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miércoles, 3 de febrero de 2021

De la fuente El Borbollón bebo agua, agua siempre nueva

Ir a la fuente a por agua es un torbellino de emociones. En cuanto abandonas la carretera nacional te ves inmerso en otro mundo. Yo siempre apago la radio para disfrutar del camino: pickups, furgonetas y todoterrenos se distribuyen por los solares, cercas y naves. Ovejas, cerdos, vacas, dehesas, monte, terrenos desarbolados, arroyos, pinares... Sólo falta atravesar algún pantano para tener una representación completa de la comarca. 

Desde lo alto del puerto puede verse, a un lado, el valle donde se asientan Herrera y Fuenlabrada -con sus sierras salpicadas de olivares- y, al otro lado: Las Navas... -Mira, antes, todo esto era campo... Bueno... sigue siendo campo... Quitando la fábrica esa que captura el agua y la mete en botellas de plástico fino. El puerto es la entrada al otro mundo, un mundo ciertamente intervenido por el hombre, pero donde el hombre no es el protagonista. La Naturaleza es la protagonista. En septiembre y octubre, cuando la comida escasea, es fácil encontrarse ciervos, rebaños de gamos...

Vistas de Herrera del Duque y su Fortaleza desde el puerto de las Navas - Julio de 2018

Siempre te cruzas con camiones cargados de agua -y parece que sobresalieran por ambos lados de la estrecha carretera-. Te acojonas, aminoras el paso... -¡Increíble que quepamos los dos en este carril! Aceleras. Bache a la izquierda, bache a la derecha... -¡Seguro que hoy no habrá nadie en la fuente! Con este tiempo y a estas horas... Ese es el sueño húmedo de todos los que vamos a la fuente: que no haya gente, que seas el primero y puedas empezar a llenar las garrafas sin esperar ¡Eso sí que es triunfar! 

 

Cuando llegué había dos coches, uno ya estaba terminando. La parte de atrás estaba completamente agachada por el peso de las bombonas. Un señor mayor aguardaba su turno, con la mascarilla puesta, dentro de su Kangoo. 
Cuando le tocó, sacó una cuerda. Pacientemente la ató a la base del grifo. Después ató una piedra a la misma cuerda. Y tensó bien, para que quedara pulsado el grifo automáticamente.

Recientemente habían acondicionado el lugar. Y había quedado muy cuqui. Pero se había acondicionado como zona de recreo, no para que la gente del pueblo fuéramos a por agua. La fuente queda un nivel por debajo de los coches y tienes que cargar con las bombonas por unas escuetas escaleras. Además, han instalado dos grifos de esos que tienes que mantener pulsados con la mano para que salga el agua. Entre los dos grifos se distribuye el mismo caudal, así que, al poco tiempo, ya se había establecido el código de llenar sólo una persona a la vez. 

A pesar de las medidas disuasorias, la gente del pueblo seguimos yendo a por agua. -Es que está muy buena. En cuanto la pruebas, la del grifo te sabe a cloro y mil potingues. Además, como es la misma que embotellan en la fábrica, se cuidan de que no tenga impurezas. -Hay otras fuentes en la zona, pero a veces no corren, otras el agua sale sucia... Además, yo no me fío, porque hay muchos olivares allí, la gente echa veneno para matar la hierva y eso seguro que se filtra a las aguas de las fuentes. -Me niego a comprar una garrafa de agua para tirar todo ese plástico, me parece un despilfarro inútil... El argumentario es amplio.

Cuando el señor mayor consiguió mantener el pulsador fijo, sacó una manguera, la conectó al grifo y empezó a llenar las garrafas que había dejado junto a la Kangoo. Yo llevaba un libro. Me senté en el banco y me puse tranquilamente a leer -después de chequear el Whatssap y el Facebook-. El hombre iba haciendo... tenía un buen montón de garrafas -y yo también-. No es un lugar para ir con prisas. Cuando acabó, dijo que me dejaba el invento montado y también la manguera. 
-No es necesario -Le dije. -Yo traigo mis apaños. 
-No, en serio, quédate la manguera. Así no tienes que andar subiendo y bajando las garrafas. Yo no la necesito. Corto un trozo cada vez que vengo a por agua.
-¡Joder! ¡Muchas gracias!

A esa fuente hay que ir preparado. Nunca sabes lo que te vas a encontrar. Antes de que la acondicionaran, la gente solía arrancar el grifo -supongo que para ponerlo en su casa, nunca entendí aquella práctica-. Así que, siempre que voy, llevo unos alicates, cuerdas, gomas y algún invento para mantener pulsado el grifo. El último, uno bien curioso que me enseñó un ganadero de la zona -mientras platicábamos en la fuente-. Consiste en cortar un trozo de cámara de bicicleta, colocas el anillo de goma en el grifo y lo estiras para que coja el pulsador. La goma es lo suficientemente estrecha y fuerte para mantenerlo pulsado. Pero como el señor mayor me había dejado su invento, no lo necesité. Hay gente que se dedica a arrasar todo lo que encuentra en los espacios públicos y, otros, prefieren hacerle la vida más fácil a los demás. Este señor mayor era de los últimos, de los buenos. A ver si cunde su ejemplo y, cuando volvamos, sigue allí la manguera.

Fue lo único que hablé con él. Normalmente, la gente que va a la fuente prefiere hablar un rato mientras espera. Yo también lo prefiero. Coincides con personas con las que no te encontrarías en otros espacios del pueblo... Bueno, ahora que estamos todos confinados -con el Coronavirus-, no coincides con nadie. Así que es fácil entrar a la gente, después de todo, has recorrido más de 10km en coche para ir a buscar agua, estás al aire libre, mirando el campo, viendo el trasiego de camiones de la fábrica... Puedes consultar un rato el móvil, pero aburre. Así que, si tienes a alguien delante, aprovechas y hablas. Hay gente que te interroga -Y tú ¿de quién eres? -Sí, a tu padre le conozco. Dile que has estado con Menganito. ¿Y tienes trabajo? Otros sólo quieren hablar ellos. -Pues me acuerdo yo cuando... Y te cuentan su vida -de antiguamente-. De cuando no había fábrica y el agua salía a borbollones del manantial. -Mira! Más o menos por ahí era! Otros hablan de política, de lo mal que está el mundo. De la cantidad de agua que saca la empresa propietaria de la fábrica. De los pozos que hacen. De la suerte que tenemos de que genere tantos puestos de trabajo. De que deberían darle más caudal al grifo... Y así, poco a poco, se van llenando las garrafas.

De la fuente vieja bebo agua. 
De la vieja fuente de siempre,
agua siempre nueva 

Josean Artze

sábado, 16 de enero de 2021

Peloche y el colonialismo

Peloche es una pedanía de Herrera. Es un pueblo por sí mismo pero, a nivel legal y administrativo, depende de Herrera. 

Entre los pelochos existe una cierta animadversión hacia este hecho. 
Aunque no se materialice en acciones o grupos organizados concretos, la idea de su independencia, flota en el ambiente.

¿Por qué no habrían de tener sus propias instituciones y decidir sobre sus propios asuntos? No se aprecian diferencias entre Peloche y otras localidades pequeñas que tienen su propio ayuntamiento.

 

Después de las navidades se dispararon los casos de Coronavirus en Herrera -en toda Extremadura, en general-. Y comenzaron a proliferar los mensajes de ánimo... Poco más se puede hacer una vez que el virus está extendido -bueno, también se podría vacunar más rápido-. Así que, Peloche, se quedó sin sus fiestas patronales -que se celebran para San Antón-. 
Por ese motivo, el alcalde de Herrera, publicó esta foto de apoyo a los pelochos. La verdad que la imagen no puede dejar indiferente a ningún local.

Imagen extraída de la cuenta de Facebook del alcalde de Herrera y Peloche
 
En primer plano aparecen los danzantes de Peloche. Durante la fiesta de San Antón se travisten con esos ropajes y danzan por las calles para sus vecinos y vecinas. Hay otras danzas similares en la comarca, pero no con hombres vestidos con ropas de mujer. Además, es una fiesta netamente religiosa (católica), los danzantes bailan en la iglesia -supongo que esta danza sea algo más antiguo que el catolicismo ha incorporado para dar gusto a sus parroquianos-.
 
De fondo aparecen el alcalde de Herrera -y Peloche- junto con alguien de la diputación, desvelando una estatua que representa a un danzante anónimo. Como si fuera una ofrenda a las colonias para calmar sus anhelos de independencia. -Mirad, ahora, a los pelochos, os vamos a identificar con esta cosa tan graciosa y tradicional de los danzantes. 
Quitando las letras de la foto, podría ser perfectamente la portada de un libro de antropología.
Supongo que desde Herrera vemos en Peloche una especie de pueblo originario, virgen, primitivo, en plena conexión con la Naturaleza, apartado de la modernidad. El típico relato que potencia el turismo de interior -es normal: el turista busca siempre este tipo de hitos para formarse el mapa de los lugares que visita-. 

Los pelochos están muy orgullosos de sus danzantes y de sus fiestas. Y, en esas fechas, acuden de todos los puntos del planeta por los que se encuentran dispersos. Los de Herrera también nos acercamos a los principales eventos ¡Y los disfrutamos! Estamos muy conectados -quien más o quien menos tiene conocidos o familiares allí-. Pero es una fiesta de la gente de Peloche y la organizan como a ellos les da la gana. Ellos son los protagonistas de sus fiestas -al contrario de lo que refleja la fotografía, donde todas las miradas se dirigen a los dos hombres blancos, burgueses y adultos ataviados con traje y corbata que descubren la estatua-.
Y era eso lo que más me llamó la atención de la foto: que era absolutamente herrerocentrista. Como eran eurocentristas las crónicas antropológicas de los investigadores de los siglos pasados. Como aquella despedida de Loquillo a Pau Donés, donde no se le ocurre otra cosa que ponerse a sí mismo en el centro para recordar al pobre Pau...
 
Imagen extraída de la cuenta de Twitter de Loquillo



 

viernes, 6 de noviembre de 2020

La Siberia y sus capas de progreso

Fue un gran descubrimiento: en el portal de "Infraestructura de Datos Espaciales de Extremadura" había fotos de los vuelos americanos de 1957 y de 1943, alineadas con fotos actuales. 
-¡Por fin podría saber cómo era nuestro territorio antes de las grandes inundaciones!

Siempre había pensado que 60 años eran un montón de años. En más de 60 años todo habría cambiado una barbaridad! 
Bueno, ahora tenía las imágenes... La imagen no engaña, no está mediada por un intelecto -con sus pasiones, afinidades, antipatías y recuerdos selectivos-.

 

La Siberia ha sido siempre un territorio alejado de grandes rutas comerciales, poco poblado, aislado  y olvidado por los gobiernos centrales. Un territorio fuera del punto de mira del poder, al margen, a las afueras. Creo que eso define perfectamente el tipo de transformaciones que ha sufrido -siempre al servicio de los focos donde se concentra la riqueza-.

Es esta una visión, en general, compartida por muchos extremeños. Que ven nuestra comunidad autónoma como una especie de colonia de la que extraer recursos. Algo fácil de deducir al observar la gran cantidad de pantanos, centrales hidroeléctricas y nucleares que se han plantado en este territorio. Una tendencia que sigue en el tiempo actual, con la transición a energías más sostenibles: nuestros campos se alicatan de placas solares y los proyectos mineros -para la obtención de los minerales requeridos por estas tecnologías verdes- proliferan como setas. Las autopistas atraviesan Extremadura de norte a sur y de Este a Oeste, al igual que las líneas de alta tensión. Grandes vías para exportar los recursos.

 

Solemos pensar el poder como una fuerza violenta y represiva que impone sus deseos sin pararse a negociar. Pero también trabaja en positivo: para ello, normaliza y construye nuestra forma de pensar y ver el mundo. Lo hace con propaganda, pero también con la cultura, la educación y, sobre todo, apelando al bien común -de la nación- y el desarrollo económico. 

En época del dictador resultaban bien palpables este tipo de técnicas. No sólo se trataba de violencia y miedo. También se utilizaban imágenes y fabulaciones que proyectaban la realidad a construir: capítulos del NO-DO dedicados al caudillo inaugurando pantanos, o haciendo apología del trabajo y la tecnología y su aplicación en grandes infraestructuras para más gloria de España, películas en las que se narraban las maravillas del turismo y las suecas.... 

Ahora no se recurre al miedo ni la violencia. En el peor de los casos, se utiliza el argumento del progreso. Cada vez que se va a realizar un proyecto que requiere una transformación significativa del paisaje y surgen grupos locales que se oponen, su voz queda silenciada por el argumento del "esto traerá trabajo y dinero a la zona". Que también tiene su lado violento y absolutista. Podemos decir, con Yayo Herrero, que vivimos en sociedades que ponen el dinero y el trabajo asalariado en el centro, mientras invisibilizan los cuidados -del medio ambiente y de las personas- y los ponen al servicio de esa centralidad.


Hoy día, nadie se atreve a pensar la realidad sin una economía capitalista de consumo moderada por los estados. Tampoco imaginamos un futuro sin energías renovables -solar, eólica, hidroeléctrica...-, realizar largos y tediosos viajes por carreteras de doble sentido llenas de baches y curvas, o abrir el grifo y que no salga agua -debido a cortes por escasez-. Pero las cosas no siempre fueron así: hace 60 años, la URSS era una gran potencia "comunista", la nuclear era la energía del futuro, el coche un privilegio al alcance de unos pocos y los ríos fluían libres obligándonos a un uso racional y eficiente del agua. 

La normalidad de hace 60 años la vemos con la condescendencia de quien mira a un pobre ignorante: ahora las comunicaciones son más rápidas y llegan más lejos, tenemos un consumo energético mayor, nuestras armas son más precisas y destructivas, podemos movernos por Europa sin fronteras ni cambios de moneda... 

El mundo ha cambiado. Ciertas tecnologías han evolucionado, y también ciertos derechos y libertades. Pero el progreso no es lineal, ni tiende a algo mejor necesariamente. El progreso está liderado por los grupos de poder y, en un sistema capitalista, las clases que gestionan la inversión ostenta también el poder. Todos sabemos que los ricos no tienen porqué ser necesariamente buenos, por tanto, el progreso no tiene porqué ir siempre en la dirección de una mejora en las condiciones de vida de la mayoría.

 

La Siberia es sólo un ejemplo de una comarca gestionada por capital externo, que la ha hecho evolucionar al servicio de su imaginario de progreso: capitalismo de estado en los años del dictador, y neoliberalismo a su muerte. Incluso su identidad le ha venido impuesta desde arriba aunque, más que identidad, sea una mera división administrativa.

Así, los paisanos, han ido viendo cómo el progreso se expandía por su territorio. Algunos como observadores pasivos y, otros, tratando de aprovechar las nuevas oportunidades que brindaban los cambios. Cambios que se deciden en esferas ajenas, que siempre se imponen desde arriba y que no entran en los planes y deseos de los habitantes de la zona. Que no casan con sus formas tradicionales de habitar el territorio, sino que, más bien, entran en confrontación directo con ellas. 

 

Bien mirado, todos estos cambios llevan consigo aparejada una desvinculación de los habitantes con el territorio. El caso más evidente sería la inundación de terrenos y pueblos con pantanos, pero también la implantación de regadíos -acabando con los usos tradicionales de la tierra-, el despliegue de placas solares... Esa desvinculación favorece los procesos de normalización y hace que cualquier proyecto extractivo cale como oportunidad de "progreso" entre sus gentes. El territorio se ve abocado así a una transformación demencial, donde ninguna sostenibilidad resulta posible, ni deseable.


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Me puse a mirar los mapas y a superponer las imágenes antiguas -en blanco y negro- con las más actuales -en color-. Los cambios más impactantes corresponden a la inundación de terrenos con la construcción de los pantanos, pero también se puede apreciar la evolución de las diferentes localidades y del propio terreno.


Fuenlabrada de los Montes ha crecido. Quizá se trate del único caso en que el crecimiento se puede achacar a la iniciativa de sus gentes, que apostaron por la producción de miel. En cierto modo, la apicultura se hizo viral aquí. Un ejemplo de autonomía capitalista que potencia el desarrollo de pequeños comandos autónomos para explotar los recursos de la zona. 
A pesar de figurar como uno de los pueblos con menor renta de España, y no ser centro administrativo más que de su área municipal, han prosperado -un claro referente imaginado de esos jefes que se hacen a sí mismos y que empiezan recogiendo cartones-. Y han prosperado respetando absolutamente su entorno, con una actividad que, si bien tiene sus luces y sombras, resulta totalmente sostenible y respetuosa con el medio ambiente.

Fuenlabrada de los montes

 

Algunos pueblos, como Castilblanco, prácticamente no han cambiado, han quedado congelados en el tiempo, estancados. Quizá la cosa más horripilante que puede ocurrirle a alguien o algo en el imaginario de estos tiempos de acelerado avanzar -hacia el abismo?-

Castilblanco



 

En las inmediaciones de Valdecaballeros, comenzó a construirse una central nuclear. Una obra faraónica que revitalizó la comarca durante finales de los 70 y principios de los 80. La oposición a este tipo de energía, surgida a lo largo de todo el Estado, hizo mella y la central nunca llegó a terminarse. Ahora sólo quedan ruinas -donde antes hubiera dehesa-, hoteles abandonados y extrañas urbanizaciones.

Central nuclear abandonada de Valdecaballeros

Urbanizaciones y cauces desviados en las inmediaciones de Valdecaballeros

Valdecaballeros

 

Peloche no estaba a orillas de ningún mar, ni de ningún lago. Ahora, incluso tiene su pequeña playa de hormigón en la cola del río Pelochejo, con merendero y chiringuito.
Yo lo llamo: Peloche d'Or, nuestra ciudad de vacaciones. Donde el nivel del agua siempre desborda todas las posibilidades ¡No hay nada mejor que ver morir el Sol! Extendido sobre el cemento, recalentado por la agresiva radiación del medio día. Exhausto, después de nadar de orilla a orilla. Los peces saltan de puro tedio. Las ovejas balan. Los niños chillan. Los adultos gruñen. ¿Qué importa la estrangulación del río? Si es lago o pantano?

Peloche

 

Herrera del Duque tuvo la ventaja de ser elegido cabeza de partido, con lo que todos los organismos de control y poder -funcionarios-  se instalaron aquí. Y creció -no en población, pero sí en extensión-. El poder premia a sus alumnos más aventajados concediéndoles bienes y servicios para mantener el territorio bajo control.

Herrera del Duque

-Herrera ha crecido un montón en los últimos 60 años.
-Sí, pero se oye mucho el eco.
-¿Lo eco-lógico? ¿La biosfera?
-No. Que está hueco, vacío.
-?
-Que hay la mitad de gente, aunque okupe el triple de espacio.
-Es el progreso, amigo...
 
Animación de la evolución de Herera del Duque: 1956, 1980-1986, 2002, 2016, 2019

 
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Una historia de violencia. 
En 1945 ya habían comenzado las obras del embalse. Por aquel entonces, los habitantes del Poblado de Cijara debían de flipar cuando les contaran que la localidad iba a quedar como en una especie de península, a orillas de un gran pantano. Que en los terrenos circundantes crecerían grandes plantaciones de pino y eucalipto. Que sus caminos serían sobrevolados por lanchas de pescadores. Y que las aguas estarían plagadas de especies piscícolas exóticas, procedentes del continente arrebatado a los indios "salvajes" 400 años atrás.
Sí, la ciencia y la tecnología han avanzado de forma casi mágica. ¡Somos Dioses! Como ese Dios iracundo del antiguo testamento, que lo mismo inundaba que enviaba plagas o confundía los idiomas. 
 
Embalse de Cijara

 
Además de inundar los terrenos, entre los municipios de Helechosa, Villarta y Fuenlabrada, se declaró una reserva nacional de caza. Se roturaron terrenos, se crearon extensas plantaciones de pino y eucalipto -atendiendo a las demandas del mercado-, se trazaron pistas para la extracción de la madera, se introdujeron especies cinegéticas -ciervos, gamos, corzos...- y especies piscícolas procedentes de las áreas fluviales de sudamérica -lucio, black-bass, percasol...-. 
Ciervos y jabalíes asaltaban los escasos terrenos de cultivo y contagiaban enfermedades a las diferentes cabañas ganaderas. Así que, nos acostumbramos a ver los campos delimitados por alambradas y a que, en época de caza, nos visitaran los señoritos de la capital -y del extranjero- en sus lujosos todoterreno, ataviados con la última moda -que el Corte Inglés diseñaba para sus escapadas rurales-. Mientras, se ejercía un férreo control sobre los cazadores locales, criminalizados como furtivos.
Ahora, la industria papelera cae en picado, la caza por diversión empieza a estar mal vista, la pesca es una actividad menos elitista y, desde los diferentes organismos, se buscan nuevas formas de atraer capital externo, básicamente: turismo rural. El turismo es una actividad que, al menos, no requiere de aquellas brutales transformaciones del terreno, sólo es necesario adaptar a los lugareños a una forma de ver el mundo como aldea global, para que sean capaces de rentabilizar la actividad y atraer y seducir al turista.

Área de la actual Reserva Regional de Caza de Cijara. Ortofoto 1957
Área de la Reserva Regional de Caza de Cijara. Estado actual

 
Si en Monfragüe tienen el Salto del Gitano, en la Siberia tenemos Puerto Peña. Y alimentamos también buitres negros, jilgueros...
Como puede verse en la imagen de 1957, por aquí pasaba el Guadiana. Estamos acostumbrados a que aparezca y desaparezca. En este caso, lo hace bajo una masa de agua embalsada... ahogándose en sus propios jugos...

Embalse de García Sola (Puerto Peña)
 

Antes de convertirse en una gran rotonda, el Cerro Masatrigo se situaba en la desembocadura del Guadalemar al Zújar.
En sus faldas había huertos y campos de cultivo... Pero eso pertenece al pasado, ahora el agua embalsada toma estas caprichosas formas, como de grieta, de ruptura...

Embalse de la Serema y Cerro Masatrigo


Desde dentro es como estar flotando en líquido amniótico. Pero al tomar altura, el río se retuerce y quiebra. Dibujando una enorme grieta de aristas punzantes en el paisaje. Cual si fuera un dragón cabreado al que han herido profundamente.
En "El viaje de Chihiro", Haku es un poderoso dragón -y aprendiz de mago- que no recuerda su verdadero nombre -se lo entregó a Yubaba a cambio de que le enseñara su magia-. Pero Chihiro, que es una niña muy lista, recuerda que en una ocasión, en el mundo de los hombres, Haku la salvó de morir ahogada.
Haku era en realidad la personificación del río Kohaku -antes de que se secara y quedara arrasado por la acción de los hombres-.
Si creyésemos en dioses, demonios y espíritus, podríamos empatizar con el río. Quizá entonces estaríamos en condiciones de ayudar al Guadiana a recuperar su verdadero nombre, su esencia...

Embalse de Orellana

Bien podría haber sido obra de Gustav Klimt. Pero no! Es una zona de regadío, en el área de Don Benito.
Ya se sabe: "De aquellos polvos, estos lodos".
El polvo de los caminos, recogido aguas arriba, acaba sedimentando en estas fructíferas tierras.
 

Campos de cultivo en la zona de Don Benito (La Serena)


Me encontraba viendo un pequeño documental sobre la expansión del elanio azul en la península cuando soltaron este dato curioso:
"A finales de los años 50 los cambios en las políticas agrarias transformaron la relación secular del hombre con este entorno (la dehesa). Se fomentó la roturación y puesta en cultivo de espacios que antes se dedicaban al ganado y a la extracción de corcho. En algunas zonas, una gran parte de los bosques adehesados, fue eliminada o reducida. Se estima que en la provincia de Badajoz, en tan solo una década, se talaron, aproximadamente, unos dos millones de alcornoques.
Los espacios que antes ocupaban los alcornocales y encinares se destinaron a cultivos intensivos donde se introdujo maquinaria y métodos de cultivo más modernos.
"
2 millones de árboles pueden parecer muchos, excesivos, cierto?
Así que, para muestra un botón:
La primera imagen es de 1947, antes de que empezara todo el proceso de roturación y colonización... cuando todo era campo -Dehesa-.
De forma rápida y abrupta aparecen 3 municipios, fundados con el plan Badajoz: Zurbarán, Gargáligas y los Guadalperales .Y el secano se convirtió en regadío, como por arte de birlibirloque.

Entorno de Gargáligas 1947 y hoy día

lunes, 20 de julio de 2020

Te la mereces

A un día de calor le seguía otro día de aún más calor. Las temperaturas eran obscenamente altas: 38, 39, 40, 41 grados... Por las noches no corría el aire -y, si lo hacía, era un aire sucio y caliente-. Sólo entre las 6 y las 7 de la mañana una ligera brisa fresca entraba por la ventana a acariciarte el rostro y... despedirse fugazmente. El mes de julio era odioso en aquel lugar.

En los últimos dos años había un cierto empeño en promocionar turísticamente la comarca. Pero el verano hablaba por sí sólo... Y decía cosas horribles sobre aquella latitud y altitud. Seguro que a Stephen King le inspiraría historias bien macabras ese calor infernal.
Quienes podían permitírselo tenían piscinas particulares en las que refrescarse. Otros, hablaban de las bondades de las casas antiguas de planta baja en las que habían invertido millonadas para reformar. Pero lo cierto es que, los de  la tienda de electrodomésticos, andaban muy atareados clavando aires acondicionados en cualquier pared. A mediados de julio ya nadie recordaba qué era respirar un  aire decente que no hubiera atravesado uno de esos inversores de temperatura.

Mientras cruzábamos la presa del pantano, me preguntaba si aquella gran cantidad de agua embalsada no tendría nada que ver...
Mirando las orillas escarpadas, muertas, donde brillaban las pizarras y la tierra suelta... -¿Dónde fue la vegetación ribereña? -Quizá esté ardiendo en el más allá para calentar el más acá?

Sí, la única posibilidad era huir de allí. Conocía un montón de lugares donde el mes de julio era mucho más llevadero: al norte, o hacia cualquier punto de la costa. -¡Que se jodan los de las piscinas con su cloro, sus depuradoras y toda la mierda que vierten en esos circuitos cerrados de agua! ¡Que les follen a los de las plantas bajas y sus aires acondicionados clausurados en una siesta perpetua! 

Llegando a Valencia, la temperatura bajó drásticamente. Continuamos mucho más al norte, hacia el Maresme. Sí, había humedad. El sudor era molesto y pegajoso, pero el termómetro no pasaba de los 30 en las peores horas del mediodía.

Recordó el cartel promocional de su comarca: una foto de algún pantano, contrastando el marrón de las orillas peladas contra el azul del cielo reflejado en las aguas... Como si se tratase de un gran lago cristalino.

Llegamos tarde a la playa, pero conseguimos aparcar cerca. Había gente, pero todos mantenían la distancia de seguridad. Me metí en el agua -¡Aquello sí que era refrescante! ¡Joder! Si hasta me veía los pies! Nadé un poco y me tendí en la arena, el sol estaba bajo y no era necesaria la sombrilla.
Cogí el móvil y busqué la foto. "Te la Mereces" rezaba con una cálida y amorosa tipografía. Recordé el pantano -que estaba muy bajo esos días, con sus aguas turbias de micro-algas y sedimentos-, el calor infernal, el continuo run run de los aires acondicionados, la cerveza tibia al segundo de abrir la lata, la gente asándose, encabronada... -¡No! ¡Aquello no se lo merecía nadie!



viernes, 10 de julio de 2020

Urbanismo: directo al campo desde la ciudad

Del urbanismo pueden hacerse muchas lecturas. Después de todo, no deja de ser una obra colectiva en la que se van superponiendo capas de historia, conflictos sociales, tendencias estéticas, formas de poder, nuevas tecnologías, materiales...
A mí me gustan mucho las lecturas que resaltan el giro actual de la historia: que va de una sociedad disciplinaria a una sociedad de control (Foucault).

En los pueblos todo ocurre a menor escala y resulta menos llamativo. Pero las tendencias y modas ensayadas en la arquitectura de la ciudad, aunque a destiempo, también llegan.

En cosa de un par de años se realizó la remodelación de dos espacios emblemáticos del pueblo: La Plaza de España y El Paseíllo -un boulevard con locales comerciales y de ocio-.

Creo que, hace 50 años, si hubiese surgido la necesidad de una reforma, no se hubiese parecido en nada a la actual. La sociedad ha cambiado, y también su imaginario. Ahora es una sociedad más individualista, celosa de su privacidad, consumista, desigual, viajera... Que demanda higiene, seguridad, eficiencia, rapidez, atractivo, facilidades para el turista ... Y los espacios públicos y privados se adaptan a esas dinámicas.
Antes, era habitual, al atardecer, ver a familias paseando por carreteras -arboladas en sus laterales-, o sentadas en un banco -mientras los niños jugaban-, o con las sillas en medio de la calle "al fresco" -conversando con los vecinos-...
Habías quedado. Salías. Esperabas a alguien en un banco -¡Anda! Pues se está agustito aquí (nos quedamos un rato más, no vamos al bar).
Los espacios públicos eran sitios para estar y socializar -entre la gente del lugar-. Los pueblos vivían para sí mismos, podían ser nodos de ciertas rutas comerciales pero no eran lugares donde viajeros se acercaran por ocio, o donde se asentasen las personas buscando una oportunidad -los que se acercaban lo hacían porque tenían algún una misión o vínculo con el territorio y sus gentes-.

En las grandes urbes, el aumento de la movilidad, la masificación y la desigualdad, generan problemas estéticos y conflictividad social: la marginalidad se apropia de los espacios públicos, se pierde el atractivo, los negocios se quejan, las familias no se sienten seguras... Se genera un malestar en la clase burguesa que reclama soluciones y, eso, sedimenta en un modelo de urbanismo aséptico, diáfano e, incluso, incómodo o disuasorio: -No vamos a acabar con la marginalidad, pero podemos invisibilizarla, desplazarla a otros lugares-.
Así, los espacios públicos se van transformando en lugares de paso -bellos, impactantes e icónicos para la fotografía de viaje, pero inhabitables como punto de reunión o encuentro-. No lugares. Fáciles de controlar y vigilar -seguros- para las clases que dirigen la sociedad, o las que explotan los espacios públicos para la obtención de beneficios.

Cuando a un pueblo le toca reformar o arreglar sus infraestructuras, el modelo ya se ha fijado y desarrollado en las ciudades y, a menos que se tenga una identidad muy marcada, lo que acaba por implantarse en los pueblos es ese modelo urbano. A pesar de que no costaría mucho imaginar pueblos con una identidad estética propia, vinculada al territorio: a su relieve, clima, flora, fauna, actividades económicas...

Herrera no ha crecido en población en los últimos 60 años, pero sí que ha crecido en extensión. Y, todo ese crecimiento acelerado, ha tenido como efecto que lo nuevo no guarde similitud alguna con lo anterior y, si existía una identidad propia, quedase escondida tras la uralita, el hormigón, el ladrillo perforado o estilos importados de cualquier punto del globo.
Siguen quedando lugares históricos, de referencia, pero resulta imposible determinar si lo bueno es aferrarse a lo antiguo o abrazar lo nuevo -lo práctico, lo eficiente, lo moderno-

Como en otros aspectos de la postmodernidad, en el urbanismo tampoco existe un principio universal del que podamos derivar cómo deben ser las cosas -una vez superadas las dificultades técnicas-. Y, para hacer una crítica -estética-, tenemos que movernos por terrenos pantanosos, sin saber muy bien a dónde vamos -en una especie de navegación de cabotaje, sin perder de vista la orilla-. Se lanzan lluvias de ideas que no llegan ni a mojar el suelo, porque el tiempo apremia y, o se hace ya, o no se hace.

En ese no recordar de dónde venimos y no saber a dónde queremos llegar. Se van colando los planes de control, el discurso securitario e higiénico, que allana  y normaliza el territorio para la expansión del capital y la comercialización del ocio en forma de turismo. Con unas arquitecturas efímeras -reemplazadas en cortos períodos de tiempo por otras más modernas-, a menudo, más allá de todo contexto.

Arriba: barrio antiguo entorno a la Iglesia. Abajo: barrio nuevo, el colegio, el palacio de la cultura.

En el barrio entorno a la Iglesia, las calles son estrechas y retorcidas. Caminas como huido: en cualquier giro podría aparecer un prestamista, el cura o la guardia civil, dispuestos a recriminarte algo.
En el barrio nuevo los espacios son más amplios y rectos -hay que dejar espacio a los coches-. Todo está a la vista, los negocios se anuncian con colores llamativos y las luces de la policía se ven desde lejos. No hay porqué preocuparse, todo está bajo control.

La Plaza

Arriba: La Plaza reformada. Abajo: La Plaza anterior

Siempre decimos: -La Plaza ha quedado mejor que estaba-.
Y... Es cierto. La rotonda era muy fea y estaba permanentemente asediada por coches inclinados -aparcados con las ruedas del lateral izquierdo en el bordillo del boulevard-, los árboles raquíticos, infectados...
Ahora luce más. Brilla insistente -de noche, por la iluminación de colores y, de día, por el reflejo de las baldosas-. Desde cualquier punto puedes ver lo que ocurre en el resto de la plaza.
Además, resulta muy accesible: en un instante aparcas, bajas del coche, sacas dinero, te tomas una caña en el bar, recoges la metadona en la farmacia... y te largas.

"El efecto más importante del panóptico es inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantizaría el funcionamiento automático del poder, sin que ese poder se esté ejerciendo de manera efectiva en cada momento, puesto que el prisionero no puede saber cuándo se le vigila y cuándo no." - Wikipedia - Panóptico



El Paseíllo

Abajo: El Paseíllo reformado. Arriba: El Paseíllo anterior

Recuerdo que, de niños, había un seto que dividía en pequeños compartimentos las parcelas de césped donde crecían las palmeras. Jugábamos al escondite, o saltábamos directamente a la carretera -desde detrás del seto-. Tus padres podían estar comiendo pipas en un banco y tú fumando unos metros más arriba -sin que te vieran-. Vivíamos peligrosamente.
Primero desaparecieron los setos, luego aparecieron resaltos en los pasos de cebra... Pero seguía resultando muy peligroso -por aquellos entonces la gente ni tan siquiera llevaba mascarilla-. Hasta que el bulevar arbolado quedó demodé... Como el francés.

"La mejor manera de optimizar el espacio, maximizar la ocupación y reducir los costes era con una disposición diáfana. Los jefes terminaron aceptando y abrazando el modelo, porque estar cerca de sus subordinados les permitía supervisar y controlar más y mejor el día a día. En espacios abiertos sería más difícil distraer las horas subrepticiamente en las redes sociales porque todos estarían más expuestos a las miradas ajenas. Existiría un mayor control, una mayor motivación y un incremento de la productividad." - https://worldofficeforum.com/open-space-oficinas/


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En el siglo pasado, lo importante era el tráfico rodado -demandaba espacio para circular y aparcar-. Ahora, el tráfico sigue siendo importante pero, además, el turismo reclama los centros de pueblos y ciudades -como una suerte de bucólicos parques temáticos-. Y, tanto si se trata de una actividad relevante en la zona como si no, nadie quiere renunciar a lucir ese atractivo. Lo residencial se desplaza hacia la periferia y, el centro, se va adornando con toldos multicolor, gente tomando cañitas en las terrazas, chorritos de agua, zonas azules y gente de acento raro paseando un mapa en las manos...
Parece un pueblo, tiene las dimensiones y la estructura de un pueblo, pero se le ha extraído el significado de "conjunto de habitantes de un lugar" para quedarse únicamente con el de "conjunto de edificaciones de un lugar" y, ahí, cabe cualquier tipo de arquitectura.

Decía Hegel en sus lecciones sobre estética que "la arquitectura constituye precisamente el recinto inorgánico de la individualidad espiritual". Hegel todavía creía en la existencia de cosas como el Espíritu de un pueblo.

Bien, el Espíritu del pueblo se ha desintegrado. Pero la arquitectura sigue ahí, constituyendo nuestra individualidad. No es de extrañar que todo encaje tan bien: sociedades de control demandadas por un sistema productivo basado en el capitalismo de libre consumo, arquitecturas efímeras, disgregadoras y con tendencia a lo universal, lo estándar, en un mundo globalizado.

domingo, 28 de junio de 2020

Un cambio de verdad. Una vuelta al origen en tierra de pastores

Abro el Whatssap. Se trata de una foto a un par de páginas de lo que parece una novela. Empiezo a leer el texto. -¡Coño! ¡Qué bien escrito está esto! ¡Cómo mola! Habla de La Siberia Extremeña, de Garbayuela, la resinación de pinos...
-¿De dónde has sacado esto, Quiterio? ¿Quién lo ha escrito?
-Un escritor de Barcelona. Estuvo viviendo una buena temporada en una finca de por aquí. Hace poco que se ha publicado el libro.
-Dime el título. Tengo que hacerme con él.


Y así fue como me sumergí en la experiencia vivida por Gabi Martínez. 

Desplazando la vista sobre mi Kindle, observaba desfilar los paisajes -y muchas de las personas- que yo tan bien conocía.

La última novela que había leído fue "Las ratas" de Miguel Delibes -hará ya más de un año-. También una novela que transcurre en el entorno rural, y que rezuma sensibilidad y conocimiento del medio ambiente por los cuatro costados.
60 años separan ambas publicaciones. España ha cambiado mucho. Supongo que nadie podía esperar, en los 60's, que hubiera turistas de interior y, menos aún, en estos pueblos siberianos, tan anodinos.
Es verdad que no hay muchos, pero existen. Vienen viajeros incluso de países extranjeros a disfrutar del avistamiento de aves, la pesca, la caza...

La vida de los que trabajan el campo también ha cambiado. Se ha tecnificado aún más. La tecnología se ha abaratado. La fase más basta de mecanización ha concluido y, ahora, se orienta al control -del campo y también de ganaderos y agricultores-: crotales, bolos, drones, aplicaciones meteorológicas, GPS, móvil, subvenciones...
Si antes la maquinaria era cosa de grandes explotaciones que podían amortizar los costes, ahora, por pequeñas que sean, también se las denomina "explotaciones" -con todas sus connotaciones de máximo aprovechamiento y tasa de beneficio-.

Todos estos cambios quedan muy bien reflejados en "Un cambio de verdad". Los desplazamientos se hacen en coche, las llamadas al móvil son habituales, para la esquila se utilizan máquinas eléctricas, los animales llevan su identificación... Y, si antes un pastor podía vivir de 50 ovejas, ahora necesita 500.

En esos aspectos, el contraste en ambas novelas es muy bestia. Aunque, también existen numerosas constantes.
Hay un pasaje de "Las ratas" que me llamó la atención especialmente. El pasaje habla de la construcción de presas y pantanos:

"[...] Tomó al Nini nerviosamente por el pescuezo y le explicó confusamente algo sobre un plan de regadío que alcanzaría hasta el pueblo.

— Date cuenta, Nini, si llueve como si no. Cuando el Pruden quiera agua no tiene más que levantar la compuerta y ya está. ¿Te das cuenta? Dejaremos de vivir aperreados mirando al cielo todo el día de Dios.
"

Leyendo las primeras páginas de la novela de Gabi Martínez, donde se alude a la recurrente situación de sequía, pareciera que el problema del agua no se ha solucionado.
Y, es cierto, gran parte del territorio de La Siberia está sumergido bajo las aguas de pantanos, que proliferan como setas. Pero ese agua se utiliza para la producción de electricidad, para abastecer a los municipios y para regar tierras abajo -fuera de la comarca-. Los habitantes apenas se benefician de los embalses y, las temporadas de sequía, siguen suponiendo un gran problema: riesgo de incendios, pastos que se agotan rápido, charcas y manantiales que se secan -con el consiguiente trajín de los ganaderos para proporcionar agua a sus animales-.... Así que, aquí -aunque es cierto que existen muchas casas que cuentan con piscinas privadas y que siempre que abres el grifo sale agua potable-, agricultores y ganaderos siguen mirando al cielo, anhelando la lluvia.


Uno de los aspectos que más me gusta de "Un cambio de verdad" es el lugar donde pone el foco: las ovejas, las aves, la fauna, pinos, encinas, ganaderos, resineros... La narración deambula en todo momento por la base, lo que realmente sustenta y da sentido al territorio.
Para mí, toda buena historia tiene que contarse así, desde abajo. Y Gabi lo hace muy bien. Se instala en una finca, en una casilla austera -más bien pobre- y empieza a relacionarse con el territorio y con sus gentes desde ahí. Nos ilusionamos con el proyecto de merina negra de Miguel, respiramos el pinar con Quiterio, aguzamos la vista y estiramos el cuello para observar la colonia de buitre leonado con Álvaro Eldelcamping, alimentamos las colmenas en invierno, sudamos en verano, nos ilusionamos con los espárragos de la primavera, las lluvias y las setas del otoño...
Con el deseo de Gabi por conocer el rebaño de merina negra, sentimos la presión social -siempre presente- en los pueblos, en los que todos estamos ligados con todos. Aquí, las diversas etapas de nuestra vida transcurren en el mismo lugar, con las mismas personas, y hay que conjugar nuestra multiplicidad de intereses e inquietudes con cambios en las relaciones que establecemos con los demás -compatibilizar el deseo con el respeto a los que conforman nuestro círculo y nos sostienen-.

Seguramente, Gabi, podría haber encontrado alcaldes, concejales, maestros, médicos, funcionarios, algún empresario de éxito -al estilo del cazador rico-... Estoy convencido de que se cruzó con ellos... Seguro le lanzaron propuestas para narrar alguna historia desde su privilegiada posición, para fijar así la épica de sus logros y su "desinteresado" esfuerzo por el progreso de los pueblos y la zona.
Podría haberse instalado en una casa en cualquiera de los municipios más grandes de la zona -aquí los alquileres son muy baratos, si se comparan con Barcelona-. Pero decidió contar la historia de los pastores y de todo lo que se veía desde la altura de los rebaños de ovejas: las moscas, los buitres, los mastines, los cazadores... Y la historia está bellamente contada, mucho mejor que cualquier artículo pagado por la junta de Extremadura y encargado a cualquier mercenario.

Sí, se trata de una historia parcial. En La Siberia hay mayor diversidad social y de formas de vida que la reflejada en la novela. Pero es la historia parcial que, desafortunadamente, suele quedar oculta, tapada por los relatos grandilocuentes de los que organizan las sociedades y disponen de sus recursos.

Desde que yo era un niño, mi familia hemos mantenido una cantidad variable de ovejas en la zona de Garbayuela. Para mí resulta tremendamente cercana esta historia -no voy a atribuirme el título de ganadero, sería demasiado pretencioso, pero es una actividad que en nuestra familia conocemos de primera mano-.
Vivimos una época tecnológica, pragmática, en la que cuesta encontrar un sentido fuera del enriquecimiento -el aumento del capital-, más allá de la escalada en una vida de lujos y colección de postales de viajes. Gabi no consigue en su novela encontrar el sentido de la existencia -no creo que nadie pueda hacer algo así-. Pero nos cuenta historias de vidas muy dignas -muy rocambolescas algunas- que merecen toda nuestra atención. Historias que son puntos de fuga hacia otras realidades -que están ocurriendo en lugares demasiado cercanos-. Historias insertas en nuestros sistemas de organización social y económico, pero dominadas y ocultas bajo el tupido manto de las economías de escala, la masificación de las ciudades, el turismo, las prisas, la burocracia y las ayudas de la PAC.
"Un cambio de verdad" nos desvela esas historias, las engalana, las dignifica, las maqueta y encuaderna para que las disfrutemos desde su particular mirada.

viernes, 29 de mayo de 2020

Ruralidad, trabajo y vuelta al cole en tiempos de coronavirus

Quizá todos esperábamos más de esta pandemia: más muertes, más destrucción...
Los primeros días seguíamos la evolución de los datos con gran interés: miles de casos que eran susceptibles de convertirse en millones, hay que aplanar la curva, un rebrote en nosédónde, nuevos miles de muertos no contabilizados en tal o cual comunidad autónoma...

Pasadas las semanas, empezamos a poner las cifras en su contexto. Y es que somos más de 7000 millones de habitantes en el planeta. A mí, personalmente, a partir de 1000 unidades me cuesta mucho contextualizar las cifras, ya sea en dinero, habitantes o seguidores en twitter.
Claro que... yo soy de pueblo chico. No controlo de economías de escala. Las cosas se ven diferente desde aquí. Donde el aislamiento social es mucho más habitual que la masificación o las grandes concentraciones de personas.

Ahora que empezamos a tener datos fiables del número de fallecidos totales en los meses de mayor contagio... No sé, parece que hemos capeado bastante bien el temporal: De 40.000 fallecidos en marzo-abril de 2019 a 68.000 este año
Ha habido muertes, que siempre habrá que lamentar -y pudieran haber sido muchas más, si no se hubieran tomados medidas-. Es cierto que los sistemas sanitarios de las grandes urbes llegaron a colapsarse. Sí, las consecuencias han sido graves. El virus golpeó rápido y nos pilló con las defensas bajadas.

Bueno, ahora estamos alerta. En los pueblos estamos deseando volver a la normalidad de nuestro aislamiento.
Así que, hay una pregunta muy directa flotando en el ambiente: ¿Deberían comenzar las clases en los colegios?
A la vista de los datos, no parece una idea descabellada. Al menos, en ciertas zonas libres de casos.
Para lo bueno y para lo malo, somos una comunidad inhóspita y, en comarcas como la nuestra -la Siberia-, podría decirse que vivimos en una permanente cuarentena. Sería fácil mantener la zona libre de focos de infección con un mínimo control sobre los desplazamientos.

Hay gente que se escandaliza un montón cuando escuchan este tipo de ideas -en algunos grupos de whatssap te pueden linchar por decir cosas similares-. Muchas veces, se utilizan argumentos emocionales -con casos aún calientes-: -¿Qué pasaría si hubiera un infectado en el colegio? ¿Y si muriera alguno de los ancianos abuelos?
Y, es verdad: son argumentos incontestables... Menos aún, recurriendo a fríos datos o modelos probabilísticos. Pero estamos hablando de servicios que consideramos esenciales en nuestras sociedades -no de asistir a un concierto de Taburete-.
No sabemos cómo se volverá al cole en el curso que viene, ni si volverán a surgir rebrotes que nos vuelvan a confinar en casa. Afortunadamente, ya se empiezan a ensayar soluciones para volver a ocupar el espacio físico de las aulas: asistencia de pocos alumnxs, en días alternos, los que de menos medios electrónicos dispongan, los que necesiten más apoyo...

Es esta una pandemia que, desde el principio, se ha abordado con un lenguaje macro: con todo tipo de estadísticas, gráficas, datos aportados desde hospitales, estados, comunidades autónomas... Creo que únicamente con las elecciones se hace un análisis tan pormenorizado -a nivel de población general-.
Con toda esa información, vemos que los números se distribuyen de forma irregular por los diferentes territorios, y que existen ciertos focos de infección más o menos localizados.
Afortunadamente, los gobiernos se han dado cuenta de esto y ya existen territorios con diferentes niveles de alarma.

Los Estados son autoritarios, burocráticos, centralizados... Pero, aún así, son capaces de entender que puede resultar más ventajoso -en lo económico y en réditos electorales- conceder ciertos privilegios y diferenciaciones a las Autonomías. El problema es que, dentro de las Autonomías, aún existe una tremenda diversidad, en cuanto a necesidades, oportunidades y riesgos -que, por ejemplo, son muy diferentes en las vegas del Guadiana y en las de zonas despobladas del resto de la provincia de Badajoz-.
Es esta una cuestión que ya se ha puesto de manifiesto en muchas otras ocasiones en territorios como el nuestro. Donde podemos sentirnos más identificados con los problemas y necesidades de ciertas zonas de Teruel que con las demandas que puedan surgir desde Badajoz capital -el binomio estado nación que se nos impone, incluso en territorios donde carecemos de identidad nacional-.

Mapa de riesgo de infección por coronavirus. Extraído de https://covid-19-risk.github.io/map/spain/es/. Aparecen con una granuralidad bastante fina las zonas de mayor riesgo de contagio (basado en algún modelo estadístico). Una distribución que nada tiene que ver con una separación artificiosa por autonomías o provincias. Los datos son del 18 de Marzo de 2018.

Uno de los riesgos que corremos al estar vivos es que podemos palmarla en cualquier momento. Los que se creen inmunes también se mueren.
Todos preferiríamos tener una fórmula matemática exacta para decidir cuándo volver a la normalidad -algo como " el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos"-. Pero, en la Naturaleza y la sociedad, nos vemos obligados a guiarnos por aproximaciones y estadísticas para manejarnos con algo de confianza.


Hay personas a las que la situación de confinamiento ha venido bien: han seguido teniendo ingresos, o las han enviado a trabajar desde casa -y les ha gustado la experiencia-. Para muchas, la situación es insostenible. A otros, simplemente, no nos gusta y vemos cierta posibilidad de mejorar la situación. Recuperar aspectos de nuestra sociedad que estaban bien. Por ejemplo: que los niños y niñas vuelvan al cole a relacionarse con sus compis, los profes, a jugar, aprender... El cole se plantea como una necesidad imprescindible en unidades familiares en que trabajan los dos progenitores -y, los salarios o jornales de hoy día, requieren que ambos progenitores trabajen-.

Hay un lema que repiten mucho maestras y profesores: "Las escuelas no son guarderías para dejar a los niños". Y está bien, es un lema que tenía todo su sentido en la situación previa al confinamiento. Para destacar que, en el cole, lxs niñxs hacen muchas cosas: socializan, adquieren conocimientos y disciplina, juegan, aprenden normas, a sublimar sus pulsiones...
Pero, con esta situación, hemos reparado, especialmente, en que los colegios también cumplen la función de guardar a lxs niñxs. Y, durante el tiempo que estaban en las aulas, padres y madres podíamos trabajar o dedicarnos a nuestras labores, con la tranquilidad de que estaban en buenas manos. Vamos, que echamos de menos la función de guardería de los coles -y demás centros de educación-.

Con todo, lo que vemos en la tele son ideas para recuperar el turismo, volver a los hoteles, los bares... Como si se nos olvidara que las hordas de turistas fueron los que se encargaron de expandir el virus por todo el planeta.
 ¿Qué tipo de sociedad hemos creado cuando la estabilidad de la misma se basa en mantener la oferta de ocio y turismo? Un ocio y turismo, bastante destructivos, por cierto: un salir a consumir por consumir, para evadirnos del estrés y la presión que nos suponen nuestro quehacer diario.

Muchos hemos descubierto, con esta situación, que preferimos trabajar desde casa y que, además, es una alternativa viable. Otros, quizá se hayan dado cuenta que su curro no era tan malo, que lo que lo hacía malo es el verse apremiados a echar muchas horas -y cobrar poco, o no cobrar-.
Yo no soy muy optimista en cuanto a que vayamos a salir mejores de esta crisis, pero creo que ha servido para visibilizar ciertos trabajos y determinar cuáles son necesarios y cuáles accesorios. Ojalá sirva también para mejorar el reparto de las cargas y las condiciones -"que nadie escupa sangre para que otro viva mejor"-. Porque, una sociedad mejor, no puede surgir de trabajadorxs embrutecidxs -y achicharradxs 15 días en la playa- frente a cada vez más personas sin ingresos.

miércoles, 15 de enero de 2020

Ruralismo o barbarie: de las dehesas y bosques habitados

Creo que todo empezó a raíz de escuchar el programa "El bosque habitado", de Radio 3. Durante mis primeros años de residencia en Barcelona. Los viajes largos -entre Barcelona y el pueblo- dan para escuchar mucha radio.

Así que, cada año -desde hace tres-, colaboro con el ayuntamiento y diversas asociaciones del pueblo en una actividad de plantabosques con las niñas y niños del cole.

Y puede parecer una actividad bastante ñoña... de un buenismo un tanto absurdo, inútil incluso: es muy difícil que las encinas prosperen. Las plantamos en el trozo de dehesa más cercano al cole. Un terreno en el que se le ha declarado la guerra a la Naturaleza: rodeado por una carretera de circunvalación y un futuro polígono industrial.
Y no son solo las instituciones quienes desprecian este paraje, los particulares también. Sin ir mas lejos, el pasado verano, alguien prendió fuego a esa parcela y sentenció a muerte al puñado de encinas centenarias que quedaban en pie -y seguramente a la mayoría de los plantones que habíamos sembrado-.
Es muy fácil y rápido destruir el entorno. Pero tremendamente lento y complejo recuperarlo.

A "El bosque habitado" también le pasa un poco lo mismo -peca de ñoño y buenismo inútil-: es un programa de sensibilización medioambiental que lucha por la conservación y puesta en valor de los pequeños espacios naturales que quedan entre los intersticios del desarrollismo económico y tecnológico de nuestra época. Una causa perdida, porque el crecimiento se antepone siempre a cualquier consideración sobre el medio ambiente.


Tal como yo la veo, la Dehesa del pueblo, es puro patrimonio cultural, historia palpitante. Un paraje que condensa los usos, saberes y formas de organización social practicados durante miles de años en la zona. Las encinas que quedan en pie -centenarias en su gran mayoría- son más que catedrales vivas.
Sin embargo, la población vivimos de espaldas a este paisaje. Nuestras formas de ganarnos el pan han cambiado y, la dehesa, nos resulta ahora más útil como espacio para tirar escombros y basuras, o alojar las infraestructuras que afearían el casco urbano.

En "El bosque habitado" dan mucha importancia a la idea de que no se puede defender lo que no se ama. Y, para amar algo, es necesario conocerlo.
Por ejemplo, yo no sabía nada de los tejos antes de escuchar ese programa. Pero, en los últimos años, me he preocupado de visitar los lugares donde se encuentran, he probado el arilo de sus semillas y he tratado de germinarlas -sin éxito-. Sí, me he convertido en un amante de los tejos...
En mi pueblo no hay tejos. Pero tenemos muchos árboles característicos, vinculados a las formas tradicionales de habitar el territorio: encinas, quejigos, olivos, alcornoques... ¿Por qué no habríamos de amarlos? Si, en gran medida, es debido a ellos que nos encontramos habitando este espacio y este tiempo.


Supongo que ahí -en el amor- radican los motivos por los que me enredo en organizar esta actividad: para que lxs niñxs conozcan la dehesa y las encinas -esos árboles estoicos que nos han acompañado y proporcionado sustento durante siglos-. Para que se enamoren de su entorno y les invada el deseo irrefrenable de conservarlo y mejorarlo. ¿Quién sabe? Quizá algún día, cuando ocupen posiciones de poder, sean más sensibles a su conservación de lo que ha sido nuestra generación.

Así que, para los que nos empeñamos en sacar a los niños y niñas de las aulas, armarlas con azadas y llevarlas a la dehesa, no es tan importante si las encinas prosperan o no -¡Ojalá prosperaran todas! - Desde luego que ponemos todos los esfuerzos y técnicas para que así sea-. Lo que nos parece realmente importante es: el contacto con el entorno, el trabajo en equipo, al aire libre, la vivencia del paisaje... Que tomen consciencia de lo increíbles que son las ancianas encinas, los usos y beneficios que nos reportan...


Durante miles de años, en el pueblo, se ha vivido de los recursos que nos brindaba el territorio. Y se ha hecho de una forma absolutamente sostenible. No había otra opción: si acababas con los recursos no había forma de importarlos de Brasil -o cualquier otro lugar lejano-.
Los "avances" de los últimos siglos nos han dejado el espejismo de que podemos vivir de espaldas a nuestro entorno, que no es necesario el territorio, que es más rentable importar los productos básicos y exportar materias de mayor valor añadido. Ahora empiezan a saltar las alarmas: por el cambio climático, la acidificación de los océanos, la contaminación, el agotamiento del petróleo, guerras, flujos migratorios... Lo que parecía sostenible para la pequeña y vieja Europa no ha resultado serlo para el conjunto de la población mundial que ha ido incorporándose progresivamente al capitalismo de consumo.
Pudiera parecer que, estas consecuencias indeseadas del desarrollo capitalista global, no afectan a los pueblos chicos. Pero, como daño colateral, hemos asistid al vaciamiento de nuestras zonas rurales: si no amas el territorio y no dependes de él para la subsistencia, entonces te puedes desplazar a cualquier otro lugar donde obtengas rendimientos más altos y el clima sea más agradable.


Resulta difícil explicar a lxs niñxs porqué son importantes los árboles. Puedes talar uno, cientos, miles... y no percibirías ningún perjuicio a corto plazo -aparte de que no te resultaría agradable pasear por una zona deforestada-. Y es que, en la lógica de los mercados, es difícil encontrar razones para plantar encinas: porque el beneficio de la Naturaleza trasciende el económico. Lo económico transcurre en el plano de lo breve, efímero y artificialmente creado por los humanos para relacionarnos entre nosotros. La Naturaleza, por el contrario, es el sustrato de lo real, lo constante, y su existencia no depende del hombre.

Siempre les decimos a los niños lo que resulta obvio -lo que ha sido probado por la ciencia y nuestros sentidos-: que las encinas dan bellotas, sombra, leña, que protegen frente a la pérdida de suelo, que son cobijo de otras especies animales y vegetales, que son sumideros de CO2, producen oxígeno, que son bonitas, que nos transmiten paz, seguridad...

Pero, si asumimos que solamente son -en un sentido ontológico- las cosas que pueden intercambiarse en los mercados -las cosas que tienen un precio, las mercancías-. Entonces, las encinas, están muy cerca de no ser. Aún existe el derecho de vuelo: las encinas de la dehesa son propiedad de personas, se pueden comprar y vender... Pero para eso es necesario que queden personas interesadas en esa compra-venta.
Podemos alimentar las ovejas con piensos producidos en EEUU, alicatar el suelo con placas solares, prescindir de muchas especies animales y vegetales, respirar un aire con menos oxígeno, más contaminado, y recrearnos en las torres que transportan la electricidad a la gran ciudad... Seguramente sea un escenario que nos horrorice... Pero quizá podamos compensar esa tristeza y ese horror mirando las pantallas de nuestros dispositivos móviles y televisores... O no?

El capitalista es un sistema de organización económico y productivo que ha tenido un principio, y seguramente tendrá un final. Esperemos que, en su periplo por la Tierra, no arrase con todo, porque no hay planeta B.
Mientras tanto, seguiremos poniendo nuestro granito de arena: ayudando a las encinas a sostener ese suelo por el que caminamos, gozando de su compañía, de su sombra, de su grandeza...
Enredándonos con los árboles, con las raíces hundidas en la tierra y las ramas bien arriba. ¡Arriba las ramas!

Plantabosques Diciembre de 2018 - Herrera del Duque


miércoles, 2 de octubre de 2019

Apropiación turística de lo rural

Cogí una silla de plasticucho rojo, de esas con propaganda de cerveza que suele haber en las terrazas de los bares más cutres. Era de noche, no había ni una sola nube, tampoco luna. Planté la silla en un lugar abierto, sin árboles, y me puse a mirar el cielo.
Allí, en medio del campo, a 10Km del pueblo más cercano, el cielo resulta muy entretenido.
Las niñas dormían, las luces de la pequeña casilla estaban apagadas. De cuando en cuando pasaba algún coche o camión por la cercana carretera, rompiendo con su estruendo el cantar de los grillos, el croar de las ranas y el mugir de las vacas.

Siempre que miro a las estrellas no puedo evitar acordarme de los antigüedad clásica, de sus teorías para explicar los "movimientos" de los astros, de sus mitos para memorizar la cartografía celeste y orientarse cuando no había otra referencia. Seguro que el cielo que observaban era muy diferente del nuestro.
Veía aviones pasar en todas direcciones, con el insistente parpadeo de sus luces. No se escuchaban, así que debían estar muy lejos.
En poco rato vi caer 3 estrellas fugaces, y no tenía tantos deseos preparados. - ¡Montañas de hachís! - Solíamos decir en nuestra juventud -después de toda una infancia asediados por el eslogan publicitario de una liebre sobreexcitada pidiendo a gritos "¡Montañas de Nesquik!"-
Recordé algunas noticias que hacían referencia a la gran cantidad de basura espacial en las órbitas de nuestros satélites. - Ni el espacio exterior se libra de nuestra contaminación. - Pensé.
Nunca supe diferenciar muy bien un satélite de un planeta o una estrella. Y, con tantos restos de misiones espaciales orbitando a nuestro alrededor... Resultan demasiadas variables para estar seguro de a qué clase pertenece cada punto que brilla en el firmamento.
Sí, Ptolomeo lo tendría más difícil para elaborar una teoría que le permitiese predecir los acontecimientos celestes.

Hacía años que no dedicaba unos minutos a tan interesante menester. Las prisas, la contaminación lumínica, el cansancio...
Ahora hay empresas especializadas que se dedican a mostrar las maravillas de los cielos nocturnos a despreocupados turistas y gente que busca experiencias diferentes, relajantes, en contacto con la naturaleza... Hoy en día existen actividades muy raras, muy específicas.
Y no es que estime preocupante la especialización... Sino, cómo una actividad tan simple como mirar las estrellas, ha llegado a convertirse en una actividad mercantilizada de ocio.

Durante el día estuve con mi padre recogiendo y apilando la leña cortada durante el año anterior. Los inviernos son cada vez más cálidos, pero sigue siendo necesario calentarse.
También separamos las ovejas paridas de las que no lo estaban. Hay poca comida en el campo -hasta que lleguen las lluvias o empiece a caer la bellota- y, si hay que ayudar con pienso al ganado, resulta más óptimo hacerlo sólo con el que tiene prole, que además sufre más desgaste.
Después preparamos algo para comer. Nos reunimos una buena porción de familia: niñas, padres, madres, abuelos, bisabuelas, primos, primas...
No tenemos televisión y, últimamente, hasta se nos olvida poner la radio o la música. El campo es muy entretenido: hay infinidad de bichos, plantas, cosas por hacer...
No es exactamente turismo, pero se parece. Hay mucho de evasión, de escapar de los trabajos que nos apremian. Pasar tiempo en familia. Colaborar en las tareas del hogar. Descubrir el medio y el ambiente que nos rodean...


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Hace unos días tuvo lugar un acto de celebración en el pueblo, debido a que nuestra comarca había sido declarada Reserva de la Biosfera. En el acto habló mucha gente, mucho rato... La verdad que no prestaba atención a lo que decían. Pero, en algún momento, "alguien" dijo algo así como que en la Siberia se podían comer las mejores chuletillas de cordero de toda Extremadura. Pero, claro, sólo podían comerlas los autóctonos, los pastores o sus amigos e invitados -aludiendo a que no se servían en los restaurantes-. Ese "alguien" se apresuró en hacer notar que, con la declaración de Reserva de la Biosfera, se potenciaría el turismo y cualquiera con dinero podría probar esas famosas chuletillas.
Y aquello sonó como si lo de la declaración de Reserva no fuera más que una artimaña para que todos los políticos y cargos públicos que estaban en el escenario difundiendo sus bondades sólo quisieran arrebatar las chuletillas de cordero a los autóctonos, convertir nuestros lujos de pobre en mercancía para turistas -souvenirs del tipo experiencia-.


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Todos recordamos un Labordeta cabreado riñendo a los diputados del partido popular en el congreso porque no le dejaban hablar:
-“Ustedes están habituados a hablar siempre porque aquí han controlado el poder ustedes toda la vida. Y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados y reprimidos por la dictadura a poder hablar. ¡Eso es lo que les jode a ustedes! ¡Coño! Y es verdad ¡Joder!”
Pero también grabó una serie de programas muy interesantes, donde daba voz y visibilidad a las zonas rurales  y sus habitantes -se ve que lo suyo era la defensa de las causas perdidas-.
Claro que, todo eso fue justo antes de que la palabra desarrollo estuviera completamente impregnada de su actual significado "desarrollo neoliberal".

En la 2 de TVE están reponiendo los capítulos de "Un país en la mochila". Justo a esa hora hago un descanso para comer. La verdad que la visión que ofrece el programa de la España rural dista mucho de la que vemos hoy día en los medios de comunicación, en programas de similares características -por ejemplo, Agrosfera-.
Labordeta va recorriendo los pueblos y entablando conversaciones con los vecinos para descubrirnos sus oficios, su historia, su gastronomía, sus formas de ocio... Nos muestra los pueblos como una organización social enraizada en el entorno.
Ahora no, ahora cuando los pueblos salen en la televisión es para mostrarnos lo exóticos que resultan. No interesa tanto el pueblo en sí -como un todo, como comunidad y parte del ecosistema-  como lo que el turista individual -el turista como ente global y cierto poder adquisitivo- puede encontrar en él: bucólicos paisajes, oficios perdidos, lujosas casas rurales, actividades en la naturaleza, cocina de autor...

Un país en la mochila se grabó en la década de los 90's. Ya en democracia, con salud y educación pública plenamente instauradas. Una época en la que ya no se padecía miseria en el campo.
Desde entonces hemos progresado mucho... Hemos progresado en la dirección del neoliberalismo económico. Todo se puede comprar y vender, hasta las experiencias. Todo se ha globalizado. El sector turístico es muy importante en nuestro país ¿Por qué no habrían de turistificarse también los pueblos?
Pero ese turismo tiene una estética muy burguesa -de postureo, que nos gusta decir ahora-. No se parece en nada a los viajes de Labordeta, o al acto tan sencillo de coger una silla, plantarla en la puerta de tu casa y ponerte a mirar las estrellas, o entablar una banal conversación con algún vecino y disfrutar sin más -sin consumo-.

Hontanaya (Cuenca) - Camino del Cahorzo - Septiembre de 2019