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domingo, 8 de julio de 2012

Sueños de una tormenta de verano

Llegó la lluvia y sopló el viento desde las montañas; por un día se endureció la arena de la playa y asentó el polvo donde debe estar: en el suelo. Un día sin sudar, un día de descanso, en un verano sin tregua, de los que no dejan dormir ni descansar. El infierno es siempre un lugar cálido. Hay mitos respecto al viento: que vuelve loca a la gente; sin embargo, el calor, parece requisito indispensable para la madurez: de la fruta, del cereal... del tontito al que le falta un hervor.
El calor tiene un lado perverso y oscuro. Y no es sólo por la carne de los cuerpos que se expone sin pudor a los rayos afilados del sol. Además es el catalizador de las pulsiones de muerte, la llave de esas puertas que dejamos mal cerradas cuando preferimos olvidarnos de los traumas infantiles o adultos, para seguir adelante. Porque matar o dejarse morir es malo por igual, aunque las buenas personas prefiramos dejarnos morir...
Costaba entender porqué existía esa veneración incondicional hacia el verano. Porqué todos se dejaban arrastrar por sus instintos más destructores y se lanzaban a un ocio de sol, tabaco, alcohol, temperaturas extremas, comidas copiosas, músicas chillonas, sexo, adulterio, drogas... cáncer. Sufría, sufría por todos ellos, mientras el aire acondicionado le helaba los huesos en aquella oficina gris y oscura, después de un fin de semana de contrastes de temperatura.
Delante de la epiléptica pantalla de ordenador soñaba con vacaciones, en un lugar frío, quizá Siberia, viendo corretear los renos desde debajo de su gorro polar, mientras la nieve golpeaba con furia el grueso abrigo. De pequeño adoraba los cuentos populares rusos, recordaba perfectamente los dos tomos de pasta dura de la biblioteca del pueblo. Había leído cientos de aquellas historias de caballos semi-mágicos, expirando fuego en medio de la estepa helada, ayudando al joven de buen corazón (pero bolsillos vacíos) a conseguir el amor de la hermosa princesa. De pequeño siempre estaba en las nubes, quizá no le había dado lo suficiente el sol, de pequeño...
Odiaba el calor y el aire acondicionado; además tenía un corazón salvaje, como los jóvenes de los cuentos populares: por eso siempre estaba sudando. Quizá su fascinación por Rusia no era algo irracional, ni sus sueños marxista-leninistas... la comunión de bienes.

Una rata gorda y peluda se posó a su lado; con sus manitas pequeñas y desnudas parecía querer decirle algo. No era más que el jefe del departamento de cuentas. -¿Qué cojones querría ahora!-. Esta gente parecía no enterarse que el calor le ponía de mal humor. -De acuerdo- Le espetó -Sin ni siquiera pensar lo que le había dicho (siempre eran pequeños detalles que no le interesaban lo más mínimo)-. Le vio alejarse arrastrando su cola carnosa tras el traje negro. Fijó la mirada en la pantalla: -¡Mierda!- El protector de pantalla se pavoneaba con mil colores, ahora entendía a qué había venido ese ser agorero. Era un Lunes de Julio, después de un fin de semana de cáncer e infarto. Una salida de la autopista de la rutina, tan intenso como desconcertante. Pero el señor rata no sabía nada de eso y prefería importunarle cuando observaba inexpresivo los renos de su amada Siberia.

El infierno está lleno de calor y el mal tiene rabo. El deseo sexual se disfraza de voluptuosidad, el verdadero mal habita en mugrientas oficinas y sobre todo en las de amplias cristaleras. Después de la tormenta siempre llega la calma y le deja a uno tirado en medio de una realidad absurda, extraña, ajena... una especie de Matrix al que todos vivimos enganchados, engañados... como el Buda que no quiere saber de las pasiones.

La psicodelia del protector de pantalla le transportó a la noche del fin de semana, a la oscuridad de un antro en el centro de la ciudad donde se sorprendió mirando sus brazos, repletos de gruesas venas, como raíces de un gran árbol. Se giró para comentarlo a un colega, pero estaba en medio de un grupo que no era el suyo; una chica le preguntó algo, la música siempre estaba demasiado alta, o quizá  era extranjera; le señaló sus brazos, pero no pareció ver nada raro. Todos reían, bailaban y se movían muy rápido, así que pensó que sería el cóctel de drogas; que había llegado el momento de buscar al hombre sin química, aquel que habita más allá de los sueños, al otro lado de las sábanas, en el mediodía siguiente. Se fue a casa, sin despedirse, tampoco sabría de quien hacerlo, todos le resultaban conocidos. Fumando, tosiendo y sudando, con el sol asomándose para verle abrir la última puerta; se quitó la ropa y se metió en la cama, mientras pensaba que había vivido momentos de magia, que había visitado el lugar donde nace el narco iris y juegan los pequeños ponis. El calor y la humedad fueron especialmente insoportables, así que no descansó, sólo de vez en cuando susurraba -Mañana lloverá y arrastrará al mar este onírico malestar, las imágenes ya borrosas y los sentimientos de culpa, por no haber actuado acorde a la prudencia, la razón y el decoro.

El día siguiente amaneció un Domingo de tormentas, un regalo del Cielo. Dios le amaba. Después de todo, no había sido tan malo. Aunque no hacía falta que se lo confirmaran: él sabía que era de los buenos, de los que aman; los que odian prefieren de lunes a viernes: no piensan en la felicidad ni tienen raíces en los brazos y, por supuesto, no sueñan con árboles de vida y muerte.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Sangre de TIC

En el navegador siempre había una pestaña en blanco. Como en sus cuadernos, de los que no le gustaba utilizar la primera hoja. Tenía la extraña manía de no dejar nada del todo cerrado. Le causaba desasosiego no ver alguna puerta abierta, la claustrofobia de estar atrapado en el momento presente, en el lugar de siempre.
Hasta que un día, aquella pestaña comenzó a sangrar, sangre de bits, rojo sobre fondo negro. -¿Y por qué no?- Se preguntó mientras observaba impávido aquellos regueros de sangre. -Llevo tanto tiempo aquí sentado, yendo de un sitio a otro, del facebook al correo, a noticias que nunca leo completas, a pequeños pedazos de cosas que pasan fugaces por mi electrizada cabeza. ¿Por qué no se va a empañar la pestaña con sangre de TIC?-.

Y, cómo no... empezó a rascar con el dedo. Por fin algo interesante en la pantalla de su ordenador, más incluso que el fondo azul y caracteres blancos de aquel sistema operativo que un día tuvo, güindous lo llamaba. -¡Puto virus!- En su nombre había sacrificado cientos de teclados, a base de violencia mal contenida.

Al rascar, también la pantalla se puso a sangrar, su dedo se rompió y borbotones de palabras hicieron charco en su escritorio. Por un momento le invadió el miedo: Alguna vez le habían dicho que podían salir las tripas por cualquier herida. Y siempre se lo había tomado a broma, sólo que ahora, mirando el charco del escritorio, de palabras escatológicas y bits herrumbrosos vio peligrar sus entrañas. De alguna manera ya estaban allí, en aquel charco rojo oscuro de bits, caracteres, palabras... tripas. Eso era él: un destripador sanguinolento, un asesino de pasados siempre mejores y futuros estables.

Se desvaneció, uno no puede sangrar eternamente, ni estar asomado al fondo de un abismo sin acabar demente. De la demencia al desvanecimiento. -¿Quién va a rescatarme de este pantano de bits y sangre! Las palabras se han escurrido entre mis dedos y soy prácticamente un saco de muerte. ¡Tengo frío! ¡Tengo miedo! La culpa es mía por rodearme de seres inertes-. Mientras se lamentaba en el fondo de su abismo, la pestaña sangrante recuperó la cordura, otra vez en blanco y la barra del navegador impoluta ¿Qué nuevos mundos le aguardaban? ¿Qué nuevas fantasías y pornografías habría más allá del píxel en blanco?
El charco se coaguló en un pesado bloque de bits y palabras vacías, su dedo se reparó. Pero ahora el brazo derecho era más ligero, estaba fuera de control. Así que se acordó de David Lynch, de Laura Palmer y del acto de masturbación. Se sentía más violento, más humano. De repente, quería buscar trabajo, ganar más dinero y actualizar su facebook solo con casos de éxito. Así que navegó, siempre en la misma pestaña, con un objetivo entre las cejas. Sin el peso de las letras o las tripas... sin el calor de la sangre, se posó en la cima de La Montaña de cadáveres.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Mirando al mar
 

 
Los Iframes: extrañas puertas a otros mundos....

lunes, 24 de julio de 2006

Confusion


Porque Pancho no sabía que le ocurría, no sabía quién era ese tío tan raro que le contaba historias absurdas de adolescentes. No comprendía cómo un tío tan viejo y tan feo podía ver la noche con la mirada de un niño que acaba de descubrir los vicios de los adultos. Pero le escuchaba... y cierta curiosidad prendía mecha en su pecho.
No entendía cómo había llegado a ese bar, no sabía dónde estaban sus amigos y... ¿Por qué estaba tan borracho? Ese comportamiento no es el propio de una persona de su condición. Las personas deben comportarse de acuerdo a lo que se espera de ellas, si quieren ser comprendidas. No existe la incomprensión, sólo aquellos que se empeñan en comportarse de manera estrambótica.
Había tomado drogas -y mucho alcohol-, estaba en fase decadente y destructiva, ya sólo el aguante de su cuerpo y el cóctel de sustancias ingeridas eran los dueños de su destino. Observaba a las chicas con obsesión y cierto vacío en la mirada. Y aquél tío comiéndole la oreja...

Cuando despertó, no quería mirar a su alrededor ¿Cómo había llegado allí? Aquello no era su casa, olía bastante mal, a cuarto de baño con humedad, mal ventilado y sucio.
-No vuelvo a beber, no me sienta bien, es malo para mi salud y para mis relaciones con los demás. –Y su voz sonaba a borrachera, a noche de descontrol y juego perdido-.
Abrió los ojos: definitivamente aquello no era su casa, en la habitación no había nadie, y tampoco se oían voces. ¿Era la casa del desconocido que le habló en el bar? No conseguía recordar cómo había llegado allí.

viernes, 3 de junio de 2005

Un bicho

Ella se marchó, pero le dejó un bicho dentro que poco a poco le iba royendo el corazón. Sin duda estaba enfermo, había entrado en su círculo vicioso, en una cadena de pensamientos que no le conducían a ningún lugar.
Secretamente la había deseado siempre, pero se acostumbró a vivir la vida resignado y, aunque mantenía la esperanza en un giro brusco, ahora estaba asustado. Lo quería todo y lo quería de golpe. ¿Y si fracasaba y se quedaba otra vez colgado? Sería sólo eso, un fracasado, un estúpido soñador al que su soledad había empujado a un mundo de irrealidad, de sueños y fantasías. Un Don Quijote sin su Panza, un montón de secretos mal acumulados que a nadie interesaban. Hay cosas para las que uno nunca está preparado, cosas que nadie te puede enseñar porque nadie las sabe y, cuando esas cosas ocurren, tampoco sabes a quien culpar, quizá a la obcecación por cometer tus propios errores.
Irónicamente la vida seguía igual, a pesar de que su mundo había desaparecido en la más grande explosión. La agenda mantenía su curso, ajena a la transformación de su alma, a la destrucción de las cosas en las que creía. A veces su mente se habría, veía el camino, pero no tenía fuerzas para avanzar y se pudría delante de sus libros, ejecutando obligaciones, cumpliendo plazos.
El pasado que nos agarra de los pelos, que se convierte en futuro y presente. ¡Qué estupidez pensar que el tiempo lo arregla todo, que si se rompe un vaso se pone otro en su lugar, que si cambias algo de sitio nadie lo va a notar! Y que hagan falta años para darse cuenta de eso, que puede que haya gente que nunca lo descubra y vivan dichosos en ese limbo que es la ignorancia.
Tomó una decisión: -Venderé mi alma al Diablo. -Él es muy listo, sabrá lo que hay que hacer y, de todas formas, mi alma ya no me pertenece, es del bicho que ella me metió dentro.
El Diablo acudió rápido, ávido de almas, y más sabiendo que podía ganar dos por el precio de una.- Lo que me pides es fácil, no vale un alma, ni tan siquiera media, guárdala para otra ocasión en que me haga más falta. – Jeremías se quedó atónito: -¿Qué tipo de Diablo eres tú que desprecias mi alma? ¿Acaso no es lo suficientemente casta y pura? – A lo que él le respondió: - No es ni tan siquiera tuya, además está enferma y sucia. Date el placer de curarla, que lo malo llega sin esfuerzo, pero el placer hay que buscarlo. –Y, en diciendo esto, desapareció.
- Más sabe el Diablo por viejo que por diablo, pero yo soy joven todavía, estoy confuso y lo único que tengo es un montón de energía contenida que no sé adónde dirigir. Voy a dejar esta ciudad. ¿Me voy lejos, o cerca de ella? Me iré lejos, al campo, me perderé entre las malezas, hasta que me consuma este bichito, a ver qué pasa cuando ya esté hueco. Que no soy hombre de esos que se rigen por sus pasiones y no dominan sus instintos, y si lo soy… los mataré con whisky por la mañana y cerveza por la noche, hasta olvidarme de su pelo, sus besos, su olor,… Pero, ¿y ella?, ¿estará bien sin mí? Ella me desea, lo he visto en sus ojos, lo he visto escrito en la Luna, el Diablo dijo que era fácil. La secuestraré, nos encerraremos en un cuarto oscuro hasta que queden limpias nuestras almas de tanto frotarnos y podamos fundirnos como figuras de cera en nuestro propio infierno.