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martes, 26 de agosto de 2014

retorcidas

Aquí, en el pueblo, hay una Dehesa de Encinas centenarias. Contorsionistas en formas inverosímiles. Pasear por ella es toda una experiencia -pasear entre árboles maduros siempre lo es-. Cierta atmósfera de magia e incredulidad te atrapa: ¿Cómo son posibles en un suelo tan agreste? ¿Cómo sobreviven a podas salvajes, heridas de muerte...? Retorcidas de dolor, y aún así, proyectándolo en apacible sombra y abundantes bellotas.


Sí, la Naturaleza es irregular... y generosa. Dedicamos tremendos esfuerzos para someterla a la línea recta, a nuestros esquemas simplistas y ritmo acelerado. Siempre con resultados erróneos, con acciones violentas y reacciones tardías.

Así que acabamos implorando a Dios. Porque no puede ser que la Naturaleza se nos escape de las manos. Debe haber algo superior, algo como nosotros... pero más grande y misterioso. Una invención que sirva para todo: que perdone al poderoso y que llene de esperanza al pobre... Ardua tarea la de los teólogos. Uno ya no sabe si la tendencia a ser gobernados es fruto de siglos de entrenamiento o un gen social que nos condiciona como hormigas: ser reinas o esclavos.

Con todas las historias que forman parte del imaginario occidental y toda nuestra ciencia: ¿Cómo es posible que ese cuento de negación de lo humano y lo natural siga teniendo quien lo tome en serio?

Así que, el catolicismo, nos somete a la tiranía de la fe, nos corta las ramas y nos retuerce como las encinas de estas dehesas. Pero en lugar de sombra, proyectamos odio: hacia la tierra agreste, que arañamos y exprimimos con violencia en busca de frutos exóticos, dinero... En constante lucha por un porvenir ilusorio, irreal, de muerte ¿Es por eso que se dice que el catolicismo es una religión nihilista? Promete un cielo que solo es posible alcanzar tras consumir la vida. Riquezas que solo llegan tras la entrega a la ley del esfuerzo y el crecimiento, hasta los límites de lo insostenible. La negación adherida a todas las creencias, también al capitalismo.

Yo prefiero el mundo real, el que perciben mis sentidos. Claro que, si te rodeas de lo monótono, el gris, humo, prisas, metal, papel... Quizá sea preferible una religión nihilista.

De pequeño, el único contacto que tenía con estas viejas encinas, era en los días de Navidad, cuando se hacía una gran hoguera en la plaza del pueblo con el tronco de una de ellas. Ardía durante todas las fiestas.
Tantos años de historia no pueden borrarse demasiado rápido.
Las dehesas son terrenos singulares, gestionados por todos, puestos en común... Al salir de la iglesia "el tronco" ardiendo era punto de encuentro, donde calentarse el culo, las manos y jugar a descubrir lo inflamable de los diferentes materiales. Con el pasar de los días el gran dinosaurio se iba consumiendo.
Las encinas crecen tan despacio... Al contrario que pinos y eucaliptos, de los que hay numerosas plantaciones. Quemar madera...

Así que, iban a morir al pueblo, cerca de la iglesia. Cuando la muerte ronda cerca, el miedo se intensifica y muchos se arriman a Dios. Esperando una segunda vida. Sí, en la vejez volvemos a las fantasías, como cuando éramos niños y creíamos que podríamos volar... como Super Ratón.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Pantanos

Las lápidas cubiertas de algas, yacían a varios metros bajo la superficie del agua. Ahora servían de refugio a carpas, lucios, cangrejos...


Este pantano será muy importante -Dijeron a los vecinos de las poblaciones afectadas-. Servirá para abastecer de electricidad a toda la comarca e, incluso ¡Se podrá exportar a otras provincias! Permitirá un control más eficiente de los regadíos situados en el siguiente tramo de río; tendréis más y mejores sitios de baño y pesca ¡Es el progreso!
 

Los años habían pasado y a nadie importaban ya los viejos cementerios, o los pueblos y campos labrados con el sudor de muchas generaciones. Nadie los recordaba, eran solo historias de viejos.
El campo es muy duro, hay que estar pendiente todos los días -Era la cantinela con la que siempre había crecido-. Años más tarde, oiría esas mismas letanías referidas a cualquier trabajo. -Así que, todo el mundo se queja...- Pensó.
Había crecido y había aprendido a olvidar. Primero con pequeñas lagunas, de forma casi inconsciente. Más tarde: con saña y premeditación. Como hicieran los ingenieros de aquellos pantanos: sepultando pueblos, cementerios y otros sucios recuerdos de aquellas comunidades aisladas e infestadas de pecados capitales.

Se convirtió en un ciudadano universal: prendió en él la llama del desprecio hacia la ruralidad, sus formas de vida y costumbres. De tanto escuchar -En la ciudad está el progreso y la abundancia. Aquí solo hay miseria-. Empezó a amar, a interesarse por todo aquello que venía de fuera, por todo aquello que estaba más allá de los pantanos. Las enormes masas de agua se le hicieron pequeñas. También la serranía sobre la que se erguía el castillo en ruinas -antaño bastión de beligerantes visires-.
Se fue. A descubrir nuevos mundos y formas de vida. Como un niño al que le están saliendo los dientes: mordía y besaba, en impulsos de amor y rabia, presionando los límites de su estrecho mundo. Hasta que cedieron...

A menudo se veía como un antiguo griego, abandonando la región del Ática, desprendiéndose de los símbolos y creencias de sus predecesores, en busca de razones. Pero en ocasiones dudaba y, como Ulises, intentaba volver a su pequeña patria: abrazar de nuevo los mitos, las leyendas y las encinas centenarias.
Nunca le importó ser contradictorio: albergar un corazón de diminuta guerra era parte de su sentirse vivo, la tensión que empujaba siempre hacia adelante.

Todos se vuelven hacia su comunidad, como todos se quejan de su trabajo. No era algo ligado al territorio. Muchas de las cosas que dicen ser propias de nuestro territorio son una falacia, una estratagema de unos pocos: para mantener sus posiciones privilegiadas -sin mover un dedo, contando con el apoyo y la simpatía de los que tienen demasiado miedo como para arriesgar sus miserias-.

***

Había algo podrido dentro de él. El olor de su aliento delataba un origen pantanoso. No eran solo los mordiscos y dientes amarillentos lo que intimidaba a los demás: eran el odio y desprecio hacia sus creencias (sus ídolos de plástico y metal).
El Dios judeo-cristiano le había marcado con su cruz y corona de espinas. Tanto como todos los moralistas que le rodearon desde su más tierna infancia, empeñados en entrometerse en cada aspecto de su vida, para juzgar y aconsejar, con la envidia y la codicia como únicas guías -Sí, lo fácil es dar consejos a los demás-.

Y aunque había aprendido a olvidar, los recuerdos seguían estando allí. Como las lápidas bajo el cauce -contenido por la grotesca presa que unía las dos orillas en la estrechez montañosa-. Como un torniquete en la rodilla, coagulando la sangre, obstruyendo la arteria de las dehesas.

Periódicamente llegan años de sequía, para exponer al sol abrasador restos deformes de civilización. Los miramos con desprecio, porque están muertos, superados. Mientras, el alma se agita: al comprender que seguimos dominados por supersticiones y cuentos de viejas; que hemos cambiado las gallinas por monedas y petróleo; los dioses por banderas; los reyes por banqueros; los burros por humeantes amasijos de plástico y metal...

Así, también a él le asaltaban veranos calurosos y secos. Aireando sus miserias y el olor a podrido de las falsas creencias.
Se sintió engañado: como aquellas gentes a las que convencieron para inundar sus pueblos, para dejar paso al progreso. Se sintió enfadado, con el ego hinchado, por haber sufrido y haber ganado...


***********************

Como Alfredo Landa en "Las verdes praderas":
-¿Qué piensas?
-En nada.
-No se puede pensar en nada. Eso me dices tú a mí.
-Quién coño me mandaría a mí meterme en La Confianza, estudiar económicas y perder la juventud y la vista en unos libros que no valen para nada.
-¿Y eso?
-Eso. Llevo 42 años pensando que lo que vivía no era importante, porque era como... como provisional, como, como si estuviera esperando destino. Yo creía que iba hacia una vida maravillosa. Y mientras estaba en la cola esperando, trabajaba y estudiaba como un negro porque tenía que ser así, porque más adelante iba a llegar mi vida, mi verdadera vida ¿Y sabes qué pasa? Pues que ya ha llegado.
-Y va, y no te gusta.
-Y va, y no te gusta. ¿Qué me espera?: Ocupar el puesto de Don Enrique, para él, para toda la vida. Casar a los niños tampoco, porque para entonces no se va a casar nadie. Total, tú y yo solos, vegetando todos los fines de semana en esa mierda de chalé, todos los puentes, todas las vacaciones de Semana Santa. Arreglando la calefacción, cortando el césped, limpiando la piscina...
-¿Qué piscina?
-Pues la que terminaremos poniendo.... Y un día te mueres y se te queda esa carita de gilipollas. Y en el último momento te dices, vamos, vamos, vamos... porque es que te han llevado al huerto toda la vida… y nunca has hecho lo que tú querías. Estudia, trabaja, échate novia, cásate, cómprate un piso, un chalet, un coche y trabaja como un burro para pagar las letras, los colegios de los niños, el fregaplatos, la cortadora de césped... Y te das cuenta que has vivido para Seat, para Philips, para Banús, para Zanussi, para el Corte Inglés… para La Confianza y su puta madre.
Después de tanto desearlo no me gusta. Y me paso las noches sin dormir. Me he equivocao
-Jose, a mí tampoco me gusta esto. Esa es toda mi vida
-Pues eso es lo que me pasa a mí... Que m'he equivocao, coño. Que m'he equivocao...



domingo, 8 de julio de 2012

Sueños de una tormenta de verano

Llegó la lluvia y sopló el viento desde las montañas; por un día se endureció la arena de la playa y asentó el polvo donde debe estar: en el suelo. Un día sin sudar, un día de descanso, en un verano sin tregua, de los que no dejan dormir ni descansar. El infierno es siempre un lugar cálido. Hay mitos respecto al viento: que vuelve loca a la gente; sin embargo, el calor, parece requisito indispensable para la madurez: de la fruta, del cereal... del tontito al que le falta un hervor.
El calor tiene un lado perverso y oscuro. Y no es sólo por la carne de los cuerpos que se expone sin pudor a los rayos afilados del sol. Además es el catalizador de las pulsiones de muerte, la llave de esas puertas que dejamos mal cerradas cuando preferimos olvidarnos de los traumas infantiles o adultos, para seguir adelante. Porque matar o dejarse morir es malo por igual, aunque las buenas personas prefiramos dejarnos morir...
Costaba entender porqué existía esa veneración incondicional hacia el verano. Porqué todos se dejaban arrastrar por sus instintos más destructores y se lanzaban a un ocio de sol, tabaco, alcohol, temperaturas extremas, comidas copiosas, músicas chillonas, sexo, adulterio, drogas... cáncer. Sufría, sufría por todos ellos, mientras el aire acondicionado le helaba los huesos en aquella oficina gris y oscura, después de un fin de semana de contrastes de temperatura.
Delante de la epiléptica pantalla de ordenador soñaba con vacaciones, en un lugar frío, quizá Siberia, viendo corretear los renos desde debajo de su gorro polar, mientras la nieve golpeaba con furia el grueso abrigo. De pequeño adoraba los cuentos populares rusos, recordaba perfectamente los dos tomos de pasta dura de la biblioteca del pueblo. Había leído cientos de aquellas historias de caballos semi-mágicos, expirando fuego en medio de la estepa helada, ayudando al joven de buen corazón (pero bolsillos vacíos) a conseguir el amor de la hermosa princesa. De pequeño siempre estaba en las nubes, quizá no le había dado lo suficiente el sol, de pequeño...
Odiaba el calor y el aire acondicionado; además tenía un corazón salvaje, como los jóvenes de los cuentos populares: por eso siempre estaba sudando. Quizá su fascinación por Rusia no era algo irracional, ni sus sueños marxista-leninistas... la comunión de bienes.

Una rata gorda y peluda se posó a su lado; con sus manitas pequeñas y desnudas parecía querer decirle algo. No era más que el jefe del departamento de cuentas. -¿Qué cojones querría ahora!-. Esta gente parecía no enterarse que el calor le ponía de mal humor. -De acuerdo- Le espetó -Sin ni siquiera pensar lo que le había dicho (siempre eran pequeños detalles que no le interesaban lo más mínimo)-. Le vio alejarse arrastrando su cola carnosa tras el traje negro. Fijó la mirada en la pantalla: -¡Mierda!- El protector de pantalla se pavoneaba con mil colores, ahora entendía a qué había venido ese ser agorero. Era un Lunes de Julio, después de un fin de semana de cáncer e infarto. Una salida de la autopista de la rutina, tan intenso como desconcertante. Pero el señor rata no sabía nada de eso y prefería importunarle cuando observaba inexpresivo los renos de su amada Siberia.

El infierno está lleno de calor y el mal tiene rabo. El deseo sexual se disfraza de voluptuosidad, el verdadero mal habita en mugrientas oficinas y sobre todo en las de amplias cristaleras. Después de la tormenta siempre llega la calma y le deja a uno tirado en medio de una realidad absurda, extraña, ajena... una especie de Matrix al que todos vivimos enganchados, engañados... como el Buda que no quiere saber de las pasiones.

La psicodelia del protector de pantalla le transportó a la noche del fin de semana, a la oscuridad de un antro en el centro de la ciudad donde se sorprendió mirando sus brazos, repletos de gruesas venas, como raíces de un gran árbol. Se giró para comentarlo a un colega, pero estaba en medio de un grupo que no era el suyo; una chica le preguntó algo, la música siempre estaba demasiado alta, o quizá  era extranjera; le señaló sus brazos, pero no pareció ver nada raro. Todos reían, bailaban y se movían muy rápido, así que pensó que sería el cóctel de drogas; que había llegado el momento de buscar al hombre sin química, aquel que habita más allá de los sueños, al otro lado de las sábanas, en el mediodía siguiente. Se fue a casa, sin despedirse, tampoco sabría de quien hacerlo, todos le resultaban conocidos. Fumando, tosiendo y sudando, con el sol asomándose para verle abrir la última puerta; se quitó la ropa y se metió en la cama, mientras pensaba que había vivido momentos de magia, que había visitado el lugar donde nace el narco iris y juegan los pequeños ponis. El calor y la humedad fueron especialmente insoportables, así que no descansó, sólo de vez en cuando susurraba -Mañana lloverá y arrastrará al mar este onírico malestar, las imágenes ya borrosas y los sentimientos de culpa, por no haber actuado acorde a la prudencia, la razón y el decoro.

El día siguiente amaneció un Domingo de tormentas, un regalo del Cielo. Dios le amaba. Después de todo, no había sido tan malo. Aunque no hacía falta que se lo confirmaran: él sabía que era de los buenos, de los que aman; los que odian prefieren de lunes a viernes: no piensan en la felicidad ni tienen raíces en los brazos y, por supuesto, no sueñan con árboles de vida y muerte.

sábado, 3 de febrero de 2007

Un pueblo

Comarca “La Siberia”, dentro de una comunidad: “Extremaydura”. Un pedazo de tierra medio despoblado, dentro de la península “Ibérica”, un lugar entre África y Portugal. Una tierra de conquistadores, el último bastión del caciquismo y sentimientos que manan directamente de la naturaleza salvaje de su gente.
La despensa (tomates, arroz, jamón...) y batería (hidroeléctricas, nucleares...) de Madrid. Uno más de sus parques temáticos a 200Km por la Nacional II. Recogedores de despojos, lameculos de gobiernos centralistas.

Un pueblo que no tiene orgullo ni se reconoce a sí mismo está condenado a la decadencia. No se puede destruir viejos valores sin más, sustituyéndolos por los de otros.
“Destruir, crear, dejar registro de los hechos.” -Eso es la Voluntad-.
Somos lo que comemos. Nos convertimos en lo que tomamos como modelo, en lo que envidiamos.

¿Por qué querer convertirse en humo y estrés? ¿Por qué añorar un mundo deshumanizado dónde las personas no son más que números? ¿Por qué alimentar a un pueblo con el sueño americano? ¿Por qué lo regional y lo típico tiene que ser lo antiguo y no las ideas que manan de la gente que habita la tierra?
Es una inconsciencia dejar que gobierne cualquiera. “Pero el que gobierne que traiga riqueza, trabajo, industria, centros comerciales, viviendas, campos de golf, pantanos, subvenciones... Todo por trabajar poco o nada, si el objetivo es vivir sin dar palo al agua. ¿Para qué crear si luego viene otro y se lo queda?” -Este es el pensamiento que rige a los votantes. La gente a la que se le ha llenado la cabeza con imágenes impactantes del mundo moderno, del mundo al otro lado del pantano, donde las personas “libres” cogen el metro para ir a trabajar, donde hay cines, teatros, grandes superficies -comerciales y de ocio-, aeropuertos, restaurantes, futbolistas, folclóricas...

El progreso debería ser algo más que destruir la Naturaleza, para convertirlo todo a imagen y semejanza del hombre. Y, de paso, que el capitalismo no se base sólo en el consumo exacerbado.

Por suerte, es una tierra extrema y dura, aún se puede vivir un poco al margen. Por suerte, es tierra de conquistadores y muchos prefieren abandonar su hogar, en busca del Dorado, a la Gran Ciudad. Mejor una pequeña aldea de irreductibles Siberianos que títeres de la Globalización y lo urbano.