tren, podría evitarse mucho tráfico rodado y quedarían las carreteras más despejadas, y en mejor estado, para los pobres diablos que nos movemos por las zonas más agrestes.
Me parecería bien que arreglasen o mejorasen el tren aunque, por mi circunstancia, estoy más interesado en que mejoren las comunicaciones con Barcelona. No sé por qué, nunca conseguí que invadiera el sentimiento patriótico extremeño. Así que, no consigo centrar mi interés en lo que cae dentro de esas divisiones tan extrañas que son las comunidades autónomas. Supongo que también influye el que la Siberia, mi comarca, sea fronteriza con Castilla la Mancha, que la mayoría de gente de por aquí se va a currar a Madrid, que mi padre es de Cuenca y que he tenido la suerte de estar danzando por la capital y por Barcelona bastante tiempo.

Después ha seguido el debate con el anuncio del arreglo de una carretera que une varias pequeñas poblaciones de la comarca: Helechosa, Villarta y Bohonal. Otro asunto de absoluta dejadez que, al menos, con la información de que disponemos, parece se va a solucionar. Han hablado sobre los detalles de la operación y las diferentes administraciones y partidos políticos implicados. Había oído algunas cosas antes, en las típicas conversaciones de bar y en comentarios en Facebook, pero no había llegado a formarme una opinión más allá del "ya era hora".
Se trata de una demanda histórica de la población de la comarca, y no creo que sea asunto de discusión de dónde salga el dinero porque: tanto si lo hace confederación hidrográfica del Guadiana, la junta de Extremadura o la diputación, el dinero sale siempre de nuestros bolsillos. Y nos gusta que nuestro dinero se emplee en cosas útiles, buenas y para las que existe un consenso generalizado. Cualquiera que haya pasado por esa carretera sabe que no se trata de un lujo innecesario.

Así que, me había encerrado en una conversación pública para debatir sobre unos hechos de los que prácticamente me estaba enterando en el momento... Y no soy persona de hablar por hablar... Mejor dicho, no soy persona de hablar. Paso mucho tiempo solo y la mayor parte del día no cruzo una palabra con nadie. Pero sí me gusta expresarme. Y también me gusta enterarme de estos asuntos que, en el fondo, sí me afectan, a mí y a los que me rodean. Y, la verdad, que la charla debate es muy amena, cada uno suelta lo que le parece, sin ofender, pero sin la necesidad de fundamentar o aportar datos objetivos concretos. Algo que no estoy muy acostumbrado a hacer: ni en mi vida como estudiante, ni en el rígido mundo ingenieril de la creación de software.

Así que, mis intervenciones fueron bastante patéticas y si no me hubieran interpelado o aludido creo que no hubiera dicho ni una palabra.

Como se trataba de un ambiente distendido y sin un guion fijo, la conversación acabó derivando hacia la juventud, su pasividad y poca implicación en la vida pública, los ninis (los que ni estudian, ni trabajan)... Y yo tengo ya 37 tacos, no me veo precisamente joven.
Pero sí que creo que la gente de mi generación y más jóvenes no nos implicamos en la vida pública. O no nos implicamos en la forma que lo hacían nuestros padres o generaciones anteriores. Y creo que es porque hemos perdido la esperanza en que los organismos del estado o la política (encarnada en la actual "democracia") vayan a venir a sacarnos las castañas del fuego.

Nuestros padres venían del fantasma de la guerra civil, y de casi cuarenta años de fascismo represor. Debió de suponer un gran subidón que el dictador muriera y se abriera un nuevo período lleno de posibilidades e ilusión. Una época de crecimiento económico y de asentamiento del estado del bienestar. Un apogeo que no debió de durar ni un par de décadas.
Para cuando los de mi generación y posteriores empezábamos a estar en edad de trabajar ya no se empleaba esa expresión sino "incorporarse al mercado laboral". Ya éramos un producto más del mercado y el capitalismo de consumo había invadido todos los ámbitos: desde el ocio a las relaciones con nuestros congéneres (haciendo necesarios artilugios cada vez más sofisticados y caros para intercambiar cuatro palabras).

Así que, para mí, el Estado es solo un aliado de esos mercados que nos utilizan como mano de obra (y como consumidores) para alimentar una maquinaria expansionista, esquilmadora de recursos naturales y generadora de desigualdad.

Uno de los tertulianos (creo que fue Antonio) dijo: "Los partidos políticos son como ejércitos". Y es cierto, utilizan tácticas de guerrilla para alzarse con el poder. Una de las actitudes, de la gente que se afilia a un partido, que me resulta más patética y dañina, es defender a capa y espada una serie de posiciones solo porque se ha dicho desde "el partido". Consignas sencillas, fáciles de recordar y difíciles de fundamentar, que acaban incorporándose al imaginario colectivo, resultando tremendamente dañinas para el conjunto de la sociedad (sirva como ejemplo el ataque que se realiza desde las "derechas" hacia la medida de subida del salario mínimo interprofesional)

Se habló de tirarnos a las barricadas, como los jubilados de Euskal Herria. Esto creo que sí lo hace la gente joven... Pero son manifestaciones muy específicas, muy vinculadas a identidades particulares: independentistas catalanes, feministas, el colectivo LGTBIQ, animalistas, conservacionistas, antiabortistas... La sociedad parece estar completamente fraccionada en grupos de interés. Que van consiguiendo sus pequeñas victorias. Pero nadie parece tomar consciencia de que la mayoría del malestar en nuestra sociedad viene del plano material: existe poca gente muy rica y mucha gente extremadamente pobre.

La mecanización y la automatización han conseguido que sea necesaria cada vez menos mano de obra, en prácticamente todos los sectores. Las sucesivas crisis han conseguido disminuir los salarios, precarizar los trabajos y reducir el estado de bienestar.

A los jóvenes de las clases medias y bajas se nos desarraiga y se nos educa para emprender nuevas profesiones, lejos de cualquier tradición familiar. Así, solo disponemos de nuestra fuerza de trabajo, una fuerza de trabajo que es prescindible, puesto que existe una alta tasa de paro. A esto se suman las continuas amenazas de deslocalización y flujos migratorios del mercado global: se pueden exportar las actividades económicas a cualquier parte del mundo o atraer flujos migratorios de personas desde más allá de cualquier océano.
Este dinamismo de los mercados y esta precarización se ceba sobre todo en los jóvenes, que acabamos encontrando estabilidad ya muy mayores (los que la encuentran). Y, esa falta de estabilidad y estar vagando de un puesto de trabajo a otro, de un emprendimiento a otro, con condiciones totalmente dispares entre trabajadores de una misma zona, hace muy difícil plantear una lucha en las mismas condiciones que las grandes huelgas del pasado siglo.

Así que, sí, puede que seamos pasivos, que estemos desencantados, desarraigados, disgregados... o puede que estemos buscando objetivos, alguna forma de lucha que sea realmente efectiva. Alguna forma de conseguir un mejor mundo posible, más equitativo y sostenible.

Mientras tanto, intentamos técnicas de desgaste y erosión. Nos contentamos con pequeños gestos (dentro de los márgenes que nos marcan las tendencias de mercado): como el consumo responsable, darle me gusta a los contenidos que nos parecen socialmente comprometidos, o apoyar movimientos sociales. Acciones en el plano simbólico que raramente trascienden al plano material. Pareciera que cualquier golpe o rabieta, por fuerte que sean, acaban absorbidos por el capital y el sistema "democrático"* de partidos.

Después del 15M, aparecieron en el escenario político Podemos y su antagonista Ciudadanos. Por fin se había acabado la alternancia de partidos en el poder... y, bueno, al menos ahora, los partidos políticos tienen que dialogar entre ellos para decidir sobre nosotros.
Se han conseguido algunas victorias en cuanto a mejoras sociales, transparencia y lucha contra la corrupción. Pero parecen más el resultado de una toma de conciencia y concesiones por parte de las grandes empresas y Alemania, que los logros de una disputa política. Como si la lucha política fuese el trámite burocrático que hay que cumplimentar para que el capital nos conceda cierto crédito.

Vivimos un mundo en que los Estados van perdiendo sus poderes en favor de la mano invisible del mercado. Así, aunque la mayoría de la población, la clase trabajadora, lograra hacerse con el control de las instituciones, los partidos y los medios de producción ¿Conseguirían hacer frente a un capitalismo que permanentemente amenaza con deslocalizar sus actividades? ¿El Estado ha muerto? O ¿Ha quedado solo como un garante de la propiedad privada y de las condiciones materiales de la actividad económica en un territorio?

*Lo llaman democracia y no lo es: lo llamaremos fascismo 2.0
Como una masa de hormigas ahogadas en el mismo tarro de miel que nos da de comer

lunes, 10 de septiembre de 2018

Neofascismos

- Creo que voy a dejar el negocio.
-¿Y eso? Si te va bastante bien, sacas pasta y eres tu propio jefe.
- Bueno, es que el trabajo de autónomo es muy duro. Requiere mucha entrega y ser experto en un montón de tareas que se salen de mi ámbito. Sí, saco pasta, tampoco para tirar cohetes, pero mis relaciones personales se están yendo a la mierda... no tengo una vida separada del trabajo. Soy mi propio jefe y me exploto a mí mismo.
- Es cierto: el trabajo asalariado es mucho más cómodo. Tienes garantías sociales, una estabilidad, te puedes permitir una cierta planificación. Echas tus horas y te olvidas. Es más fácil de conciliar.
- Bueno, eso no es exactamente así, en mi caso (precario).
- Ya, pero es que tu nivel de estudios es bajo. 
- Tienes razón, me merezco unas condiciones laborales deplorables.
- Haber estudiado...

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Se ha armado un insólito revuelo porque van a sacar a franco del Valle de los Caídos. El caso es que hay un sector considerable de la población que no quiere tal cosa, que prefiere que todo se quede como está.
Son los que llamaríamos "fachas": sienten cierta admiración hacia el personaje, llevan banderitas de España y dicen ser muy patriotas.
Parecen haber olvidado que franco traicionó a su país: se levantó en armas contra el gobierno del Estado, llevó a su población a una cruel guerra civil en la que murieron cientos de miles de personas e hizo retroceder las libertades y la situación económica españolas varias décadas.
No contento con eso: mantuvo su dictadura católico-militar durante casi 40 años. Tenía la fuerza y la astucia, se consideraba merecedor de su cargo y sus privilegios... como les pasa a los de los niveles de estudios.

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"Lo que mande el señorito" 
Es una actitud que queda muy bien reflejada en la película de Los santos inocentes. Y es que, antiguamente, en Extremadura, la gente vivía principalmente de la tierra. Y esta ha estado muy mal repartida en nuestra comunidad. Había poca gente que pudiera vivir de trabajar sus propias parcelas, así que, había que trabajar para los señoritos, los ilustrados, los complacientes con el régimen, los refinados, los propietarios...
¿Quién iba a defender mejor una posesión elitista de la tierra? Precisamente los que se consideran élite: los que creen que dios y el destino les han designado para desenvolverse jerárquicamente entre los más fuertes, los que luchan. No como esa turba de vasallos que lo único que pueden hacer es plegarse, obedecer y trabajar duro... como Dios manda.

Democracia: izquierdas y derechas
Los tiempos han cambiado y, ahora, pocos quieren trabajar la tierra -aunque sean propietarios-. Pero muchos de los que han conseguido adquirir sus propios terrenos, montar su negocio, tienen la percepción de haber conseguido entrar en las élites... se han vuelto de derechas, conservadores -aunque siguen siendo esclavos de ellos mismos  y de una economía de consumo-.
Otros fueron muy aplicados y obedientes y, aprovechando la bonanza económica y el afianzamiento del estado de bienestar, decidieron estudiar y asentarse en las estructuras del estado -los funcionarios- y de las grandes empresas. Muchos dicen ser de "izquierdas" porque, aun considerándose privilegiados, lo consiguieron por méritos propios... como franco.
Así que, tanto a la "izquierda" como a la derecha, se defienden los privilegios. Tanto si realmente dispones de ellos, como si crees tenerlos, o mantienes viva la ilusión de que algún día los conseguirás -a cualquiera le puede tocar la lotería-.
Con esas ideologías predominantes, es muy difícil articular un estado del bien común. Esta es la herencia que nos dejó el golpista.


martes, 4 de septiembre de 2018

De cuando la boda no tuvo lugar

Todas las cosas que importan tienen su lugar, ocupan un espacio, físico. Aunque esas cosas sean tan etéreas o imaginarias como: dios (las iglesias), el conocimiento (las bibliotecas), el arte (los museos), el poder (comisarías, ayuntamientos, congresos)... Nuestra boda también tuvo su lugar, aunque fuese tan etéreo y fugaz como la primavera en el campo de la Siberia.


Llevábamos viviendo juntos mucho tiempo, teníamos dos niñas en común, estábamos acomodados y muy entretenidos (porque dos niñas entretienen mucho). Aún así, decidimos casarnos: por las vacaciones y, por si a alguno de nosotros le sucedía algo, que el otro no tuviera problemas legales para reclamar sus derechos.
Pero es que además ¡decidimos celebrarlo! ¡Hacer una gran fiesta!: porque el Amor merce ser celebrado, porque nos hacía ilusión reunir a nuestros amigos y familiares de toda la geografía española, que se conocieran, se besaran, hablaran... en un ambiente distendido, multidisciplinar, diverso... Hacer algo que comentar en el futuro, establecer un punto de referencia en el tiempo (para todos los que, en mayor o menor medida, forman parte de nuestra vida).

El no lugar lleno de amigxs

Ya nos aproximábamos a los 40. Habíamos asistido a unas cuantas bodas y fiestas. Así que, teníamos claro lo que no nos gustaba de esos acontecimientos. Y también teníamos algunas vagas ideas de lo que nos gustaría que fuese.

Estamos acostumbrados a que la tv y las revistas nos muestren celebraciones de gente rica y famosa, quizá príncipes, quizá duquesas... Estamos acostumbrados a que lo normal sea imitar ese modelo. Incluso ensayamos posturas efímeras que fotografiamos y luego compartimos en nuestras redes sociales, como si fuéramos ese clase de gente. Pero a nosotros nunca nos gustó "esa clase de gente" que vive pijamente a costa del trabajo de los demás. Aborrecemos sus cuentos recargados de lujos y jerarquías. Preferimos los cuentos de pastorcillos, leñadores y payeses, gente que hace cosas...


Unos años atrás, había visto una película ambientada en la Extremadura de principios del siglo pasado (creo que era Pascual Duarte). En una de las escenas se celebraba un banquete de boda. Era una familia humilde. Juntaron unas mesas y unas sillas, había algo de música. Cocinaron unos conejos y se los comieron, mientras bebían vino. Todo muy sobrio y silencioso. No parecía muy divertido (la película pretendía ensalzar lo sombrío y gris de la España de aquella época), pero era algo que podía organizar una familia, sin recurrir a empresas externas especializadas.

Mis fiestas favoritas siempre han sido aquellas en que se implica todo el grupo y se celebran en el campo. El campo tiene esas pequeñas incomodidades que hacen que nada sea perfecto: porque estás expuesto a la meteorología, las plantas, animales..
Mi referente es Jubileo: una romería que se celebra en una ermita relativamente alejada del pueblo. La gente bebe mucho en esa fiesta. Tiene su faceta religiosa, que es la que realmente fundamenta la reunión, pero es muy fácil eludir esa parte: permanecer a la sombra de los árboles, fuera del alcance de cualquier autoridad. Una especie de juego en el que pequeños grupos autónomos (de amigos) deciden organizarse y reunirse alrededor de un punto, exterior a la ciudad, para pasarlo bien y probar las croquetas y embutidos de otras casas.



Así que, el que nosotros pudiéramos organizar el evento (do it your self), era tan importante como el lugar: tenía que ser en el campo, y no en un campo cualquiera. Debía ser un lugar con el que tuviéramos un vínculo. Un punto de contacto con la Tierra y la Naturaleza. Una puerta hacia lo salvaje.

Nos gusta la comida típica. Y no solo la de nuestro pueblo, la comida típica de cada pueblo que visitamos. Porque en la cocina queda grabada la cultura de la zona. Y nos gusta la multiculturalidad, conocerla, vivirla, apropiárnosla... Nunca entendí a esa gente que se avergüenza o rechaza sistemáticamente la comida de su zona: -No me gusta el cordero, ni el cerdo, tienen grasa y sabor, ni el ajoblanco... es comida de otros tiempos, de gente ruda, forzados a trabajos duros... Prefiero el pollo sintético y las hamburguesas del mierdonalds, que son más blandengues y dañinas para el medio ambiente... como yo.-
La cocina de aquí es contundente, basada más en la calidad de la materia prima que en la sofisticación de la elaboración. Una cocina práctica, alegre, para disfrutar en compañía, donde la gente se mueve e interactúa de forma espontánea. No como esas cocinas de laboratorio diseñadas para disfrutar en la pasividad y rigidez de tu asiento, mientras los platos desfilan ante la soledad de un paladar y fosas nasales finamente estimulados.
Pero no nos engañemos, lo más importante de todo es... ¡Que no falte bebida y que la cerveza esté bien fría!

A unos 20km del pueblo mi familia tiene un terreno. Hay ovejas, un establo, encinas, pinos, una casilla... Es zona de monte. Allí no puedes llegar y decir: "Antes todo esto era campo" ¡Allí todo es campo! El punto perfecto para que tenga lugar una fiesta: el no lugar.


Así que, estuvimos trabajando bastante tiempo, buscando cocineros, proveedores y, sobre todo, acondicionando todo aquello. Los corderos nos miraban extrañados y asustados: - ¿Nos matarán a todos? ¿Solo a unos cuantos?
Convertimos el establo en una pista de baile, hicimos bancos con alpacas, apilamos palets a modo de mesa, arreglamos baños, segamos la hierba, retiramos las piedras...
Y llevamos todo lo necesario para organizar nuestra romería, nuestra verbena...


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En "Iros todos a tomar por culo" un disco de Extremoduro grabado en directo, el Robe decía esta frase: "Vosotros podéis hacer lo que queráis, ya sabéis, estáis en un país libre. Eso sí: que no os vean."

El campo es un lugar donde el poder no está representado. Y, aunque no escapa a su influencia, es más fácil que no te vea. Siempre te sientes como huido, como al margen, como en un paréntesis de la normalidad, como un Robinson Crusoe, como si todo estuviera por construir, como en el mejor de los mundos posibles...

Así que, aprovechando el buen clima, los colores de las flores y que nadie nos veía, hicimos los que nos dio la gana y, cuando la fiesta terminó, allí no quedó nada. Como si nunca hubiera tenido lugar.

El no lugar vaciado

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Me curré una lista de música. Porque en los momentos importantes tiene que haber música. La lista tenía canciones que nos habían acompañado a lo largo de nuestra vida, canciones de ayer y de hoy... más bien de ayer: porque ya vamos peinando canas. Y, aunque uno es amante del ruido, los improperios y la (auto)destrucción, procuré que fuera una lista complaciente, amable, animada, variada... como el conjunto de amigos y familiares que nos rodeaban.

jueves, 2 de agosto de 2018

Batallitas de oficina: entre el Maresme y Barcelona

Durante unas semanas estuvimos en el vientre mismo de la bestia.
Condujimos a velocidades de vértigo
por peajes y carreteras de tráfico asfixiante, denso.

En la oficina me reuní con otros centauros,
también apresurados.
Tomamos cafeína,
mientras hablábamos de la humedad,
restaurantes
y los laboratorios donde se diseña la nueva cocina.
Salieron a relucir las Ramblas,
las drogas, los puticlubs, los guiris
y los precios de la vivienda en escalada.

Peatones airados proferían esctalógicos insultos
contra los propietarios de gatos y chuchos.
Mientras patinetes eléctricamente propulsados
competían por la okupación del carril bici.

Me vino a la mente mi cuerpo magullado,
desparramado en plena Riera de Mataró,
una mañana de Santas.
(accidente in itinere)
Rodeado de adolescentes trasnochados
que no sabían de manadas ni burundanga,
que miraban extrañados el espectáculo:
un vehículo de dos ruedas,
el adulto con melena
y un derrape absurdo en la acera.

Disfruté cada trayecto en autobús,
con los primeros rayos de la mañana,
escuchando conversaciones ajenas,
escudriñando recovecos entre el mar y la carretera.
Leyendo con los cascos puestos,
aislado de los chillidos de una familia extensa.

Me recreé en lo corto y expreso de cada café,
en cada cruasán del Takashi Ochiai,
en cada kebab.
Despotriqué contra la Moritz
y alabé a Estrella Damm.

Reencuentros con viejos compañeros,
batallitas de currelo,
visitas a salas de servidores,
palpar el hardware,
estirar los cables...
Tardes interminables...

La salida al asfixiante asfalto,
autobuses, coches, motocicletas,
tensión, prisas,
fumar, cáncer...
Gente que salta a la vía,
arrollamientos...
Taxistas provocando atascos,
autobuses que nunca llegan,
los vagones, los magreos...

Laia l'arquera - Mataró

Hicimos nuestro el refrán:
"Barcelona es bona
si la bossa sona"
Visitando con las niñas
centros comerciales:
nos vendieron muchas cosas,
rosas,
casi todas.

Celebramos sus tradiciones:
de castillos humanos,
petardos, agua, fuego
y butifarras a la brasa.

Nos clavamos lazos amarillos,
en ambos pechos,
mientras rezábamos por los presos.

Irisadas medusas
flotaban entre basura.
Sí, también fuimos depredadores
de lugares donde dejar el coche.
Blandiendo la sombrilla cual espada,
tomamos posiciones
justo en primera línea de playa.

Nos sentíamos bien:
Por tener nuestro lugar,
en una urbe de tiempo y espacio apretujados.
Por lo deseado de nuestra fuerza de trabajo.
Por ser fieles observadores...
de las leyes de mercado.

viernes, 27 de abril de 2018

Del decaimiento de la dehesa a ideologías que "no nos representan"

Hace unos meses comenzaron las obras para realizar una carretera de circunvalación en nuestra localidad. Dicha carretera permitiría desviar el tráfico pesado directamente al polígono industrial, sin tener que atravesar el centro del pueblo.
Ya, en el año anterior, se había hecho público cómo serían las obras, las acciones a emprender y el impacto de las mismas.
Nos sorprendió gratamente que en el documento oficial (Resolución 30 de Marzo de 2017 DOE número 91) se hablara de los árboles que sería necesario talar. Incluso se hacía referencia a su edad (centenarios), su especie (Quercus ilex) y su gran porte (belleza). Como si fueran vecinos a los que hubiera que tener en consideración.

"Los principales impactos generados por el vial urbano de circunvalación son sobre la vegetación, encinas centenarias de gran porte, y la ocupación del suelo.

¡Incluso se hablaba de regenerar la zona con nuevos árboles! A modo de redimir nuestra culpa -por atrevernos a talar encinas centenarias para hacer  más cómodo nuestro tránsito hacia el polígono industrial-.

"Como medida correctora por la eliminación de la vegetación natural afectada por las obras de la carretera se realizarán plantaciones con especies autóctonas, plantándose 10 nuevos ejemplares por cada uno de los afectados (cortados o destoconados, inclusive los pies pequeños). Las plantaciones se realizarán con el número de ejemplares y en las zonas aprobadas en el plan de reforestación, y en las condiciones que garantice la viabilidad de los ejemplares plantados (se realizarán riegos periódicos, al menos durante el primer año de plantación). La encina (Quercus ilex) es la especie arbórea dominante en la zona."

Y, la verdad, nos parece un avance genial -para superar nuestro etnocentrismo de especie- el que se tenga en cuenta al resto de seres vivos -no solo los humanos- cuando se abordan este tipo de infraestructuras. Unos seres vivos que, además, hablan mucho de nosotros, de nuestra historia y la historia del planeta.

Sin embargo, todo este aparente respeto y cuidado con el arbolado de la dehesa, contrasta con una terrible realidad: y es que, la dehesa, parece ser uno de los espacios menos valorados del pueblo.
-Tenemos que hacer una escombrera municipal, ¿dónde la ubicamos?
-En la dehesa!
-Se ha muerto mi perro, ¿dónde lo tiro?
-A la dehesa!
-Hay que trazar una carretera de circunvalación, ¿por dónde?
-Por la dehesa!
-Hay que hacer un campo de golf, ¿dónde?
-En la dehesa!
-¡Allí no hay na! Un montón de ovejas hambrientas que no dejan crecer la hierva y un puñado de encinas moribundas que ya no echan bellotas y no valen ni para leña. De hecho, sé que tengo unas cuantas encinas que heredé de mi abuelo y no voy ni a verlas.

Pero esto no siempre fue así. Hubo un tiempo en que la dehesa realmente importaba (no solo como metro cuadrado de terreno) y los árboles que estaban en ella también (no solo como ornamento). Lo demuestran el enorme esfuerzo que supone mantener el terreno despejado de monte bajo, y el que existiera un interés por poseer en propiedad las espaciadas encinas (derecho de vuelo):
-¿De quiénes eran las encinas cortadas? No se menciona en el DOE
-¿Saben sus dueños que eran propietarios?
-Las 10 nuevas encinas plantadas por cada una de las cortadas ¿A quién pertenecen?
-¿Cuál es el precio de una encina centenaria? ¿Y el de una nueva?

Se oye mucho hablar del decaimiento de la dehesa y, en gran medida, la causa es el desprecio absoluto por este ecosistema. Especialmente en terrenos de titularidad pública: terrenos que son de todos pero que, realmente, tratamos como si no fueran de nadie, como si nadie tuviera la responsabilidad de cuidarlos o mejorarlos.
-Eso son cosas de la Junta (o del ayuntamiento). Cosas de partidos políticos y burócratas.
Como si los vecinos fuéramos meros usuarios, gente que acude a ese espacio a consumir sus derechos heredados (o pagados: en impuestos, cuotas de arrendamiento...)
-El bosque es de todos, quema tu parte!

Corazón partido de encina centenaria tras ser atropellada por la carretera de circunvalación

La dehesa siempre ha tenido problemas. Siempre ha sido un espacio comunal donde los vecinos satisfacían intereses individuales. Por ello, siempre ha existido, y existe, una reglamentación o legislación que pauta su uso.

El que ahora la dehesa se encuentre en una situación más vulnerable que en el pasado, podría deberse a los siguientes factores:
  • Un menor interés en la agricultura y la ganadería, especialmente en estos sistemas de bajos rendimientos. Nuestras economías no se basan en la subsistencia, sino en el beneficio. Y, para satisfacer este deseo de lucro cortoplacista e individualista, resultan más convenientes los sistemas intensivos altamente tecnificados.
  • Los gestores de estos terrenos son ahora las administraciones públicas (ayuntamientos en el caso de las dehesas). En lugar de ser los usuarios y vecinos los que se impliquen directamente en la toma de decisiones.

Ambos factores están íntimamente relacionados:

La falta de interés en la agricultura y ganadería tradicionales las deja en un área de marginación. Sus trabajadores y sus métodos son tildados de rudimentarios. Además, sus bajos rendimientos, son ignorados por los mercados globales. Acaban convertidos en esclavos y vasallos de las políticas económicas que pretenden salvarles de la voracidad de esos mismos mercados: plegados a los condicionantes de subvenciones que dictan gobernantes totalmente ajenos a la tierra.
El desinterés se manifiesta también en que, agricultores y ganaderos, no tienen un reconocimiento público (como podría tenerlo un futbolista), ni un reconocimiento económico (como sí lo tiene un ingeniero que se dedicara a diseñar armamento militar). No existen referentes, casos de éxito que sean alabados y tenidos en consideración por la sociedad.

Si uno toma distancia, se da cuenta de que la mayoría de trabajos  del campo, además de precarios, siguen siendo duros y sacrificados. Ha avanzado la tecnología y el conocimiento (y con ellos los rendimientos). Pero también se exige una mayor producción para mantener un nivel de renta aceptable. Mientras, existen otros trabajos más favorecidos por el sistema, que exigen menor dedicación y que garantizan unos ingresos independientes del nivel de producción (estabilidad).
-De esos dos grupos ¿Cuál consideras más susceptible de incorporarse a la vida política? Seguramente los segundos: porque los primeros ya están bastante afanados en satisfacer sus necesidades básicas (alimento, vivienda, crianza...).

Así, el campo (la dehesa), resulta encontrarse gobernado por quien no tiene nada que ver con el campo. Y, en gran medida, es consecuencia del desdén de la sociedad hacia la agricultura y ganadería. Que repercute en que sus trabajadores apenas hayan experimentado mejoras en la cantidad de tiempo libre, apartándolos así de la política y, por tanto, de la toma de decisiones  (ya que la vía política de partidos es la única forma de intervenir en lo público).

Nos hemos acostumbrado a que la política y la toma de decisiones sobre lo público, fluya de arriba hacia abajo. Al margen de la población general. Al menos en la historia del último siglo ha sido así. En Extremadura, quizá, de forma más intensa: latifundios, grandes propietarios, dictadores... Arrastramos esa pesada losa. La losa de que la población no puede decidir sobre lo público. Eso debe hacerlo el rico -más recientemente el que tiene estudios-. El resto solo tiene derecho a aceptar que su entorno se transforme en lo que unas ciertas élites consideren lo mejor para el bien común -o, en sistemas corruptos, el bien propio de esas élites-.

Pero cualquiera puede tomar decisiones sobre lo público: todos tenemos una idea de cómo nos gustaría que fueran nuestra sociedad y nuestro entorno.

Dejar el poder en manos de unos pocos -que al final es en lo que consiste nuestra democracia representativa- conlleva la materialización del ideario de esos pocos. Cualquiera puede acceder al poder, pero siempre tiene que aceptar sus premisas: las de unas instituciones fundamentadas en una economía aristocrática capitalista.
-Si no eres capaz de atraer el capital y generar empleo y riqueza, entonces serás un mal gobernante.
Pero este ideario pasa por alto muchas cuestiones:
-¿Es lícito o deseable que solo unos pocos decidan y se repartan la riqueza?
-¿Qué sistema de trabajo es ese que exige tantas horas a unos y excluye a otros (parados)?
-¿Existe algún bien que no sea monetizable? ¿Cuánto vale una encina centenaria?
-¿Se puede crecer indefinidamente?

Hemos asumido que ya no es suficiente con que los gobernantes tengan títulos nobiliarios o un gran poder adquisitivo. Si no que, además, deben ser personas formadas (políticos de carrera), con muchos másteres, idiomas y contactos con las diferentes administraciones y empresas. Como si el gobernante fuera alguien que debe resolver complicados problemas técnicos mientras toma copas con otros de su misma posición social.
Así, nosotros mismos deslegitimamos el autogobierno del pueblo. Y secundamos sistemas que "no nos representan". Apoyamos gobiernos que se sostienen en la desigualdad de dominantes y oprimidos, de ricos y pobres. Gobiernos que se alimentan de los productos de la dehesa, pero que viven con la mirada clavada en los despachos, las grandes ciudades, la expansión, el crecimiento, la velocidad, la fiesta...

Alcanzar una sociedad más justa, participativa e igualitaria, donde todos y todas podamos sentirnos cómodos y materializar nuestros proyectos, así como disfrutar de un entorno amable, bello, productivo y sostenible, se ha convertido en un aspecto secundario (prescindible) de la política y la economía de los pueblos.


La incorporación al mercado global, parcialmente liberalizado, tampoco le ha venido bien a la dehesa. Sus productos no han conseguido posicionarse en calidad. Y no pueden competir en precio, porque el sobrecoste de los alimentos industriales lo asume el Medio Ambiente (en lugar de pagarlo nosotros en la cesta de la compra).

Así que, nuestros mercados tampoco valoran el Medio de trabajo de nuestros ganaderos  y agricultores tradicionales; ni el Ambiente de dehesa, ese que forma parte de su vida y del modo en que gestionan sus explotaciones.
De esta forma, las encinas centenarias llegan a tener un precio bajo, aunque su valor ecológico y como medio de producción sea alto: porque ofrecen refugio contra el sol abrasador, porque dan leña y bellotas -y, durante ese tiempo, no hay que comprar alimento para el ganado-, porque protegen el suelo de la erosión, de la desertificación...

Si solo tenemos en cuenta la economía en nuestras ecuaciones, entonces estaremos arrasando una gran cantidad de recursos valiosos (si se miran en su contexto histórico y social).
Hoy día, nadie se plantea destruir el coliseo romano para, con sus piedras, construir un centro comercial. 
-Es que el patrimonio histórico genera unos beneficios a partir del turismo... 
Sí, ya sé que podemos hablar también de patrimonio natural. Y, si se consigue monetizar, también es respetado.
-Entonces, todo lo que queda fuera de esto que llamamos "patrimonio" se puede destruir sin más? siempre que la rentabilidad menos la inversión dé un saldo positivo?

Mientras aumenta el capital a nuestro alrededor, tenemos la impresión de que la civilización progresa... Cuando, en realidad, podemos estar destruyéndonos a nosotros mismos.

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En el proyecto de la carretera de circunvalación se incluía la reforma del boulevard del pueblo, conocido por los vecinos como "Paseíllo". Una obra cuestionable y muy polémica: no era algo que entrase entre las prioridades de la población (su anuncio fue sorprendente e inesperado). Además, la reforma suprimía la mayor parte de los árboles: plataneros, ciruelos de hojas púrpura, un pinsapo enorme y algunas palmeras.
Esta era la única zona del centro del pueblo con un arbolado maduro. Aquí las familias podían sentarse en un banco a la sombra y comer tranquilamente unas pipas, mientras los niños jugaban. Llevaba cuarenta años siendo un lugar de reposo y recreo y, para muchos de nosotros, formaba parte del relato de nuestra infancia.

Los primeros días de reforma fueron terribles: por la tala y derribo de árboles. En medio del pueblo, a la vista de chicos y grandes. Un mensaje de vandalismo lanzado desde las propias instituciones.
Una acción que se ha justificado con argumentos económicos: dar trabajo (temporal), incrementar el gasto público... Y con argumentos de seguridad vial: -Con las reformas, el "Paseíllo" será más seguro porque, además, se prohibirá aparcar.

Una vez más, existe un desprecio absoluto por la Naturaleza y el legado de las generaciones anteriores.
Tal vez, dentro de unos años, reparen en que el nuevo "Paseíllo" es muy caluroso. Y, entonces, sea necesario instalar algún sistema de sombra (artificial), para suplir la ausencia de árboles (como ya ha ocurrido en otras zonas del pueblo). Otra vez: más trabajo (temporal) y más inversión. En esa espiral de comprar, usar, tirar (consumismo) de la que no parece que tengamos ni idea de cómo salir ¿Será que en el fondo no nos incomoda?

Paseíllo días antes del arboricidio.

Puede pensarse que a los pueblos pequeños no llegan las "ideologías" (modelos imaginados que tratamos de materializar); o que el poder está distribuido entre toda la población, al existir un trato directo con los gobernantes (que son permeables y sensibles a las opiniones y preocupaciones de los vecinos). Pero resulta muy ingenuo pensar que las gentes de los pueblos son diferentes, o que son comunidades aisladas, al margen del poder, las modas o las comunicaciones.
La ideología (creencias y prejuicios) se propagan por el conjunto de la geografía impregnándolo todo, estamos inmersos en ideología: desde el modelo de quiénes y cuántos deben gobernar, a qué grupos y sectores deben tener más peso en el poder -o al cliché de que los árboles son sucios y peligrosos-. Las instituciones mismas están fundamentadas sobre ideologías. Y la ideología dominante (la de occidente) es una ideología patriarcal, judeo-cristiana, aristocrática, capitalista, colonialista...
Por tanto, no es de extrañar que cualquier poder, por pequeño que sea, se ejerza de forma autoritaria y violenta (pasando por encima de las preocupaciones e intereses de cualquier sector "minoritario"). Se trata del mismo poder que conquista, somete y transforma la Naturaleza, en la búsqueda incansable de beneficios siempre crecientes.
La dehesa es fruto de la acción humana que ha modelado ese paisaje. Y, a pesar de nosotros, ha existido y nos ha acompañado en nuestra historia durante siglos (eso es la sostenibilidad). Quizá porque fue una acción humana ejercida desde abajo, desde las clases trabajadoras, desde la necesidad de integrarse y vivir en y del Medio (eso es lo que proporciona libertad y autonomía).

La Naturaleza no nos ha necesitado nunca para ser mejor, pero ello no quiere decir que no podamos convivir en armonía. Cualquier intervención destructiva debería ser siempre muy meditada. Tenemos la tecnología, la ciencia, el tiempo y un montón de ideas. No siempre es necesario arrasar: podemos plegarnos, adaptarnos e integrarnos en el entorno... Como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie.


Bibliografía relacionada:

lunes, 19 de marzo de 2018

Lo siniestro de las encinas centenarias y referentes cinematográficos


Decía Freud que "lo siniestro causa espanto precisamente porque nos es familiar". Y tiene tremendo valor estético: lo oscuro, violento, sangrante... David Lynch lo explota muy bien en sus películas.


Como esta visceral escena de la anciana: horrorizada ante los pies cercenados de sus compañeras.

Dehesa de Herrera del Duque atropellada por el nuevo tramo de circunvalación hacia el polígono industrial.

Ni Leatherface hubiera desatado tanto ensañamiento en una matanza fuera de Texas.

En una de las escenas de "Inland Empire", el celoso e influyente marido de Nikki advierte al apuesto Devon:
"Hay consecuencias para cada acción. Y, sin duda, también hay consecuencias para las malas acciones. Y serán oscuras e inevitables. ¿Por qué hay necesidad de sufrir?"

Pero el miedo a lo desconocido no nos paraliza, y continuamos con nuestra obra: arrasamos montes, asfaltamos caminos, quemamos nidos, construimos fronteras, oprimimos al pobre, marginamos al diferente y generamos millones de kilovatios de Electricidad... Nada consigue saciar nuestra ansia de expansión.
Y no es que desde este blog tengamos nada en contra de la Electricidad. Pero resulta muy poético reparar en toda esa energía, desplazándose por los campos... hasta llegar a las tomas de nuestros hogares.
Será por ello que en la tercera temporada de Twin Peaks, la Electricidad, juega un papel fundamental. Algo así como la puerta de la caja de Pandora. Parcialmente controlable si la mantienes cerrada. Pero, al abrirla, todos los males se escapan irremediablemente y se esparcen por el Mundo entero, en una gran explosión termonuclear.

"Así y todo, existe la magia". Es mágico que estas encinas centenarias se mantengan en pie, en un terreno tan duro y seco. A pesar de nosotros -y las heridas que infligimos-, a pesar de que con nuestro ganado no dejamos que sus retoños levanten un palmo del suelo. A pesar de que no nos tiembla el pulso para acabar con estos árboles -catedrales vivas-, que ya estaban ahí antes que nuestros abuelos vinieran al mundo.
Quizá, si hablasen, podrían contarnos historias tan increíbles como la del replicante Roy, en Blade Runner, justo antes de morir:
-"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia..."

Twin encinas en dehesa de Herrera del Duque

Pero lo siniestro se nos ha vuelto demasiado familiar. Ya es solo un aspecto más de lo cotidiano, como los inmigrantes que se ahogan en el mar, las guerras en oriente próximo o los ensayos nucleares en el Pacífico... Si esos son nuestros referentes ¿Por qué habría de dolernos el grotesco cadáver de una encina, con las ramas por los suelos y las raíces clamando al viento?
Quizá no nos duele porque nos creemos a salvo de nuestra propia falta de escrúpulos. Pero "hay consecuencias para cada acción..." y nuestra ciencia y tecnología no parecen suficientes para eludir los oscuros efectos.

miércoles, 14 de marzo de 2018

¿Qué dinero! ¿Qué trabajo! Ni qué niño muerto!

Cuanto más dinero tenemos más seguros nos sentimos ante cualquier posible adversidad, también nos dispone más lujos y comodidades. Pero no es suficiente tener dinero, además queremos estar frescos, despiertos y ávidos para conseguir cada vez más cantidad: porque el dinero se agota y la vida sigue. Y, aunque nuestra vida se agote, la de nuestros seres queridos sigue adelante. Así que, nos gustaría dejarles el respaldo de nuestros bienes, para que supla la ayuda que podríamos haberles prestado en vida.
El dinero se convierte en objeto de deseo, y dedicamos gran cantidad de horas a conseguir cada vez más, sin que haya un consenso de cuánto es el máximo del que una persona puede disponer, o el mínimo imprescindible para ser feliz. Porque al final se trata de eso: de ser feliz, de gozar de libertad...

El dinero condiciona absolutamente nuestra vida, sin embargo, cada vez tiene un carácter más abstracto: una serie de números almacenados en una cuenta bancaria. Y, al tratarse de algo tan etéreo, necesita de altas dosis de tecnología (para impedir falsificaciones) y burocracia (para mantenerlo en los circuitos estadísticos de la economía capitalista).
Ya no es como la enorme hucha del Tío Gilito, llena de billetes y monedas de oro... Un lugar donde relajarse, nadando entre papeles impresos con caras de presidentes y contando cada centavo.

Pero el capitalismo necesita trabajadores. Los trabajadores se caracterizan porque solo pueden acceder al dinero a costa de su tiempo y sus habilidades. Tener un trabajo, en la mayoría de los casos, te garantiza una mínima cantidad monetaria para comprar comida, vivienda, transporte, cuidar unas mascotas, hijos... Cuánto más bajo y duro sea tu trabajo: más pendiente estarás de cubrir esas necesidades básicas y menos tiempo tendrás para ser feliz y llevar a cabo tus proyectos de vida (u otros mundos posibles).

Trabajo, dinero,  necesidades básicas, seguridad... ¿Y la realización personal? Podría conseguirse siempre que tu idea de realización personal se enmarque en este esquema. Lo que suelen decir todas esas teorías de autoayuda, motivacionales: -Busca un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un solo día de tu vida.-
Pero aquí subyacen dos ideas contrapuestas:
Que existen personas que no trabajan y que, además de tener sus necesidades básicas resueltas, pueden dedicar todo su tiempo al ocio (o proyectos personales).
Que el trabajo, en general, es una carga, una lucha constante por la supervivencia. En un mercado laboral donde, además, existe un exceso de demandantes de empleo.

El buen funcionamiento de las sociedades actuales se basa en este esquema de trabajo/dinero. Aunque se trate de un trabajo que guste, siempre se han de realizar tareas que no satisfacen: porque el dinero acarrea burocracia y, además, está en manos de otro, al que hay que complacer para conseguirlo. No importa si eres ingeniero de la NASA o redactor freelance, siempre hay que prostituirse. Siempre queda un cierto malestar... A menos que tu fin último sea el dinero, conseguir cada vez más.

Amasijo de orugas arrastrándose por el suelo en La Siberia extremeña


Andaba yo mirando a mi hija de 11 meses, en uno de sus momentos de alegría y juego. Obviamente, ella no sabe nada de dinero, trabajo, convenciones sociales ni está influenciada por los medios de comunicación. E intentaba escudriñar en ella qué la hacía feliz, qué la hacía seguir adelante, en una vida tan aparentemente sin sentido: totalmente dependiente (ahora comienza los intentos para alzarse sobre sus dos pies), sin hablar ni poder elegir su comida... En una vida que, a los adultos, en ocasiones, se nos hace demasiado larga, demasiado dura. Nunca he conseguido ver en ella ese hastío, todo lo contrario: se la ve feliz cuando juega, explorando el mundo que la rodea, mordiendo, tocando, arrastrándose... ¡Rebosa vitalidad! Incluso cuando llora desconsoladamente porque hay algo que la molesta o no consigue lo que quiere. Sí, vive intensamente, sin grandes lujos ni artificios.

Jugar, explorar... Parece que en la edad adulta se transforman en: competir, catalogar... Mucho más estresante y aburrido. Será que, al crecer, se nos queda todo mucho más pequeño y necesitamos ir cada vez más lejos. Necesitamos colaborar, apoyarnos en los demás... Pero, en algún momento, hubo alguien al que no le apetecía dialogar, o participar en proyectos colectivos para ampliar el mundo conocido, y decidió imponerse con violencia, someter a los demás para que trabajaran en su proyecto personal.

Someter a los otros es también tarea ardua, hay que estar continuamente pendiente, sofocando revoluciones, ejerciendo represión... obligaciones bastante fastidiosas que, además, no acaban nunca, porque los sometidos pueden identificar fácilmente a su enemigo, tomar conciencia de clase, organizarse y guillotinar al Rey!
Resulta mucho más efectivo, y menos engorroso, organizar estos "juegos del hambre". Donde los individuos competimos en el mercado para materializar proyectos ajenos, a cambio de un dinero apremiante y un ocio extraño (consistente en vivir de forma efímera el ideal burgués). Gozamos de cierta autonomía y libertad. Mantenemos afiladas nuestras herramientas de trabajo, en la lucha por la supervivencia, a la espera de una oportunidad que nos permita avanzar en la propia estructura de poder que nos somete.
En este ajetreo máximo, ya no sabemos para qué trabajamos o si, en nuestros juegos de infancia, existía la idea de ampliar nuestro mundo conocido en otras direcciones. Donde nuestra felicidad y curiosidad no compitieran ni restaran a la de los demás.
Otro mundo posible, donde los niños sigan siendo vitales y sus cadáveres no se afanen pesadamente en conseguir un puñado de dólares.

martes, 6 de febrero de 2018

El rey Bobón y otros cuentos de empoderamiento

Últimamente no dejamos de ver noticias de raperos, twitteros, cooperantes, titiriteros... envueltos en procesos judiciales por sus comentarios, letras, publicaciones o acciones.

Desde mi punto de vista, hay que estar muy enfermo, y muy ocioso, para acudir a un juzgado a denunciar a esta gente. Exactamente no comprendo qué tipo de imaginario deben manejar las personas que se dedican a buscar twitts o estudiar las letras de estos raperos para acusarlos. Supongo que se consideran iluminados defensores  del Status quo: los garantes de la estabilidad, la ley, el orden y el buen gusto (el gusto de las clases dominantes).
Tampoco alcanzo a comprender qué idea pueden tener de Justicia. Será que tienen la idea más acorde con la realidad: que la justicia está ahí para defender los intereses del capital, someter y amedrentar a la mayoría, mantenerla fuera de los círculos elitistas.

Viendo la serie de titulares, parece una cruzada contra cualquier minoría que se atreva a cuestionar que vivimos en el mejor de los países posibles. Y quiero pensar que, al menos los que se levantan por la mañana y van a un juzgado a formalizar la denuncia, forman parte de ese "mejor mundo", el mundo privilegiado, el mundo orgulloso de sí mismo porque se ha apropiado de todo gracias únicamente a sus méritos (y los de sus padres, abuelos, prácticas abusivas, monopolios, favoritismos...)

Les acusan de delitos relacionados con el odio, incitación a la violencia, tráfico de personas... Pero, lo que realmente incita al odio, son las situaciones de degradación personal y desigualdad (además de la exigencia de una actitud de respeto y legitimidad sobre ciertos hechos y personajes que no lo merecen). Sin embargo, en lugar de luchar contra la desigualdad y opresión, se instiga al sistema legal para que actúe contra los que expresan ese malestar general. Se les tacha de "antisistema", se les criminaliza y se les expone públicamente para lanzar un mensaje de escarmiento.
Independientemente de si finalmente resultan culpables o no: pasar por procesos judiciales que se prolongan durante años, perder el tiempo en busca de abogados, salas de espera, insultos, incertidumbre... es una medida disuasoria eficaz.

Las situaciones denunciadas por estos "antisistema", son ciertamente indignantes, nos revuelven las tripas a muchos de los que las observamos. Y no es para menos. Vivimos en un país de tremendas desigualdades. Por mucho que se reprima a los que le ponen voz, nos distraigan con partidos de fútbol, reyertas nacionalistas y anuncios publicitarios; el rey, los altos cargos, los multimillonarios siguen ahí, exhibiéndose, en los medios, a la vista de todos. Los raperos solo ponen música y letra a lo que es obvio: que su lujo es nuestra ruina.

Para mí, el caso de la familia real resulta especialmente flagrante: una familia que vive a todo trapo a costa del trabajo de todos los súbditos del país. Es simplemente un insulto para el conjunto de la población que, estando sometida a las leyes de un mercado salvaje (al que además le sobra mano de obra), observa incrédula este anacronismo pomposo que parece decirnos a todos: -Siempre ha habido ricos, lo único que podéis hacer es seguir trabajando y aguantando para pagar nuestro bienestar-

¿Por qué no podemos fantasear con la cabeza del monarca rodando tras el filo de una guillotina? ¿Por qué se nos niega el imaginar un mundo sin sus privilegios?.
Porque en cuanto estas cosas se plantean, aunque sea en ámbitos tan distendidos y experimentales como el arte o las redes sociales, los sectores más rancios y conservadores de la sociedad echan mano de su justicia, sus banderas y su unidad inquebrantable del estado-nación, para acallar cualquier discrepancia, para dejar claro que ellos pueden gritar más fuerte y que la tienen más grande.
Afortunadamente, ya no se puede asesinar o torturar. En su lugar nos mandan a juicio. Será el juez el que decida, en base a leyes escritas, si hay delito o no. Pero a nadie se le escapa que no son los ciudadanos los que escriben leyes y organizan su aplicación. Y que los jueces, policías y demás cargos públicos han jurado fidelidad a unas instituciones, documentos y banderas, que pagan sus salarios, y que estos "antisistema" se atreven a cuestionar.


El empoderamiento 
Nos adoctrinaron para vivir temerosos de dios y, ahora que no cuela, nos inyectan el miedo al paro, las crisis, la precariedad, la justicia...
Cuando uno de estos atrevidos "antisistema" alza su voz contra el rey, el presidente, las leyes, la brecha social... y no lo hace con una actitud sumisa sino, muy al contrario, con una actitud incriminatoria y amenazante, no hace sino alzar la voz de todos los oprimidos, nos visten con la dignidad de la que carecen las élites, nos empoderan.
Constatan que el rey va desnudo, que es igual a la trabajadora del Telepi, al cajero del Metadona, el teleoperador de Vomitar, las jornaleras...
 Solo nuestra complacencia, y su falta de escrúpulos, hace que pueda celebrar fiestas en lujosos yates privados, mientras otros se juegan la vida en frágiles pateras.

Y eso es lo que molesta a los que están arriba, a los defensores del orden y la ley: el saberse igual al resto de humanos, mientras disfrutan unos privilegios que no merecen, que han sido usurpados con malas artes, cobardía y violencia.

Como exclamó un cabreado Labordeta a los diputados del partido popular en el congreso:
-“Ustedes están habituados a hablar siempre porque aquí han controlado el poder ustedes toda la vida. Y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados y reprimidos por la dictadura a poder hablar. ¡Eso es lo que les jode a ustedes! ¡Coño! Y es verdad, ¡joder!”


jueves, 25 de enero de 2018

Soñé al 1%

Soñé con un mundo donde no se cumplen los sueños.
Donde hasta los 27
puedes ser cualquier cosa:
Janis Joplin, Kurt Kobain
o ponerte a trabajar.

Soñé un mundo donde el 1% de la población
posee el 90% de la riqueza.
Soñé con vivir el sueño del 1%

Soñé un mundo de oportunidades,
un mundo de horario laboral intensivo:
9 horas diarias
6 días a la semana.
Soñé el pleno empleo,
sin vacaciones ni sueldo.

Soñé con prostitutas,
estafadores y ladrones.
Soñé con autónomos y temporeros.
Soñé la desigualdad
y sus extrañas profesiones.

¿Para qué seguir soñando...
¿Para qué seguir soñando!
Si tengo más de 27,
si formo parte del 99%,
si sólo me queda aguantar
y traer al mundo otros
que aguanten detrás.

Soñé con una gran fiesta,
alcohol, música y chuletas.

Volví al "uno dos" de mis discos:
Agila,
Fugitivos del paraíso,
Editor de sueños,
Pafuera telarañas...

Golpear una guitarra,
manchar un lienzo,
garabatear la hoja en blanco,
soñar tags HTML,
instrucciones CSS
y texto parpadeando.

Soñé con porros y más drogas.
Pensé en Amancio y Gates,
me preocupaba su felicidad
y la del resto del 1%
¿Habrían cumplido su sueño?
¿Al menos al 99%?


lunes, 15 de enero de 2018

A mí me gustan mayores

A todos nos pasa que estamos un poco perdidos.
A veces nos pasa que andamos buscando la manera de vivir mejor.
Yo tengo algunas ideas, vagas.
También tengo el miedo a que acaben en un vivir peor.
Tomar decisiones, elecciones,
apostar por lo conocido,
lanzarse tras un destello multicolor...
El trabajo, las tareas de casa,
lo que esperan de uno:
familia, amigos, compañeros...
La pasta, el auto, el colegio, los médicos...
La diversión, el deporte, crear, cultivar...
¿En el campo se vive mejor?

Siempre es más fácil saber lo que no queremos.
No soy un viajero aventurero.
Me imagino más como una piedra:
"porque las piedras siempre van al fondo de las cosas"
O una planta...
Me gusta cómo crecen las plantas,
cómo echan flores, frutos, semillas...
Producen mucho,
así, como inconscientemente,
parecen querer gustar a todo el Mundo.
Maman pero no lloran.
Y si lloran a nadie importa.

Me gustan los árboles:
como a Becky G,
a mí me gustan mayores,
de esos que llaman catedrales.
Me gustan grandes,
que no quepan en el objetivo,
que haya que fotografiar por partes.

Divide y vencerás:
si divides lo suficiente
llegarás a la fórmula matemática.
Sólo hay que encerrarla en su
recipiente de ámbar y
volver a multiplicar,
para construir otra realidad:
digital, virtual,
y otra vez mesurable, reproducible,
formando una geometría fractal.


Romanesco - Herrera del duque 11-01-2018

* [...], si yo no hubiese sido persona me habría gustado ser piedra, porque las piedras siempre van al fondo de las cosas. [...] - José Domínguez, "el Cabrero".