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martes, 29 de junio de 2021

Ideología y ruralidad: lo comunal, la propiedad de titularidad pública, el Paseíllo, la playa de Peloche y los cercamientos

En Marx, la ideología viene determinada por las condiciones materiales y las relaciones de producción establecidas entre los miembros que comparten esa ideología y el resto de la sociedad. Vendría así Marx a oponerse a la tendencia por la cual pensamos las personas elaborando teorías racionalmente y trabajando para materializarlas. Una tendencia, esta última, más en sintonía con la filosofía de Hegel, para el que la Historia es una progresión en el autoconocimiento del Espíritu -como si ese autoconocimiento fuera el que permitiera llegar a estados cada vez más perfectos de la sociedad, en un proceso lleno de avances, lucha, retroceso, contradicciones y resolución de las mismas-. 

Marx se centró en un contexto social e histórico muy concreto y abrió así la vía para un análisis de la historia basado en las condiciones materiales de las sociedades y en las relaciones de producción que se establecían dentro de ellas. Hegel estaba aún demasiado cerca de la tradición cristiana y, seguramente, le costara pensar una historia sin finalidad, sin un punto de perfección al cual tender, un Cielo al que aspirar. 

La perspectiva de Marx nos da miedo porque, si nuestra ideología -nuestro repertorio de pensamientos y acciones mecánicas o poco meditadas y debatidas- está determinada por las relaciones sociales y por las formas de producción, parece que vayamos a precipitarnos por el abismo: toleramos y justificamos sin reparos el que haya ricos y pobres, que unos gobiernen sobre otros y consuman la mayoría de recursos mientras a otros les cuesta encontrar qué llevarse a la boca...

Sí, todos tenemos una ideología acorde a nuestra clase social -dentro de nuestro primer mundo occidental-. Y dirigimos nuestras acciones en base a esa ideología -que nos proporciona ciertos automatismos sobre lo que está bien o es deseable-. Por ejemplo, en las clases medias y altas, estaría orientada al placer -el ocio, los viajes, el consumo, el chalet con piscina...- y la acumulación del capital -para asegurar el bienestar de las generaciones futuras- combinados con cierta conciencia social o caridad. Las clases desfavorecidas estarían más condicionadas por la necesidad: la obtención y aseguramiento de la vida, trabajo, casa, comida... Y su ideología se ceñiría a poco más que tácticas de supervivencia. A esto alude el Marxismo cuando dice que es necesario tomar consciencia de clase: forjarse una ideología y un repertorio de acciones que nos permitan suavizar o eliminar estas desigualdades.

-Ya! pero todo esto de la ideología, la conciencia de clase... son cosas del siglo pasado, de sociedades industriales...
-Sí, el análisis de Marx es incluso anterior al siglo pasado, pero muchas de sus categorías y conceptos son perfectamente útiles hoy día.


Hace unos años, en El Paseíllo del pueblo, el ayuntamiento llevó a cabo una gran reforma de la zona e instaló allí una maravilla de toldo -colorido, resistente, transpirable...- para dar sombra al cruce por donde pasan los coches, ya que, en grandes festejos, se corta el tráfico y se montan ahí escenarios para diferentes espectáculos. Dando al lugar un aire moderno y atractivo -como de centro comercial-. Ya hemos abordado el asunto en otros posts de este blog: Del decaimiento de la dehesa a ideologías que "no nos representan" y en Urbanismo: directo al campo desde la ciudad
Recientemente, el cole, con la colaboración de las familias a través de la AMPA, instaló unos pequeños y modestos toldos para proporcionar algo de sombra en el patio y las aulas.

Dos intervenciones en el espacio público conectadas por una misma finalidad: proporcionar sombra en momentos muy concretos -los espectáculos Vs los meses de calor-. Dos intervenciones que responden a motivaciones muy distintas y con presupuestos muy dispares. Los toldos del cole son una necesidad que se percibe desde abajo, mientras que la remodelación de El Paseíllo, y su estructura de sombra, son pura ideología que responde a cómo las clases dirigentes les gustaría que fueran las cosas: como un gran centro comercial -un lugar por donde deambular, comprando y consumiendo; un lugar donde no caben la conflictividad social ni la apropiación cultural; un lugar universalmente reconocible y aceptable; un no lugar-.

Pienso que es este un ejemplo palpable de cómo la ideología está asociada a clases sociales -distribuidas sobre el conjunto del territorio- y tendría poco que ver con lo que tal o cual partido político lleva en su programa. Seguramente podríamos decir que las clases dirigentes de los principales partidos -PPSOE- comparten ideología, que sería diferente a la que comparten sus bases y diferente a la que manejan las grandes masas de desposeídos, trabajadores precarios y demás equilibristas. 

Las clases altas gestionan recursos y personas para maximizar ciertos parámetros económicos. Y esto vale para lo público y lo privado, no hay decisión que pueda justificarse si no es por el beneficio económico -ni tan siquiera el desarrollo de una vacuna-. En esa relación de "producción" que establecen con el resto de la sociedad, la sociedad es un mero recurso y eso condiciona absolutamente el tipo de acciones y medidas que toman los dirigentes.

La ideología dominante en nuestras sociedades capitalistas emana de un sistema productivo basado en el consumo y unas relaciones de trabajo fragmentarias -donde se nos insta a competir para realizar un proyecto de vida- bajo la continua amenaza de la exclusión y el paro. Esa ideología dominante se sustenta sobre la desigualdad, los trabajos no remunerados -como los cuidados- y la explotación de recursos naturales y humanos. 

Lo comunal se menosprecia, se ensalza lo privado como lo más eficiente a la hora de satisfacer los deseos de los individuos. Incluso las instituciones públicas se ponen al servicio de esta parcelación y privatización de la vida, como una suerte de mediadores entre los recursos y las empresas que los explotan. Hasta el punto de que no identificamos lo público como algo nuestro, sino como otra empresa, quizá con una visión más social -ya que las juntas gestoras tienen que someterse al examen de la población cada 4 años-.

Hablamos de propiedad de titularidad pública y no nos chirría. Todo es propiedad de alguien: asumimos sin tapujos que al final de la pirámide hay alguien que de forma arbitraria toma la decisión, que no es muy diferente de quien la toma sobre la propiedad privada. 
Sin embargo, no hace tanto, existían otras formas no autoritarias de gestionar los recursos. Lo que viene en llamarse los comunes, lo comunal: dehesas, cooperativas, montes... Donde una comunidad conseguía, con mecanismos diversos, llegar a acuerdos y regular el acceso a los bienes.
Pero la gestión pública se ha ido haciendo cargo de esos espacios, como una forma más eficiente, acorde a los repertorios que exige el capital: punto centralizado de negociación, rapidez, universalización y beneficio.

En el pueblo siguen existiendo ciertos ámbitos donde opera lo comunal: la Iglesia, las cooperativas, asociaciones... Pero, o bien se trata de ámbitos que van perdiendo relevancia social -Iglesia o asociaciones-, o bien, como las cooperativas, operan al servicio de los mercados y están fuertemente intervenidas por la administración pública a través de subvenciones y ayudas.

En los pueblos, esta ideología privatizadora -o de gestión pública de la propiedad-  se hace fuerte, tanto o más que en las ciudades: porque los pueblos han perdido su autonomía y son especialmente dependientes de productos e inversiones externas.
Hace unas semanas, el ayuntamiento del pueblo tuvo a bien pintar unos parcelas para aparcar y poner un vigilante o socorrista para controlar el acceso a la playa de Peloche, apelando a la seguridad sanitaria por la pandemia de Coronavirus -ya en sus últimos estertores-. Una playa de libre acceso donde la gente va a disfrutar sin consumir se parece muy poco a un centro comercial -le ocurre también a los parques infantiles, de los que ya hemos hablado en este blog-. Pareciera que a los gestores de lo público molestara este tipo de infraestructuras que se oponen a la lógica de monetizarlo todo. Se pierde el sentido de lo público como proyecto común, como la provisión universal de servicios de calidad que permitan a cualquiera -por pobre que sea- tomar un baño o que sus hijos puedan jugar en entornos enriquecedores y seguros. En una estrategia que sugiere: -Trabaja duro para comprar el chalet con piscina y pista de pádel porque lo público va a quedar como un sistema de asistencia para pobres y para cubrir los servicios que las empresas privadas no están dispuestas a ofrecer. Lo público perfectamente parcelado y atribuida su titularidad, perfectamente empaquetado para su venta, cierre o acceso en exclusividad.

Delimitación de las plazas de parking en Peloche por el ayuntamiento de Herrera del Duque - Junio de 2021

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Escuchaba, en una entrevista radiofónica, al máximo representante del ayuntamiento decir que había que acabar con la autogestión de la playa de Peloche y establecer un punto de control (aplicación web + socorrista). Además se hacía necesario cobrar una pequeña cantidad a los usuarios porque se habían realizado ingentes inversiones en el área. Como si esas inversiones las hubiera realizado un particular para obtener un beneficio (y el ayuntamiento no fuera el pueblo, ni tuvieran nada que ver el uno con el otro). Tan fuerte ha calado la ideología neloliberal (también entre las clases medio-altas aspiracionales).

Esta sería la explicación materialista (marxista) de aquel dicho de "el poder corrompe": cuando se da el salto a la política, ocurre que cambian también las condiciones materiales de esos individuos y se les allana el camino para abrazar la ideología de las clases altas. Podríamos pensar que eso sólo le pasó a Pablo Iglesias cuando se compró el chalet pero, realmente, abarca un espectro mucho más amplio. Y es donde cobran sentido todas las teorías políticas que hablan de rotación de los poderes, elecciones por sorteo, democracia directa...


martes, 20 de abril de 2021

Sobre parques infantiles y puntos de desencuentro

De pequeño no recuerdo visitar los parques infantiles. Supongo que sí existían... Quizá en el cole había columpios y toboganes -de esos de metal que, a buen seguro, ahora nos parecerían superpeligrosos-. Estoy convencido de que en el patio del cole había dos tubos de cemento -de los que se usan para el alcantarillado- y saltábamos de uno a otro, nos metíamos dentro...

Ahora es otra historia, los parques son auténticas obras de arte. Se cuida cada detalle, se integran perfectamente en los diferentes espacios públicos de la ciudad, se les lima cada arista, cada posible peligro...

Barcos piratas repletos de pasarelas, toboganes, cuerdas y redes para trepar, rocódromos... Dragones con rincones secretos, rampas deslizantes...

Parc de la Pegaso - Barcelona. Imagen extraída de TimeOut

 

Aunque vayamos en coche, las niñas los ven desde lejos y, yo... les voy cogiendo el gustillo. Normalmente prefiero aquellos más antiguos: los que tienen árboles bien formados con buena sombra y bancos. Aunque los ideales son aquellos que cuentan con la terraza de un bar cerca y, desde ahí, puedes controlar a las niñas. Pero tampoco le hago ascos a llevarme las yonkilatas -si voy con amigos-.

 

En los pueblos, tengo la impresión, no se da mucha importancia a los parques. Al estar rodeados de campo, parecieran prescindibles las zonas verdes. O quizá sea el arrastrar una tradición en la que se jugaba en la calle, y ya se establecían -de facto- ciertos puntos de encuentro: la plaza, el pretil, las pistas polideportivas... Una tradición en la que los vehículos no se habían apoderado aún de todos los espacios.

Pero los parques tienen una ventaja, son lugares cercanos en los que las niñas se pueden encontrar con otros niños. Los padres podemos entablar conversaciones con las madres. Y, si no hay nadie, no importa, porque las niñas se entretienen con cualquiera de las atracciones mientras los adultos chequeamos el móvil, o leemos un libro, sabiéndonos en lugar seguro.

 

Existen familias que tienen casas grandes, con patio, piscina... Y quizá no sientan la necesidad de salir a un parque a relacionarse con nadie -pueden vivir en su absoluta individualidad-. Pero el caso más común es el de familias que habitan pisos pequeños -la estabilidad económica nos llega tarde, si es que llega, y no podemos esperar a tener 40 años para engendrar hijos-. Así que, los parques suponen un gran alivio al agobio de los espacios cerrados privados. En general, todas las zonas comunes de pueblos y ciudades vienen a complementar las carencias de los hogares: para eso nos organizamos en sociedades -y toleramos a cambio cierto malestar en la sociedad-.

Supongo que dentro de unos años las niñas no querrán que las acompañemos al parque, o quizá prefieran otro tipo de lugares y formas de ocio: pistas deportivas, de skate, sitios oscuros para fumar, navegar por las redes sociales... 


Con la pandemia se han cerrado los parques infantiles y ha sido necesario proveer de dispositivos electrónicos a los niños. Una combinación fatal. Creo que no hay sensación más terrorífica que ver la cara de un crío con las pupilas dilatadas clavadas en la pantalla y la piel iluminada por el brillo de los contenidos cambiando a velocidad de vértigo... 

Los niños tienen ganas de jugar y estar acompañados, pero les dejamos solos con la pantalla. Les cerramos los parques, limitamos sus movimientos y su interacción con los demás. Los metemos en el mundo virtual para que suplan sus carencias... Pero es algo que no queremos ni para nosotros. Las redes sociales están llenas de malos rollos, de gente que se habla de forma grosera, que responden con zascas, troleos, que sacan las cosas de contexto, noticias falsas, odio, comportamientos adictivos... Hay que realizar tremendo esfuerzo para que nuestra red social no se convierta en un estercolero. Resulta muy difícil practicar la empatía en ambientes tan hostiles. En la vida real, cara a cara -con contacto físico y visual-, creo que no son tan comunes estas prácticas depredadoras. Aunque siempre han existido los que van buscando bronca, los que no tienen modales, o los encabronados y despotricadores contra todo -sin apenas venir a cuento-. 


Hace unos días, en un consejo escolar, los profesores manifestaban su preocupación por los casos de acoso infantil -que vienen acrecentándose por el uso intensivo de móviles y tabletas desde edades muy tempranas-. En el cole, profes y alumnos se encuentran afanados impartiendo e interiorizando los contenidos que dicta la ley. Luego tienen su rato de juego y esparcimiento -que pueden utilizar también para hacer el mal- y, más tarde, se van a sus casas -a encerrarse con sus equipos electrónicos-. Seguramente sería mejor para sus relaciones -y para su salud física y mental- que salieran al parque a jugar y relacionarse con otros niños, bajo la tutela de los padres. Si surgiera algún conflicto: padres, madres, hijos y amigos podrían colaborar para solucionarlo -de forma más o menos amable, inmediata, pública, transparente..-. Pero en las redes sociales -y los grupos de mensajería- los conflictos se enquistan, se ocultan, pasan desapercibidos para unos, o se visibilizan demasiado para otros... No se resuelven, van creciendo, de forma asíncrona, por oleadas... Si nuestras redes sociales son un vertedero de opiniones encabronadas y ofensas gratuitas, no debería sorprendernos que lxs niñxs repitan esos patrones.

El distanciamiento físico, la mediación de las relaciones por los dispositivos electrónicos, los algoritmos -que nos sugieren siempre lo que es similar a lo que ya conocemos-... Todo ello va conformando un mapa de divisiones en las que nos resulta muy fácil identificar al "otro". Y, al "otro", se le puede humillar, marginar, apartar... y no volver a verlo nunca más: porque no va a existir un punto de encuentro donde puedas comprobar que es más lo que nos une que lo que nos separa.

 

Creo que uno de los problemas más graves que trae esta pandemia es la disgregación social, la pérdida de vínculos y, en definitiva, la pérdida de humanidad. El aislamiento en pequeñas burbujas, enfrentadas a las otras: mi propiedad privada, tu virus, mi vacuna... Algunos ya señalan el aumento de las crisis de ansiedad, niños acosando a otros niños, jóvenes apáticos -sin futuro-, adicciones a redes sociales, juegos online, televisión...

Y, mientras, los pequeños espacios de terapia -los parques infantiles- se encuentran cerrados -o han estado cerrados durante gran parte de la pandemia-. En un mundo donde prima lo privado y donde pareciera que sólo el consumo y la economía merecen ser salvados.

 

Parque infantil del Pilarito de Consolación - Herrera del Duque - Abril de 2021

En el pueblo existen algunos parques en las afueras. Pero están hechos polvo: vandalizados, sin mantenimiento... Son utilizados principalmente por jóvenes y adolescentes -que pueden desplazarse hasta allí, en bici o en coche, sin la compañía de los padres-. 

En el interior del pueblo, en el patio del cole, existe otro parque -cerrado desde que empezó la pandemia-. Es este un lugar incómodo, feo y asediado por el sol, pero que a los niños encanta. Las niñas solían pedirme que las llevara y, alguna vez, me convencían -lo bueno de su cierre es que ya no me veo obligado a ir-. Las familias con niños pequeños, expulsadas del parque, ahora colonizan otros espacios: la Plaza de España, la plaza del Palacio de la Cultura... Seguramente menos apropiados para los niños, pero donde los padres nos encontramos cómodos -con terrazas para tomar-. Y, después de todo ¿A quién le importa el bienestar de la infancia?

miércoles, 3 de febrero de 2021

De la fuente El Borbollón bebo agua, agua siempre nueva

Ir a la fuente a por agua es un torbellino de emociones. En cuanto abandonas la carretera nacional te ves inmerso en otro mundo. Yo siempre apago la radio para disfrutar del camino: pickups, furgonetas y todoterrenos se distribuyen por los solares, cercas y naves. Ovejas, cerdos, vacas, dehesas, monte, terrenos desarbolados, arroyos, pinares... Sólo falta atravesar algún pantano para tener una representación completa de la comarca. 

Desde lo alto del puerto puede verse, a un lado, el valle donde se asientan Herrera y Fuenlabrada -con sus sierras salpicadas de olivares- y, al otro lado: Las Navas... -Mira, antes, todo esto era campo... Bueno... sigue siendo campo... Quitando la fábrica esa que captura el agua y la mete en botellas de plástico fino. El puerto es la entrada al otro mundo, un mundo ciertamente intervenido por el hombre, pero donde el hombre no es el protagonista. La Naturaleza es la protagonista. En septiembre y octubre, cuando la comida escasea, es fácil encontrarse ciervos, rebaños de gamos...

Vistas de Herrera del Duque y su Fortaleza desde el puerto de las Navas - Julio de 2018

Siempre te cruzas con camiones cargados de agua -y parece que sobresalieran por ambos lados de la estrecha carretera-. Te acojonas, aminoras el paso... -¡Increíble que quepamos los dos en este carril! Aceleras. Bache a la izquierda, bache a la derecha... -¡Seguro que hoy no habrá nadie en la fuente! Con este tiempo y a estas horas... Ese es el sueño húmedo de todos los que vamos a la fuente: que no haya gente, que seas el primero y puedas empezar a llenar las garrafas sin esperar ¡Eso sí que es triunfar! 

 

Cuando llegué había dos coches, uno ya estaba terminando. La parte de atrás estaba completamente agachada por el peso de las bombonas. Un señor mayor aguardaba su turno, con la mascarilla puesta, dentro de su Kangoo. 
Cuando le tocó, sacó una cuerda. Pacientemente la ató a la base del grifo. Después ató una piedra a la misma cuerda. Y tensó bien, para que quedara pulsado el grifo automáticamente.

Recientemente habían acondicionado el lugar. Y había quedado muy cuqui. Pero se había acondicionado como zona de recreo, no para que la gente del pueblo fuéramos a por agua. La fuente queda un nivel por debajo de los coches y tienes que cargar con las bombonas por unas escuetas escaleras. Además, han instalado dos grifos de esos que tienes que mantener pulsados con la mano para que salga el agua. Entre los dos grifos se distribuye el mismo caudal, así que, al poco tiempo, ya se había establecido el código de llenar sólo una persona a la vez. 

A pesar de las medidas disuasorias, la gente del pueblo seguimos yendo a por agua. -Es que está muy buena. En cuanto la pruebas, la del grifo te sabe a cloro y mil potingues. Además, como es la misma que embotellan en la fábrica, se cuidan de que no tenga impurezas. -Hay otras fuentes en la zona, pero a veces no corren, otras el agua sale sucia... Además, yo no me fío, porque hay muchos olivares allí, la gente echa veneno para matar la hierva y eso seguro que se filtra a las aguas de las fuentes. -Me niego a comprar una garrafa de agua para tirar todo ese plástico, me parece un despilfarro inútil... El argumentario es amplio.

Cuando el señor mayor consiguió mantener el pulsador fijo, sacó una manguera, la conectó al grifo y empezó a llenar las garrafas que había dejado junto a la Kangoo. Yo llevaba un libro. Me senté en el banco y me puse tranquilamente a leer -después de chequear el Whatssap y el Facebook-. El hombre iba haciendo... tenía un buen montón de garrafas -y yo también-. No es un lugar para ir con prisas. Cuando acabó, dijo que me dejaba el invento montado y también la manguera. 
-No es necesario -Le dije. -Yo traigo mis apaños. 
-No, en serio, quédate la manguera. Así no tienes que andar subiendo y bajando las garrafas. Yo no la necesito. Corto un trozo cada vez que vengo a por agua.
-¡Joder! ¡Muchas gracias!

A esa fuente hay que ir preparado. Nunca sabes lo que te vas a encontrar. Antes de que la acondicionaran, la gente solía arrancar el grifo -supongo que para ponerlo en su casa, nunca entendí aquella práctica-. Así que, siempre que voy, llevo unos alicates, cuerdas, gomas y algún invento para mantener pulsado el grifo. El último, uno bien curioso que me enseñó un ganadero de la zona -mientras platicábamos en la fuente-. Consiste en cortar un trozo de cámara de bicicleta, colocas el anillo de goma en el grifo y lo estiras para que coja el pulsador. La goma es lo suficientemente estrecha y fuerte para mantenerlo pulsado. Pero como el señor mayor me había dejado su invento, no lo necesité. Hay gente que se dedica a arrasar todo lo que encuentra en los espacios públicos y, otros, prefieren hacerle la vida más fácil a los demás. Este señor mayor era de los últimos, de los buenos. A ver si cunde su ejemplo y, cuando volvamos, sigue allí la manguera.

Fue lo único que hablé con él. Normalmente, la gente que va a la fuente prefiere hablar un rato mientras espera. Yo también lo prefiero. Coincides con personas con las que no te encontrarías en otros espacios del pueblo... Bueno, ahora que estamos todos confinados -con el Coronavirus-, no coincides con nadie. Así que es fácil entrar a la gente, después de todo, has recorrido más de 10km en coche para ir a buscar agua, estás al aire libre, mirando el campo, viendo el trasiego de camiones de la fábrica... Puedes consultar un rato el móvil, pero aburre. Así que, si tienes a alguien delante, aprovechas y hablas. Hay gente que te interroga -Y tú ¿de quién eres? -Sí, a tu padre le conozco. Dile que has estado con Menganito. ¿Y tienes trabajo? Otros sólo quieren hablar ellos. -Pues me acuerdo yo cuando... Y te cuentan su vida -de antiguamente-. De cuando no había fábrica y el agua salía a borbollones del manantial. -Mira! Más o menos por ahí era! Otros hablan de política, de lo mal que está el mundo. De la cantidad de agua que saca la empresa propietaria de la fábrica. De los pozos que hacen. De la suerte que tenemos de que genere tantos puestos de trabajo. De que deberían darle más caudal al grifo... Y así, poco a poco, se van llenando las garrafas.

De la fuente vieja bebo agua. 
De la vieja fuente de siempre,
agua siempre nueva 

Josean Artze

jueves, 19 de noviembre de 2020

El limón

Hay muchas formas de "obligar" al espectador a fijar la mirada en un punto concreto de la imagen. 

La de esta fotografía es ciertamente explícita, casi obscena.

De lo explícito y lo obsceno sabemos mucho en las redes sociales y la televisión. 

Vemos infinidad de trozos de cosas: posts, tuits, podcasts, memes, vídeos, gifts, noticias, anuncios... 

Engullimos contenidos como Deep Throat engullía falos en los 70's. 

Claro que, el porno también se ha vuelto más violento, se ha fragmentado, acelerado... Y viaja a la velocidad del limón hacia el agujero negro de nuestros cerebros destruidos. 

Zoom sobre uno de los limones del limonero - Noviembre 2019

viernes, 6 de noviembre de 2020

La Siberia y sus capas de progreso

Fue un gran descubrimiento: en el portal de "Infraestructura de Datos Espaciales de Extremadura" había fotos de los vuelos americanos de 1957 y de 1943, alineadas con fotos actuales. 
-¡Por fin podría saber cómo era nuestro territorio antes de las grandes inundaciones!

Siempre había pensado que 60 años eran un montón de años. En más de 60 años todo habría cambiado una barbaridad! 
Bueno, ahora tenía las imágenes... La imagen no engaña, no está mediada por un intelecto -con sus pasiones, afinidades, antipatías y recuerdos selectivos-.

 

La Siberia ha sido siempre un territorio alejado de grandes rutas comerciales, poco poblado, aislado  y olvidado por los gobiernos centrales. Un territorio fuera del punto de mira del poder, al margen, a las afueras. Creo que eso define perfectamente el tipo de transformaciones que ha sufrido -siempre al servicio de los focos donde se concentra la riqueza-.

Es esta una visión, en general, compartida por muchos extremeños. Que ven nuestra comunidad autónoma como una especie de colonia de la que extraer recursos. Algo fácil de deducir al observar la gran cantidad de pantanos, centrales hidroeléctricas y nucleares que se han plantado en este territorio. Una tendencia que sigue en el tiempo actual, con la transición a energías más sostenibles: nuestros campos se alicatan de placas solares y los proyectos mineros -para la obtención de los minerales requeridos por estas tecnologías verdes- proliferan como setas. Las autopistas atraviesan Extremadura de norte a sur y de Este a Oeste, al igual que las líneas de alta tensión. Grandes vías para exportar los recursos.

 

Solemos pensar el poder como una fuerza violenta y represiva que impone sus deseos sin pararse a negociar. Pero también trabaja en positivo: para ello, normaliza y construye nuestra forma de pensar y ver el mundo. Lo hace con propaganda, pero también con la cultura, la educación y, sobre todo, apelando al bien común -de la nación- y el desarrollo económico. 

En época del dictador resultaban bien palpables este tipo de técnicas. No sólo se trataba de violencia y miedo. También se utilizaban imágenes y fabulaciones que proyectaban la realidad a construir: capítulos del NO-DO dedicados al caudillo inaugurando pantanos, o haciendo apología del trabajo y la tecnología y su aplicación en grandes infraestructuras para más gloria de España, películas en las que se narraban las maravillas del turismo y las suecas.... 

Ahora no se recurre al miedo ni la violencia. En el peor de los casos, se utiliza el argumento del progreso. Cada vez que se va a realizar un proyecto que requiere una transformación significativa del paisaje y surgen grupos locales que se oponen, su voz queda silenciada por el argumento del "esto traerá trabajo y dinero a la zona". Que también tiene su lado violento y absolutista. Podemos decir, con Yayo Herrero, que vivimos en sociedades que ponen el dinero y el trabajo asalariado en el centro, mientras invisibilizan los cuidados -del medio ambiente y de las personas- y los ponen al servicio de esa centralidad.


Hoy día, nadie se atreve a pensar la realidad sin una economía capitalista de consumo moderada por los estados. Tampoco imaginamos un futuro sin energías renovables -solar, eólica, hidroeléctrica...-, realizar largos y tediosos viajes por carreteras de doble sentido llenas de baches y curvas, o abrir el grifo y que no salga agua -debido a cortes por escasez-. Pero las cosas no siempre fueron así: hace 60 años, la URSS era una gran potencia "comunista", la nuclear era la energía del futuro, el coche un privilegio al alcance de unos pocos y los ríos fluían libres obligándonos a un uso racional y eficiente del agua. 

La normalidad de hace 60 años la vemos con la condescendencia de quien mira a un pobre ignorante: ahora las comunicaciones son más rápidas y llegan más lejos, tenemos un consumo energético mayor, nuestras armas son más precisas y destructivas, podemos movernos por Europa sin fronteras ni cambios de moneda... 

El mundo ha cambiado. Ciertas tecnologías han evolucionado, y también ciertos derechos y libertades. Pero el progreso no es lineal, ni tiende a algo mejor necesariamente. El progreso está liderado por los grupos de poder y, en un sistema capitalista, las clases que gestionan la inversión ostenta también el poder. Todos sabemos que los ricos no tienen porqué ser necesariamente buenos, por tanto, el progreso no tiene porqué ir siempre en la dirección de una mejora en las condiciones de vida de la mayoría.

 

La Siberia es sólo un ejemplo de una comarca gestionada por capital externo, que la ha hecho evolucionar al servicio de su imaginario de progreso: capitalismo de estado en los años del dictador, y neoliberalismo a su muerte. Incluso su identidad le ha venido impuesta desde arriba aunque, más que identidad, sea una mera división administrativa.

Así, los paisanos, han ido viendo cómo el progreso se expandía por su territorio. Algunos como observadores pasivos y, otros, tratando de aprovechar las nuevas oportunidades que brindaban los cambios. Cambios que se deciden en esferas ajenas, que siempre se imponen desde arriba y que no entran en los planes y deseos de los habitantes de la zona. Que no casan con sus formas tradicionales de habitar el territorio, sino que, más bien, entran en confrontación directo con ellas. 

 

Bien mirado, todos estos cambios llevan consigo aparejada una desvinculación de los habitantes con el territorio. El caso más evidente sería la inundación de terrenos y pueblos con pantanos, pero también la implantación de regadíos -acabando con los usos tradicionales de la tierra-, el despliegue de placas solares... Esa desvinculación favorece los procesos de normalización y hace que cualquier proyecto extractivo cale como oportunidad de "progreso" entre sus gentes. El territorio se ve abocado así a una transformación demencial, donde ninguna sostenibilidad resulta posible, ni deseable.


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Me puse a mirar los mapas y a superponer las imágenes antiguas -en blanco y negro- con las más actuales -en color-. Los cambios más impactantes corresponden a la inundación de terrenos con la construcción de los pantanos, pero también se puede apreciar la evolución de las diferentes localidades y del propio terreno.


Fuenlabrada de los Montes ha crecido. Quizá se trate del único caso en que el crecimiento se puede achacar a la iniciativa de sus gentes, que apostaron por la producción de miel. En cierto modo, la apicultura se hizo viral aquí. Un ejemplo de autonomía capitalista que potencia el desarrollo de pequeños comandos autónomos para explotar los recursos de la zona. 
A pesar de figurar como uno de los pueblos con menor renta de España, y no ser centro administrativo más que de su área municipal, han prosperado -un claro referente imaginado de esos jefes que se hacen a sí mismos y que empiezan recogiendo cartones-. Y han prosperado respetando absolutamente su entorno, con una actividad que, si bien tiene sus luces y sombras, resulta totalmente sostenible y respetuosa con el medio ambiente.

Fuenlabrada de los montes

 

Algunos pueblos, como Castilblanco, prácticamente no han cambiado, han quedado congelados en el tiempo, estancados. Quizá la cosa más horripilante que puede ocurrirle a alguien o algo en el imaginario de estos tiempos de acelerado avanzar -hacia el abismo?-

Castilblanco



 

En las inmediaciones de Valdecaballeros, comenzó a construirse una central nuclear. Una obra faraónica que revitalizó la comarca durante finales de los 70 y principios de los 80. La oposición a este tipo de energía, surgida a lo largo de todo el Estado, hizo mella y la central nunca llegó a terminarse. Ahora sólo quedan ruinas -donde antes hubiera dehesa-, hoteles abandonados y extrañas urbanizaciones.

Central nuclear abandonada de Valdecaballeros

Urbanizaciones y cauces desviados en las inmediaciones de Valdecaballeros

Valdecaballeros

 

Peloche no estaba a orillas de ningún mar, ni de ningún lago. Ahora, incluso tiene su pequeña playa de hormigón en la cola del río Pelochejo, con merendero y chiringuito.
Yo lo llamo: Peloche d'Or, nuestra ciudad de vacaciones. Donde el nivel del agua siempre desborda todas las posibilidades ¡No hay nada mejor que ver morir el Sol! Extendido sobre el cemento, recalentado por la agresiva radiación del medio día. Exhausto, después de nadar de orilla a orilla. Los peces saltan de puro tedio. Las ovejas balan. Los niños chillan. Los adultos gruñen. ¿Qué importa la estrangulación del río? Si es lago o pantano?

Peloche

 

Herrera del Duque tuvo la ventaja de ser elegido cabeza de partido, con lo que todos los organismos de control y poder -funcionarios-  se instalaron aquí. Y creció -no en población, pero sí en extensión-. El poder premia a sus alumnos más aventajados concediéndoles bienes y servicios para mantener el territorio bajo control.

Herrera del Duque

-Herrera ha crecido un montón en los últimos 60 años.
-Sí, pero se oye mucho el eco.
-¿Lo eco-lógico? ¿La biosfera?
-No. Que está hueco, vacío.
-?
-Que hay la mitad de gente, aunque okupe el triple de espacio.
-Es el progreso, amigo...
 
Animación de la evolución de Herera del Duque: 1956, 1980-1986, 2002, 2016, 2019

 
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Una historia de violencia. 
En 1945 ya habían comenzado las obras del embalse. Por aquel entonces, los habitantes del Poblado de Cijara debían de flipar cuando les contaran que la localidad iba a quedar como en una especie de península, a orillas de un gran pantano. Que en los terrenos circundantes crecerían grandes plantaciones de pino y eucalipto. Que sus caminos serían sobrevolados por lanchas de pescadores. Y que las aguas estarían plagadas de especies piscícolas exóticas, procedentes del continente arrebatado a los indios "salvajes" 400 años atrás.
Sí, la ciencia y la tecnología han avanzado de forma casi mágica. ¡Somos Dioses! Como ese Dios iracundo del antiguo testamento, que lo mismo inundaba que enviaba plagas o confundía los idiomas. 
 
Embalse de Cijara

 
Además de inundar los terrenos, entre los municipios de Helechosa, Villarta y Fuenlabrada, se declaró una reserva nacional de caza. Se roturaron terrenos, se crearon extensas plantaciones de pino y eucalipto -atendiendo a las demandas del mercado-, se trazaron pistas para la extracción de la madera, se introdujeron especies cinegéticas -ciervos, gamos, corzos...- y especies piscícolas procedentes de las áreas fluviales de sudamérica -lucio, black-bass, percasol...-. 
Ciervos y jabalíes asaltaban los escasos terrenos de cultivo y contagiaban enfermedades a las diferentes cabañas ganaderas. Así que, nos acostumbramos a ver los campos delimitados por alambradas y a que, en época de caza, nos visitaran los señoritos de la capital -y del extranjero- en sus lujosos todoterreno, ataviados con la última moda -que el Corte Inglés diseñaba para sus escapadas rurales-. Mientras, se ejercía un férreo control sobre los cazadores locales, criminalizados como furtivos.
Ahora, la industria papelera cae en picado, la caza por diversión empieza a estar mal vista, la pesca es una actividad menos elitista y, desde los diferentes organismos, se buscan nuevas formas de atraer capital externo, básicamente: turismo rural. El turismo es una actividad que, al menos, no requiere de aquellas brutales transformaciones del terreno, sólo es necesario adaptar a los lugareños a una forma de ver el mundo como aldea global, para que sean capaces de rentabilizar la actividad y atraer y seducir al turista.

Área de la actual Reserva Regional de Caza de Cijara. Ortofoto 1957
Área de la Reserva Regional de Caza de Cijara. Estado actual

 
Si en Monfragüe tienen el Salto del Gitano, en la Siberia tenemos Puerto Peña. Y alimentamos también buitres negros, jilgueros...
Como puede verse en la imagen de 1957, por aquí pasaba el Guadiana. Estamos acostumbrados a que aparezca y desaparezca. En este caso, lo hace bajo una masa de agua embalsada... ahogándose en sus propios jugos...

Embalse de García Sola (Puerto Peña)
 

Antes de convertirse en una gran rotonda, el Cerro Masatrigo se situaba en la desembocadura del Guadalemar al Zújar.
En sus faldas había huertos y campos de cultivo... Pero eso pertenece al pasado, ahora el agua embalsada toma estas caprichosas formas, como de grieta, de ruptura...

Embalse de la Serema y Cerro Masatrigo


Desde dentro es como estar flotando en líquido amniótico. Pero al tomar altura, el río se retuerce y quiebra. Dibujando una enorme grieta de aristas punzantes en el paisaje. Cual si fuera un dragón cabreado al que han herido profundamente.
En "El viaje de Chihiro", Haku es un poderoso dragón -y aprendiz de mago- que no recuerda su verdadero nombre -se lo entregó a Yubaba a cambio de que le enseñara su magia-. Pero Chihiro, que es una niña muy lista, recuerda que en una ocasión, en el mundo de los hombres, Haku la salvó de morir ahogada.
Haku era en realidad la personificación del río Kohaku -antes de que se secara y quedara arrasado por la acción de los hombres-.
Si creyésemos en dioses, demonios y espíritus, podríamos empatizar con el río. Quizá entonces estaríamos en condiciones de ayudar al Guadiana a recuperar su verdadero nombre, su esencia...

Embalse de Orellana

Bien podría haber sido obra de Gustav Klimt. Pero no! Es una zona de regadío, en el área de Don Benito.
Ya se sabe: "De aquellos polvos, estos lodos".
El polvo de los caminos, recogido aguas arriba, acaba sedimentando en estas fructíferas tierras.
 

Campos de cultivo en la zona de Don Benito (La Serena)


Me encontraba viendo un pequeño documental sobre la expansión del elanio azul en la península cuando soltaron este dato curioso:
"A finales de los años 50 los cambios en las políticas agrarias transformaron la relación secular del hombre con este entorno (la dehesa). Se fomentó la roturación y puesta en cultivo de espacios que antes se dedicaban al ganado y a la extracción de corcho. En algunas zonas, una gran parte de los bosques adehesados, fue eliminada o reducida. Se estima que en la provincia de Badajoz, en tan solo una década, se talaron, aproximadamente, unos dos millones de alcornoques.
Los espacios que antes ocupaban los alcornocales y encinares se destinaron a cultivos intensivos donde se introdujo maquinaria y métodos de cultivo más modernos.
"
2 millones de árboles pueden parecer muchos, excesivos, cierto?
Así que, para muestra un botón:
La primera imagen es de 1947, antes de que empezara todo el proceso de roturación y colonización... cuando todo era campo -Dehesa-.
De forma rápida y abrupta aparecen 3 municipios, fundados con el plan Badajoz: Zurbarán, Gargáligas y los Guadalperales .Y el secano se convirtió en regadío, como por arte de birlibirloque.

Entorno de Gargáligas 1947 y hoy día

martes, 27 de octubre de 2020

De pueblo o rural?

Una persona rural es la que vive en un entorno rural. En localidades pequeñas, alejadas de las grandes urbes. Eso es lo que solemos pensar.

La RAE da una definición más acotada: Perteneciente o relativo a la vida del campo y a sus labores.

Escuchaba un podcast dedicado a las escuelas rurales y alguien dijo algo así como: Vivir en un pueblo no te convierte en rural.

Y es verdad. Hoy día en los pueblos se tiene acceso a las mismas tecnologías, servicios y comunicaciones que se puedan tener en una ciudad. Quizá con peor calidad, más alejados, más incómodos, menos accesibles... pero en un par de horas, con tu transporte privado, te puedes plantar en una autovía, un núcleo urbano, un hospital o un aeropuerto, y la fibra óptica o las redes móviles te mantienen tan conectado como si vivieras en Pedralbes. 

Con la pandemia lo estamos viendo. Hay mucha gente a la que se nos exige trabajar o estudiar desde casa. Sólo necesitas un acceso a internet. Así que no importa si estás conectado desde tu piso de Madrid, desde el apartamento en la Costa Brava o desde el pueblo de tus abuelos. Vamos, que puedes vivir en un pueblo y permanecer totalmente ajeno a la vida del campo y a sus labores ¿Eres rural?

 

La realidad está en continuo cambio, seguramente cambie más aprisa que el lenguaje.  Quizá sea necesario retocar estos términos. 

Los pueblos habían cambiado poco durante siglos. Pero en las últimas décadas han sufrido una profunda transformación. A mediados del siglo pasado nadie pensaba que pudiera existir eso que llamamos "turismo rural"; o que un agricultor pudiera gestionar él solo, con su propia maquinaria, 200 hectáreas de terreno; o que, en el pueblo, comeríamos carne procedente de granjas intensivas situadas en cualquier otra parte del mundo... 

Sin tener la misma vitalidad, oportunidades, servicios y acceso a la cultura que existe en las ciudades, las pequeñas localidades han salido de su aislamiento.

Los que vivimos en pueblos ya no tenemos porqué ser unos palurdos -aunque podamos seguir siéndolo-. No tenemos porqué estar atados a una determinada tradición, ni porqué vivir pendientes del campo y sus labores, o votar lo que digan el cacique y el boticario. Vivir en un pueblo no implica ser rural: la leche sale del tetrabrick, las alitas de pollo ya vienen envasadas del supermercado y no tenemos porqué casarnos con nuestras primas -podemos conocer chicas por Tinder-. Formamos parte de la gran aldea globalizada y Amazon nos deja en la puerta sus paquetes.

Para algunos puede parecer que el encanto de los pueblos se ha perdido, que la tradición se diluye y que para vivir de esa forma mejor irse a la ciudad: que es más cómoda, está todo más a mano y hay más vidilla...

 

Yo, personalmente, tengo que reconocer que me apasiona la ruralidad. Me encanta estar pendiente de los ciclos de la naturaleza, de la agricultura, el ganado, las setas, los espárragos, el huerto... No concebiría vivir en un pueblo sin esa codependencia entre territorio y vida social. Sin participar de forma activa en la vida del campo, sin tener un vínculo con el entorno, sin hundir las manos en la tierra, sin correr detrás de las ovejas arrojándolas piedras, o, simplemente, saliendo a pasear con mi cámara.

 

En estos tiempos de pandemia, la ruralidad es lo único a lo que podemos aferrarnos. Si ya suele ser triste, aburrido y frío pasar un invierno aislados en el pueblo. Imaginemos cómo será si además nos imponen distanciamiento social... La enfermedad mental está asegurada :-)

 

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Empezábamos a levantar cabeza y, con el Coronavirus, otra vez quedaron expuestos nuestros pescuezos, rojos.

Aparceros blancos pobres de Alabama fotografiados por Walker Evans en 1936.

Redneck es un término utilizado en Estados Unidos y Canadá que hace referencia al estereotipo de un hombre blanco que vive en el interior del país y cuenta con bajos ingresos económicos. El origen está en que, por el trabajo constante de los trabajadores rurales expuestos al sol, sus cuellos terminan enrojecidos (del inglés red neck, "cuello rojo"). Hoy en día se suele utilizar para denominar peyorativamente a los blancos sureños conservadores.

jueves, 24 de septiembre de 2020

Hontanaya y sus fiestas

En nuestra generación era común que, a los hijos de los que emigraron durante los 60's y 70's, nos llevaran al pueblo a veranear y pasar las fiestas o vacaciones, visitar a las abuelas o relacionarnos con los primos que habían emigrado a otro lugar. 

Nuestro caso era un tanto peculiar porque, no acudíamos desde una gran ciudad, veníamos desde otro pueblo. De pueblo a pueblo, haciendo extraños recorridos por carreteras secundarias. Siguiendo el Guadiana a contra corriente. Desde nuestra tierra encerrada entre montes, dehesas, plantaciones de pino y ganado en extensivo, a la amplia y llana Castilla. Plagada de simbología quijotesca. Preñada de viñas, olivares, cultivos de girasol y cereales. Con su incesante pulular de maquinaria agrícola sobre lo rojo del terreno recién labrado, salpicado por el alzamiento de silos, tanques de acero inoxidable, iglesias, molinos...

 

Al hacernos mayores las cosas fueron cambiando: las obligaciones, nuestras propias migraciones, muertes, nacimientos, la pérdida de vínculos...
Hemos envejecido, engordado y adelgazado, alejado o acercado... Todo cambia y todo queda, pero a mí me gusta volver para las fiestas de septiembre. Reencontrarme con los paisajes, los olores, los colores, la familia, amigos, conocidos... Revivir recuerdos, anécdotas. Compartir virtudes y preocupaciones sobre la vida en los entornos rurales.

Este año no hemos acudido a la cita -cosas de la pandemia-. Pero hemos rememorado otros ocasiones en que sí estuvimos. Para mí Hontanaya es un pueblo exótico, como pueda serlo el Caribe para otros. Es ese "lugar de la Mancha" que forma parte de mi mundo vivido. No es un lugar al que ir de vacaciones, relajarse y olvidarlo. No es un paréntesis en la vida cotidiana. Es un esqueje de la vida misma, plagado de recuerdos de la infancia, lazos familiares, anécdotas, traumas, erotismo, risas, rupturas...

 

Las fiestas son modestas -es un pueblo chico-. Pero se celebran con desmesura: comiendo gachas, cordero, queso; bebiendo vino, botellines; bailando hardcore... Como si todos fuéramos agricultores alegres por las buenas cosechas. Como si fuera la última fiesta. Antes de la llegada del frío y crudo invierno cuando, al acabar la vendimia, en el campo sólo se escuche el centrifugar de los molinos de viento -generando su electricidad-. 

Entonces, nos mantendrá encerrados en nuestras oseras el miedo atávico a los enormes toros -patrullando las oscuras calles-. Y el recuerdo de los más viejos atrincherados tras puertas, barreras y balcones. Mientras, los más jóvenes, espantados, sacan provecho de su fuerza y valentía alcohólica para colgarse en las rejas, o arrojarse sobre los remolques. Con la imagen del santísimo Cristo del Socorro presidiendo cada escena, clavado en su cruz de madera, supurando sangre.


Minotauros, cristianismo, cereales, vendimia, excesos, recogimiento... Una amalgama de capas culturales cristalizando en un lugar y fechas muy concretas.

jueves, 23 de julio de 2020

La liberación de los cuerpos

Desde su sombrilla lo tenía todo controlado: cientos de cuerpos -extendidos sobre la arena-, en remojo -sumergidos en las calmadas aguas-, en tránsito -entre la orilla y la toalla-, ...
El socorrista, desde su torreta, abarcaba más. El walky talky le iba soltando mensajes claros y breves. -Un nadador junto a la boya. -Está dentro del área de baño. -Un grupo muy grande a tu izquierda...

La playa tenía una pendiente pronunciada. Las niñas jugaban con las pequeñas olas -que habían formado un escalón justo dónde rompían-. No era una ciudad turística, así que, había poca gente entre semana. Todos mantenían la distancia de seguridad. Por las mañanas el agua era cristalina.

Había cuerpos de todo tipo: masculinos y femeninos, adultos, viejos, jóvenes, niñxs... De pechos enormes y también minúsculos, musculados, fofos, quemados, tostados, blanquecinos, negros, en tanga, bañador, con patalón y camiseta... Cuerpos anónimos.

Muchos de los cuerpos femeninos estaban en top-less -era algo habitual allí-. No era nada exclusivo de un grupo de edad específico. Parecía muy liberador: en ese espacio al aire libre -donde la vista no alcanzaba a ver el final del mar- prescindir del sujetador, sacar las tetas al sol, liberarlas de su carga sexual, del control sobre su apariencia y posición -turgentes, firmes, sin pezón...-.

Me resultaría molesto tener que llevar algo que cubriera los pectorales. Me paso la mayor parte del verano en bermudas o pantaloncito corto de deporte. En cuanto puedo me quito la camiseta. Y no es que tenga un cuerpo escultural -que uno ya va peinando canas- o modelado por la práctica deportiva. Soy caluroso y la ropa me molesta. No es exhibicionismo -aunque puede que también lo sea-. Prefiero airear los complejos a tener que mantenerlos ocultos.

Hubo un tiempo, sobre mis veinte, en que sí me preocupaba la apariencia física y mantener un cuerpo moldeado según la tendencia estética del momento. En esa edad es fácil que algo así ocurra. Después de todo, el ideal del cuerpo deseable lo fijan ciertos rasgos del cuerpo adolescente o joven. Con el paso del tiempo, los cuerpos se transforman en otra cosa y requiere unos esfuerzos titánicos mantenerse al pie del cañón.
No es que los cuerpos dejen de ser atractivos a partir de los treinta largos. Pero, empiezan a surgir defectos -arrugas, canas, grasa...- y, pareciera que no tenemos algo bello que mostrar. Dejamos de subir fotos a las redes sociales y, cuando lo hacemos, procuramos poner nuestra mejor sonrisa y que el cuerpo aparezca pulcramente cubierto -desde luego, procuramos que el cuerpo nunca sea el protagonista de la foto-.

En la playa no había muchos cuerpos adolescentes. Había cuerpos maduros muy atractivos. Los demasiado jóvenes llaman la atención por su piel tersa y fina, pero no por sus formas: así como a medio hacer, en posturas aniñadas... A menudo, con los hombros encogidos, como con cierto pudor...
Muchas veces pienso que todo es cuestión de actitud, que el miedo, la vergüenza y la desconfianza se huelen... Y resultan feos -repulsivos-.

A unos metros había una mujer con unas tetas enormes. Panza arriba. Pareciera que ocupaba un área inmensa. Se puso en pie. No era muy alta, ni gorda, ni flaca. Pero mientras caminaba hacia el agua, con el bamboleo de sus ubres y su cadera... todos nos encogimos alrededor, convertidos en poca cosa.

Suele haber marroquíes y negros -subsaharianos- en la playa. Supongo que por algún tipo de prescripción religiosa las mujeres van muy tapadas: con vestidos de cuerpo entero o camiseta y pantalón. Se bañan con toda esa ropa. Pero también se ha convertido en algo normalizado. Prefieren las últimas horas de la tarde. Es un contraste fuerte: pechos al aire Vs ropa de baño. Se trata de una playa de ciudad, de una ciudad donde la gente vive y trabaja. Es una ciudad costera y tiene la suerte de contar con ese espacio público, lúdico, de integración, donde liberar la tensión sexual que amordaza los cuerpos. Donde es fácil controlar los cuerpos anónimos esparcidos sobre un terreno desértico, asediado por el sol y las insistentes olas del mar.

En las zonas turísticas todo resulta más  uniforme -no son tantos los perfiles que deciden ir a un destino de playa a entretenerse sobre la arena-. Para el turista, la playa, es más una obligación autoimpuesta; para el habitante de ciudad costera es una forma de liberación, de relax, socialización...


En el pueblo los cuerpos nunca son anónimos. Están tapados por un grueso manto de control sexual y moralidad. No existe un espacio donde poder liberarlos públicamente. Lo más parecido sería la piscina municipal, pero se ha convertido en un reducto para adolescentes y forasteros. La mayoría de los habitantes prefiere preservar su cuerpo en la intimidad de sus piscinas privadas o en escondidos rincones del pantano. Y el cuerpo sólo se exhibe encorsetado, sometido a las formas que imponen los ropajes. Unas formas a la moda que marcan toreros y folclóricas.

Paseando por las calles de Mataró, siempre me pareció que la gente llevaba la ropa más suelta, más ligera, como adaptándose a los cuerpos: la diferencia entre ir en sandalias o tacones altos; entre ir sin sujetador o llevar faja; entre tener tiempos y espacios para relajar  el cuerpo o estar continuamente manteniendo una pose.

No quiero generalizar, en las ciudades costeras también existe un fuerte sometimiento a la pose, y muchos son incapaces de gozar de la libertad que supone la playa. Pero, al menos, existe el tiempo para el anonimato y el espacio para la liberación de esa tensión que se impone a los cuerpos -sobre todo a los femeninos-. En los pueblos hay que esperar más -o desplazarse más lejos- para encontrar esos lugares, pero siempre hay alguien dispuesto a hacerlo.

Playa de Mataró - Julio de 2020

lunes, 20 de julio de 2020

Te la mereces

A un día de calor le seguía otro día de aún más calor. Las temperaturas eran obscenamente altas: 38, 39, 40, 41 grados... Por las noches no corría el aire -y, si lo hacía, era un aire sucio y caliente-. Sólo entre las 6 y las 7 de la mañana una ligera brisa fresca entraba por la ventana a acariciarte el rostro y... despedirse fugazmente. El mes de julio era odioso en aquel lugar.

En los últimos dos años había un cierto empeño en promocionar turísticamente la comarca. Pero el verano hablaba por sí sólo... Y decía cosas horribles sobre aquella latitud y altitud. Seguro que a Stephen King le inspiraría historias bien macabras ese calor infernal.
Quienes podían permitírselo tenían piscinas particulares en las que refrescarse. Otros, hablaban de las bondades de las casas antiguas de planta baja en las que habían invertido millonadas para reformar. Pero lo cierto es que, los de  la tienda de electrodomésticos, andaban muy atareados clavando aires acondicionados en cualquier pared. A mediados de julio ya nadie recordaba qué era respirar un  aire decente que no hubiera atravesado uno de esos inversores de temperatura.

Mientras cruzábamos la presa del pantano, me preguntaba si aquella gran cantidad de agua embalsada no tendría nada que ver...
Mirando las orillas escarpadas, muertas, donde brillaban las pizarras y la tierra suelta... -¿Dónde fue la vegetación ribereña? -Quizá esté ardiendo en el más allá para calentar el más acá?

Sí, la única posibilidad era huir de allí. Conocía un montón de lugares donde el mes de julio era mucho más llevadero: al norte, o hacia cualquier punto de la costa. -¡Que se jodan los de las piscinas con su cloro, sus depuradoras y toda la mierda que vierten en esos circuitos cerrados de agua! ¡Que les follen a los de las plantas bajas y sus aires acondicionados clausurados en una siesta perpetua! 

Llegando a Valencia, la temperatura bajó drásticamente. Continuamos mucho más al norte, hacia el Maresme. Sí, había humedad. El sudor era molesto y pegajoso, pero el termómetro no pasaba de los 30 en las peores horas del mediodía.

Recordó el cartel promocional de su comarca: una foto de algún pantano, contrastando el marrón de las orillas peladas contra el azul del cielo reflejado en las aguas... Como si se tratase de un gran lago cristalino.

Llegamos tarde a la playa, pero conseguimos aparcar cerca. Había gente, pero todos mantenían la distancia de seguridad. Me metí en el agua -¡Aquello sí que era refrescante! ¡Joder! Si hasta me veía los pies! Nadé un poco y me tendí en la arena, el sol estaba bajo y no era necesaria la sombrilla.
Cogí el móvil y busqué la foto. "Te la Mereces" rezaba con una cálida y amorosa tipografía. Recordé el pantano -que estaba muy bajo esos días, con sus aguas turbias de micro-algas y sedimentos-, el calor infernal, el continuo run run de los aires acondicionados, la cerveza tibia al segundo de abrir la lata, la gente asándose, encabronada... -¡No! ¡Aquello no se lo merecía nadie!



domingo, 28 de junio de 2020

Un cambio de verdad. Una vuelta al origen en tierra de pastores

Abro el Whatssap. Se trata de una foto a un par de páginas de lo que parece una novela. Empiezo a leer el texto. -¡Coño! ¡Qué bien escrito está esto! ¡Cómo mola! Habla de La Siberia Extremeña, de Garbayuela, la resinación de pinos...
-¿De dónde has sacado esto, Quiterio? ¿Quién lo ha escrito?
-Un escritor de Barcelona. Estuvo viviendo una buena temporada en una finca de por aquí. Hace poco que se ha publicado el libro.
-Dime el título. Tengo que hacerme con él.


Y así fue como me sumergí en la experiencia vivida por Gabi Martínez. 

Desplazando la vista sobre mi Kindle, observaba desfilar los paisajes -y muchas de las personas- que yo tan bien conocía.

La última novela que había leído fue "Las ratas" de Miguel Delibes -hará ya más de un año-. También una novela que transcurre en el entorno rural, y que rezuma sensibilidad y conocimiento del medio ambiente por los cuatro costados.
60 años separan ambas publicaciones. España ha cambiado mucho. Supongo que nadie podía esperar, en los 60's, que hubiera turistas de interior y, menos aún, en estos pueblos siberianos, tan anodinos.
Es verdad que no hay muchos, pero existen. Vienen viajeros incluso de países extranjeros a disfrutar del avistamiento de aves, la pesca, la caza...

La vida de los que trabajan el campo también ha cambiado. Se ha tecnificado aún más. La tecnología se ha abaratado. La fase más basta de mecanización ha concluido y, ahora, se orienta al control -del campo y también de ganaderos y agricultores-: crotales, bolos, drones, aplicaciones meteorológicas, GPS, móvil, subvenciones...
Si antes la maquinaria era cosa de grandes explotaciones que podían amortizar los costes, ahora, por pequeñas que sean, también se las denomina "explotaciones" -con todas sus connotaciones de máximo aprovechamiento y tasa de beneficio-.

Todos estos cambios quedan muy bien reflejados en "Un cambio de verdad". Los desplazamientos se hacen en coche, las llamadas al móvil son habituales, para la esquila se utilizan máquinas eléctricas, los animales llevan su identificación... Y, si antes un pastor podía vivir de 50 ovejas, ahora necesita 500.

En esos aspectos, el contraste en ambas novelas es muy bestia. Aunque, también existen numerosas constantes.
Hay un pasaje de "Las ratas" que me llamó la atención especialmente. El pasaje habla de la construcción de presas y pantanos:

"[...] Tomó al Nini nerviosamente por el pescuezo y le explicó confusamente algo sobre un plan de regadío que alcanzaría hasta el pueblo.

— Date cuenta, Nini, si llueve como si no. Cuando el Pruden quiera agua no tiene más que levantar la compuerta y ya está. ¿Te das cuenta? Dejaremos de vivir aperreados mirando al cielo todo el día de Dios.
"

Leyendo las primeras páginas de la novela de Gabi Martínez, donde se alude a la recurrente situación de sequía, pareciera que el problema del agua no se ha solucionado.
Y, es cierto, gran parte del territorio de La Siberia está sumergido bajo las aguas de pantanos, que proliferan como setas. Pero ese agua se utiliza para la producción de electricidad, para abastecer a los municipios y para regar tierras abajo -fuera de la comarca-. Los habitantes apenas se benefician de los embalses y, las temporadas de sequía, siguen suponiendo un gran problema: riesgo de incendios, pastos que se agotan rápido, charcas y manantiales que se secan -con el consiguiente trajín de los ganaderos para proporcionar agua a sus animales-.... Así que, aquí -aunque es cierto que existen muchas casas que cuentan con piscinas privadas y que siempre que abres el grifo sale agua potable-, agricultores y ganaderos siguen mirando al cielo, anhelando la lluvia.


Uno de los aspectos que más me gusta de "Un cambio de verdad" es el lugar donde pone el foco: las ovejas, las aves, la fauna, pinos, encinas, ganaderos, resineros... La narración deambula en todo momento por la base, lo que realmente sustenta y da sentido al territorio.
Para mí, toda buena historia tiene que contarse así, desde abajo. Y Gabi lo hace muy bien. Se instala en una finca, en una casilla austera -más bien pobre- y empieza a relacionarse con el territorio y con sus gentes desde ahí. Nos ilusionamos con el proyecto de merina negra de Miguel, respiramos el pinar con Quiterio, aguzamos la vista y estiramos el cuello para observar la colonia de buitre leonado con Álvaro Eldelcamping, alimentamos las colmenas en invierno, sudamos en verano, nos ilusionamos con los espárragos de la primavera, las lluvias y las setas del otoño...
Con el deseo de Gabi por conocer el rebaño de merina negra, sentimos la presión social -siempre presente- en los pueblos, en los que todos estamos ligados con todos. Aquí, las diversas etapas de nuestra vida transcurren en el mismo lugar, con las mismas personas, y hay que conjugar nuestra multiplicidad de intereses e inquietudes con cambios en las relaciones que establecemos con los demás -compatibilizar el deseo con el respeto a los que conforman nuestro círculo y nos sostienen-.

Seguramente, Gabi, podría haber encontrado alcaldes, concejales, maestros, médicos, funcionarios, algún empresario de éxito -al estilo del cazador rico-... Estoy convencido de que se cruzó con ellos... Seguro le lanzaron propuestas para narrar alguna historia desde su privilegiada posición, para fijar así la épica de sus logros y su "desinteresado" esfuerzo por el progreso de los pueblos y la zona.
Podría haberse instalado en una casa en cualquiera de los municipios más grandes de la zona -aquí los alquileres son muy baratos, si se comparan con Barcelona-. Pero decidió contar la historia de los pastores y de todo lo que se veía desde la altura de los rebaños de ovejas: las moscas, los buitres, los mastines, los cazadores... Y la historia está bellamente contada, mucho mejor que cualquier artículo pagado por la junta de Extremadura y encargado a cualquier mercenario.

Sí, se trata de una historia parcial. En La Siberia hay mayor diversidad social y de formas de vida que la reflejada en la novela. Pero es la historia parcial que, desafortunadamente, suele quedar oculta, tapada por los relatos grandilocuentes de los que organizan las sociedades y disponen de sus recursos.

Desde que yo era un niño, mi familia hemos mantenido una cantidad variable de ovejas en la zona de Garbayuela. Para mí resulta tremendamente cercana esta historia -no voy a atribuirme el título de ganadero, sería demasiado pretencioso, pero es una actividad que en nuestra familia conocemos de primera mano-.
Vivimos una época tecnológica, pragmática, en la que cuesta encontrar un sentido fuera del enriquecimiento -el aumento del capital-, más allá de la escalada en una vida de lujos y colección de postales de viajes. Gabi no consigue en su novela encontrar el sentido de la existencia -no creo que nadie pueda hacer algo así-. Pero nos cuenta historias de vidas muy dignas -muy rocambolescas algunas- que merecen toda nuestra atención. Historias que son puntos de fuga hacia otras realidades -que están ocurriendo en lugares demasiado cercanos-. Historias insertas en nuestros sistemas de organización social y económico, pero dominadas y ocultas bajo el tupido manto de las economías de escala, la masificación de las ciudades, el turismo, las prisas, la burocracia y las ayudas de la PAC.
"Un cambio de verdad" nos desvela esas historias, las engalana, las dignifica, las maqueta y encuaderna para que las disfrutemos desde su particular mirada.