lunes, 9 de diciembre de 2024

How to tener una vida placentera

Me esperaba una conclusión mucho más moralizante y disciplinante... algo así como lo de las chicas de Alcaser. Pero "How to have sex" no es así. Quizá sólo un poco... Desde luego las consecuencias de salir de fiesta no son tan brutales. Podría pasar por un relato ejemplarizante, una advertencia, o un manual de cómo no tener sexo. Pero sin pasarse de frenada. Sin llegar a decir que las chicas no follen; se puede follar, pero ojo, cuidado: no a cualquier precio; se trata de que sea algo placentero, no una experiencia de mierda.

Una etapa difícil los inicios. Supongo que quién más o quien menos se ha visto envuelto en situaciones similares. En relaciones en las que no quería estar, o haciendo lo que no quería hacer. Supongo que siendo chica es más fácil acabar en escenarios incómodos. A los niños siempre se nos educa o socializa en una cierta agresividad y competitividad, en forzar las cosas, en hacer activamente que pasen. Y luego está la pornografía por todas partes... oculta pero accesible a todo el mundo. Pareciera realmente difícil llegar a desarrollar una sexualidad sana y placentera.

 

Llevaba un montón de tiempo sin ver una película que no fuera infantil o de animación. Mi tiempo de ocio ha excluido esa actividad. No encuentro el momento de sentarme delante de la pantalla -tampoco para escribir-. Mi vida transcurre en un frenesí de actividad y obligaciones... No hay tiempo para pensar ni retomar posiciones... -¿Qué quieres ser de mayor?... -Vaya! Si ya soy mayor.

No soy una persona hedonista. En un sentido peyorativo de hedonismo: búsqueda del placer inmediato, entregado a los bajos instintos y el consumo egoísta... De vez en cuando puedo practicarlo, pero como un dejarme llevar -no como algo buscado o deseado-. Supongo que prefiero un placer algo más sofisticado, el que encuentro: leyendo, viendo pelis, cortando leña, cogiendo setas, haciendo chapuzas en casa, escribiendo...
Llevo unos meses que no se me ocurre sobre qué escribir. Y, usualmente, cada dos o tres semanas me venían unas ganas imperiosas de hacerlo. Pero de un tiempo a esta parte me cuesta desconectar del trabajo. Necesito varios días para olvidarlo... Siempre quedan un montón de cosas pendientes. Y tampoco es que yo sea el dueño de la empresa ni el jefe de nada -pero oye, si estoy en algo, me gusta hacerlo bien-. Esto ya me ha pasado otras veces: puedo verlo en el número de posts que hay en el blog cada año. Cuando hay pocos posts es que estoy demasiado entregado al trabajo... y es señal de que tengo que bajar el ritmo, porque a mí no me pagan más ni me ascienden por entregarme más. 

Hace falta ese paréntesis para mirarse desde fuera y decir: -Oye! Por ahí no es... No es necesario obsesionarse, ni con el trabajo, ni con tener sexo.

martes, 8 de octubre de 2024

Yuste, trabajo, algorimos, bañarse y podcasts

Desde que estoy enganchado al podcast de Las hijas de Felipe (no las de González o el Borbón, sino las de Felipe II), siempre se me aparece un trasfondo homoérotico en las historias de los monasterios: curiosos grupos de hombres o mujeres que se apartan de la sociedad para vivir de forma austera, orando, laborando... 

Mientras nos hablaba de su fundación, irrumpió apresurado un cura joven, alto, rubio, con acento extraño pidiendo paso para llegar a la misa. El guía turístico nos dijo que en los tiempos actuales costaba encontrar monjes y que, debido a eso, los que ahora viven en el monasterio de Yuste, habían venido desde Polonia. - Vaya... una historia bien bizarra... como las de los siglos XVI y XVII -pensé-. 

Resulta que el monasterio en sí es bastante modesto. Lo que lo hizo relevante a los ojos de la historia y el turismo fue que Carlos V lo eligiera como lugar de descanso tras su retiro de la vida pública. Así que, cuando entramos a ver el palacio del recién jubilado emperador, me pareció de justicia poética que un mosquito extremeño acabase con su vida: La Vera no es lugar para emperadores ni monarcas; muerto por pringao -que ya te lo dijo tu hijo Felipe II: que aquella era zona de paludismo-.

Claustro nuevo del monasterio de Yuste - Foto de octubre 2024

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En ocasiones tengo la impresión de que "el algoritmo" no me ayuda, todo lo contrario: trata de enviarme siempre a donde no quiero ir. Es una lucha constante por huir de sus recomendaciones musicales, que son siempre más de lo mismo.
En todo lo que tenga que ver con el ocio y el mercado, el algoritmo se comporta de forma odiosa. Al final lo consigue: consigue que me implique en luchas que no quiero librar, que aborrezca lo que no tenía ganas de escuchar y que vea lo que las grandes compañías tratan de convertir en tendencia. El algoritmo es muy inteligente, sí: sirve de manera apropiada a los intereses de quien lo puso en marcha.

En La linterna de Diógenes comentaban que una de las cosas que permite la tecnología es realizar funciones por nosotros... Pero que, en lugar de nosotros reemplazar esa actividad que ahora realiza la máquina, lo que hacemos es quedados sentados, haciendo scroll down, eligiendo la serie que vamos a ver, el restaurante donde vamos a comer, o la próxima ciudad que vamos a visitar... No hay reemplazo, ni integración de la máquina para desarrollar una nueva habilidad... solo desposesión. Dejamos de hacer algo que podía mejorar ciertas habilidades para dejarnos en un vacío existencial.
Yo lo percibo especialmente con los mapas: el google maps me ha convertido en un completo inútil. Yo antes podía orientarme, recordaba los nombres de los pueblos por los que pasaba... ahora me da pereza. Y, además, me pasa lo que con el algoritmo: ando luchando para que no me mande por sitios por los que no quiero ir.

Las máquinas nos imponen su agenda. Y pareciera que andan forzándonos continuamente para que nos adaptemos a sus formas de funcionar. Las formas de funcionar que técnicos y comerciales estiman más eficientes e intuitivas para que consumamos más y mejor.

En mi trabajo se van incorporando también estos "algoritmos" o "IAs", de forma más o menos explícita: en los IDEs, buscadores... Y parecen funcionar muy bien. Pero claro, cualquier cosa que te facilitan hace que puedas hacer otras muchas cosas, aquí sí que hay un reemplazo, integración de la herramienta, aumento de la eficacia, más producción... Antes había que escribir mucho código y ahora se escribe solo poniendo las etiquetitas del framework. Y se escriben muchos tests, y la gente anda a vueltas para que lo que se escribió hace tiempo funcione con lo nuevo, que es mucho mejor... la tecnología marca su ritmo, todos queremos trabajar con lo último, lo que automatiza todo, lo que hace todo más fácil y más rápido...
Ya nadie escribe código en editores de texto plano... Ya nadie escribe código. Todo es reaprovechable.

"¿Qué cantarán los trabajadores del campo cuando el campo sea una central energética?" ¿Cantaban antes los agricultores y ganaderos? Creo que nunca conocí a trabajadores que cantaran... Bueno... quizá en las películas, en los musicales... Quizá los albañiles cantaban. Desde luego ahora no me imagino a alguien trabajando y cantando... Justo en la era en que a todos nos apasiona nuestro trabajo. Pero es que si se trabaja y se canta... se es menos productivo! Quizá cuando en el trabajo se cantaba el trabajo era menos carga... Y no hacía falta lo del ocio...

¿Cuándo empezó la gente a bañarse? A desear bañarse. Construirse una piscina, viajar a la playa, sumergirse en el mar.
Creo que mis abuelos maternos, cuando ya eran mayores, empezaron a hacer turismo. Iban a "Los baños de Montemayor", que yo siempre imaginé como una suerte balneario y hospital.
Yo sí que iba con mis padres de vacaciones a la playa desde que era un niño. Pero estoy seguro de que ellos no fueron de vacaciones con mis abuelos.
A mi abuelo paterno le gustaba ir a La Celadilla -a unos 30 minutos en coche de Hontanaya-. Se metía en pelotas entre los juncos y se cubría de barros medicinales. Mientras los primos nos bañábamos...
Porque estábamos acostumbrados a bañarnos en cualquier sitio -en Herrera ya había pantano y nos plantábamos allí con las recámaras de las ruedas a modo de flotadores-.
No se concibe una vida plena sin los viajes, la playa, el ocio como oposición al trabajo... bañarse...

domingo, 14 de julio de 2024

El cercamiento, también de lo digital

En clase de inglés hablamos de las "time capsules". Como una especie de cajitas donde la gente pone recuerdos, fotos, objetos... que le gustaría ver en el futuro. Yo tengo por ahí una caja guardada con cartas, diarios y vete tú a saber cuantas cosas más -de mi adolescencia y primera juventud-. La vedad, no siento ganas de abrir esa mierda... o... bueno... quizá sí. El caso es que no suelo pensar en ello, sé que está ahí, por casa, pero no me interesa mucho. Es parte del pasado. y pasaron cosas buenas y también cosas malas.

En internet también tengo mi "time capsule", tengo currículums, páginas webs, perfiles de redes sociales... Y vete tú a saber cuantas cosas más. Está en internet porque quiero que se vea -no está bajo llave en una caja de casa-. El caso es que hay mucha gente temerosa de su huella en internet. Porque es un medio en el que hay que aprender a comportarse, y además siempre está el miedo de que se coja un trozo de algo, se saque de su contexto y se utilice con fines malignos... Quienes tenemos hijas que se aproximan al mundo digital, vivimos con ese miedo. Porque ves a los chavales con muy poca conciencia, muy malas intenciones y muy flipados con el mundo de los adultos.

La mejor forma de saber cuál es nuestra huella digital es poner en google nuestro nombre. Porque la huella digital es algo objetivo que hemos dejado por ahí al pasar -y los buscadores son máquinas que buscan datos objetivos, antiguos o nuevos-. Quizá encuentre nuestro lado más oscuro, nuestro historial delictivo -como en las pelis americanas-, o la cara que no queremos presentar a la empresa a la que hemos enviado el CV.
Uno nunca está del todo seguro en los espacios públicos... Por eso se privatiza todo... Esa extraña seguridad y garantía que nos da la propiedad privada, nuestro espacio, nuestro tesoro inviolable. Eso es también nuestra red social: donde podemos elegir el nivel de privacidad, quién nos ve y quién no. Todo mediado por las empresas y los gobiernos. La red social son los enclosures de internet.

 

Peasant Kermis, David Teniers, c. 1665 - Foto en Rijksmuseum

Me encontré en un podcast, a raíz de unos comentarios sobre "La España de las piscinas", la opinión de que todo en la serie "Médico de familia" era pura ideología -pura ideología de derechas-. La verdad, nunca la había visto así -para mí era una serie más que echaban en la tele-. Pero lo cierto es que representaba un montón de clichés y modos de vida que, en general, se pueden asociar a la derecha pija-progre de este país -Ciudadanos, UPyD y ciertos sectores del PSOE y el PP-.
Parecía una familia normal -porque tenían trabajos-, pero el estilo de vida que representaban no era normal. Se trataba de una ficción, una ficción que acabó convirtiéndose en el sueño húmedo de muchas familias de clase media: El chalet en las afueras, la asistenta, los coches...
El tío Phil de nuestro "Príncipe de Bel-Air" no era abogado -era médico- y nuestro Geoffry, una mujer con acento del sur. 

Pensaba que esa aspiración nada tenía que ver con las gentes que vivimos en los pueblos. En los pueblos tenemos nuestros propios y genuinos modelos de lo aspiracional. Aunque se podría decir que el modelo de éxito más común es la casa baja grande con piscina, o el chalet en el campo -también con su piscina-. -Vaya! Al final no es tan diferente del chalet de la familia Martín.
Pareciera que lo importante es ir ampliando la propiedad privada, ir cercando la vida social en tu propiedad, una propiedad donde tú elijes el nivel de privacidad: quién entra y quién sale... Todo garantizado por los gobiernos, las empresas de seguridad.

En el mismo podcast se comentaba que uno de los impulsores de este modelo de la casa grande en las afueras sostenía que, esta, era una buena manera de mantener a la gente ocupada: porque siempre estaban pensando en reformas y mejoras sobre su propiedad -Ikea y Leroy Merlin lo petan-, de tal manera que no les quedaba mucho tiempo para pensar, organizarse y convertirse en comunistas -era un estadounidense y el comunismo era el enemigo-.
Es curioso que este modelo haya ganado tanto éxito en Europa, donde estábamos tan acostumbrados a la plaza, los espacios y servicios públicos, las sillas al fresco, las fiestas, los mercadillos...
Pero poco a poco lo privado va ganando terreno a lo público. Al final, bañarse en la piscina -un tiempo y espacio para la socialización-, se ha transformado en un elemento de ostentación y en un sumidero de esfuerzo y dinero para mantener el agua clarita y el cesped brillante. Las vías de tren se van desmantelando en favor del coche. Las terrazas de bar ocupan cada vez más lugar en las plazas. La propiedad de titularidad pública se adueña de lo comunal...
El señor americano nos ha ganado la partida: nos ha encerrado en nuestra propiedad vacía y nos ha aislado -porque esa es la única manera de mantener la afamada privacidad-.
Y quizá nosotros no queríamos tanto eso... pero oye, también nos pasa cuando entramos a nuestra red social, que queremos ver cómo andan nuestros conocidos y acabamos aislados viendo vídeos chorras de kiss or slap, la máquina que tritura cosas, tractores que tiran de otros tractores, chicas exuberantes que se cambian de ropa, recortadores de toros... En fin: un enorme espacio lleno de vacío caro.

lunes, 20 de mayo de 2024

El concierto de Robe

Fuimos a Cáceres a ver el concierto de Robe. Ya lo he comentado otras veces: no soy muy fan de Robe -sí lo era de Extremoduro-. Pero ya ha llovido mucho, todos hemos cambiado, cualquier tiempo pasado fue anterior... 
Sí, el concierto estuvo muy bien. Seguramente ahora es técnicamente mejor que cuando empezó Extremoduro. Pero yo no soy músico -no me importa la técnica-, sólo me gusta escuchar, vibrar, resonar... acompasar las emociones con el sonido. Realmente hay muchas más cosas en la música que me interesan: referencias al pasado, vivencias asociadas, guiños culturales y sociales, el lenguaje... supongo que es más esto último lo que hace que Robe siga llenando estadios: es el pegamento que nos une a Extremoduro, pero no al grupo, sino aquella etapa vital.


A la mañana siguiente visitamos unas bodegas que hay cerca de Trujillo. No soy muy fan del vino, pero sí lo he bebido mucho -empezando en la adolescencia con el kalimotxo, la sangría, la zurra...-. Nunca me interesó mucho la técnica. Me gustaba vibrar, resonar, embriagarme... Me resulta agradable el olor de la uva y el mosto. Mi padre es de un pueblo de Cuenca y allí los ciclos del año están muy acompasados con los de la vid. En general, nuestra cultura europea, está muy ligada al vino.
Hará unos años que comencé a interesarme por los detalles técnicos de su elaboración. Un amigo tiene una viña, se puso a hacer vino y sus correlatos -vinagre y aguardiente- implicándonos a los colegas -se aprende, se experimenta y se pasan ratos divertidos-.
En esta bodega de Trujillo una enóloga nos acompañó por las instalaciones y nos fue comentando los diferentes trabajos y procesos. Un mundo apasionante, complejo y lleno de matices. Se la veía orgullosa del producto final que habían conseguido: seleccionando, fermentando, mezclando, madurando... Orgullosa de la alquimia: olores, colores, sabores... fruto de un trabajo orquestado que comenzó a definirse hace miles de años.

 

En la tarde estuvimos recorriendo el casco antiguo de Cáceres. Había muchísimo bullicio. Se celebraba una suerte de festival folclórico y, diferentes grupos de todas las partes de la provincia, habían tomado la ciudad. No soy muy fan de las jotas... pero conozco algunas. Forman parte de nuestro refranero, festividades y cultura popular.
Al caer la noche comenzó la actuación de "El gato con jotas". Un chaval joven que ha hecho su interpretación electrónica y queer del folclore cacereño. La plaza estaba abarrotada de gente de todas las edades y géneros. El público vibraba con la actuación. Allí todxs conocían las letras. Yo solo las más famosas: como aquella de Mare, mare, no mate usté el pollo, que las gallinitas quieren matrimoño... que Robe popularizara con su interpretación punk-rock, allá por los 90's.
Ha llovido mucho, los tiempos han cambiado. Pero fue muy emotivo porque al final del concierto el chaval sacó a su padre -que debía de tocar la zambomba en algún grupo de folclore- al escenario. Y a ambos se les veía muy orgullosos el uno del otro... orgullosos de ese producto final que habían logrado y que nosotros consumíamos con avidez. Un producto que en otra época habría horrorizado a la audiencia -cuando lo gay y lo lésbico eran reprobables y no tenían cabida en la vida pública-.

 

Al día siguiente fuimos al Museo Vostell de Malpartida. Creo que lo he comentado otras veces: es un lugar mágico; no solo el museo en sí, sino también el paraje donde está enclavado: Los Barruecos. Esta vez tuvimos la suerte de hacer una visita guiada. Y la guía era fantástica, absolutamente maravillada y conocedora de las obras del museo, el entorno y la cultura de la zona.
La llegada de Wolf Vostell a ese pueblo debió ser realmente impactante -porque las marcianadas del museo están muy lejos de cualquier folclore-. Pero también él debió quedar fascinado con la zona y sus gentes. La guía le atribuyó una frase que me pareció realmente maravillosa: "Los extremeños son más curiosos que miedosos...". Y era una frase que sintetizaba muy bien su experiencia con los habitantes de Malpartida. Pero también explicaba aquellas masas de gente de todas las edades que la noche anterior había visto agolparse con expectación en la Plaza de Santa María para golismear qué cantaba "El gato con jotas", entregados, alegres y con brillo en la mirada.

domingo, 10 de marzo de 2024

De cumpleaños, conciertos, anuncios y... cosas

Por mi cumpleaños fuimos a ver un concierto de Daniel Higiénico. Era una sala pequeña -un pub-. Hacía un montón de tiempo que no lo escuchaba. Y le empiezas a dar vueltas a lo del tiempo... Time goes by con Loli.

El tipo lleva muchísimos años en el mundo de la música. Pero nunca ha sido famoso. No ha sonado en grandes medios -creo que tampoco ha salido en la tele-. Pero se debe de ganar la vida porque... ahí sigue: dando conciertos en un circuito de salas por todo el Estado español. Y realmente el espectáculo está muy bien, muy pulido. Él lo llama "cancionólogo". Y el nombre le va muy bien: porque sus canciones son pequeños monólogos que va hilando con una conversación agradable y divertida. No necesitas conocer las letras, incluso mejor si es así.

Por curiosidad consultamos su edad... Porque ya vamos siendo grandes -y la edad nos preocupa-. En la sala había gente joven y, aunque no eran mayoría, también se reían. 64 tacos tenía ya -según Wikipedia-. Y, quizá, hasta esa edad, habrá estado escuchando lo de Córtate el pelo y prepárate una oposición. No sé... me pareció un héroe, un superviviente.

Me trajo recuerdos de Barcelona. Canta todo en castellano, pero el humor, los ritmos, las expresiones... Fue muy agradable, divertido y acogedor. Nada que ver con conciertos al uso, atestados de gente.

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Me sabe mal enlazar videos de youtube. Tiene una estrategia muy agresiva para la publicidad. Si yo fuera una empresa nunca pondría un anuncio ahí. Está claro que los utiliza para extorsionar a los usuarios y que paguemos la cuota premium. Necesariamente tiene que generar mala imagen de marca. 

Se me aparece como la decadencia absoluta del capitalismo. Empachados de comprar cosas, la publicidad se ha convertido en arma arrojadiza. Los beneficios no crecen y se recurre a la extorsión, el engaño, los impuestos y la usura para extraer las rentas de las clases más bajas y transferirlas a los multimillonarios del "Valle de la Silicona".

Me encanta "traducir" Silicon Valley de esa forma. Me imagino un montón de frikis pervertidos rodeados de chicas operadas. Como una versión grotesca de "El nacimiento de Venus", sin Boticcelli.

El 1 de marzo Venus García bajó de los cielos pidiendo amnistía

 

Supongo que en época de Boticcelli las cosas tenían importancia y se hacían para durar. Quizá aún no existía esa imperante necesidad de hacer crecer los beneficios. Quizá la ostentación estaba en los bellos cuadros y no en los números del banco. Seguramente la artesanía y la fabricación no estaban separadas. Quizá uno podía recrearse en los objetos, repararlos, heredarlos... Quizá lo de la publicidad como gancho -a ver si pican- era un absoluto absurdo.
Se me aparece que Daniel Higiénico está sumido un tanto en esa lógica de la época de Boticcelli. Que su publicidad es el boca a boca y que tiene ese toque de trovador y trabajo artesano.


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El otro día miraba la pata del jamón... -Debería darle la vuelta. Es lo que se hace cuando pasas los 40. Aunque... -Los 40 son los nuevos 30... Definitivamente: no quería darle la vuelta. Luego me encontré esta foto de la menor de mis hijas. Mostrándome el reloj: -Mira, te hago mayor.
Y esos retratos al fondo... de cuando eran pequeñas -más pequeñas-. El tiempo pasa y se nos va en putas mierdas... Yo solo quería coger la desbrozadora, echar gasolina, ponerme el casco, los auriculares... y segar la hierba. Pero había tantas cosas que hacer... -Prepararé un poco de puré.



jueves, 29 de febrero de 2024

Revolución

Era un tipo mediocre, el típico mal estudiante que conseguía salir adelante haciendo lo mínimo y aprovechándose del trabajo de los demás. Pero él siempre se refería a sí mismo como el mejor. Disfrutaba dando la brasa al personal con su expertise en todo... en todo lo que a él le interesaba. Hasta que un día, los astros se alinearon y lo colocaron en un cargo de poder. A su manera, siempre andaba medrando. Pero ahora sí lo había conseguido: ¡Era lo más!
Ya sólo tenía que vigilar y castigar. Había sido educado en ese sistema y, con su falta de liderazgo, aquella era la única estrategia que conseguía imaginar para mantenerse como miembro honorable de la República Democrática de la Banana.

En la República la consigna de El Capo era clara: -Tenemos que exponer nuestros éxitos por encima de todos y acallar cualquier crítica. Tenemos que ganar la batalla por el relato! Así que, la militancia, se pasaba los días escudriñando las redes sociales y, cuando detectaban algún movimiento que pudiera interpretarse como una crítica, unos cuantos mamporreros se encargaban de hacer las llamadas pertinentes: -Tenéis que portaros bien. Podemos poneros las cosas muy difíciles. La gente solo quiere morbo y nosotros sólo queremos lo mejor para todxs. Pablo Motos era un aficionado a su lado.

Así que, poco a poco, en la República Bananera la gente fue callando... Se fue quedando seria, como patatas. Sólo en las fotos y videos de El Capo y sus secuaces se veían sonrisas. Todo era apariencia. Como en El Show de Truman. Pero... ¿Qué cojones! Si hasta habían contratado una empresa de marketing digital para exhibir aquello como un lugar de fantasía y piruleta! Todo parecía estar bien en el mejor de los mundos posibles.

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Un día, el joven Truman, decidió tomar la iniciativa y arreglar el viejo semáforo. Estaba harto del caos en el cruce. Nadie sabía quién tenía prioridad y, ante la duda, se quedaban inmóviles -como patatas- esperando que la luz se pusiera en verde. Pero el verde nunca llegaba. Todo era de un rojo intenso, muy violento. Hasta que Truman actuó... De forma altruista y desinteresada, por el bien de su comunidad, porque le dolía aquella inmovilidad y seriedad. Y fue vitoreado, aclamado... -¡Bravo Truman! por fin podemos circular con seguridad! 

Entonces El Capo pensó que aquello no era bueno. Que las buenas acciones sólo debían venir de un sitio: desde arriba. -Comportamientos como este no se pueden tolerar: Vigilad, silenciad y castigad. O las patatas se rebelarán.

Truman se sintió decepcionado y cabreado a partes iguales. No entendía que fuese castigado por hacer cosas buenas. Acudió al Sindicato, pero el asociacionismo estaba secuestrado... Bueno, realmente estaba silenciado, o comprado, o ambas cosas... Vale, sí: secuestrado, estaba secuestrado. -No podemos ir contra El Capo, nos quitarían la subvención, la gente tiene miedo. No ves que están serios -como patatas-?

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El tipo mediocre -y ahora miembro honorable- se desenvolvía como pez en el agua en aquel ambiente. Reía y despotricaba a partes iguales. Era uña y carne con El Capo. Sus intereses estaban perfectamente alineados. Un halo de negrura se iba concentrando sobre La Fortaleza -el viejo cuartel militar que se alzaba sobre la sierra cercana-. Desde allí se podía controlar todo... Sí, para mantener el poder había que hacer cosas horribles y él estaba dispuesto a todo.

Las patatas se debatían entre el enfado y el acomodo. No querían tener que pasar por el brasas: era muy cansino. La militancia empleaba malas artes... Pero la apariencia y el aroma a rancio eran insostenibles. Truman quería llegar más lejos y, cada vez, aparecían más personas con buenas intenciones. Las patatas gritaban -¡Que le den la vuelta a la tortilla! ¡Revolución!

viernes, 23 de febrero de 2024

Resolución de problemas en el desarrollo de software: una mirada fenomenológica

Seguramente la fenomenología sea una de las corrientes filosóficas más importantes e influyentes del último siglo. Sus principales autores fueron un puñado de señoros blancos, centro europeos, más o menos acomodados, que desarrollaron sus carreras en diferentes cátedras universitarias: Husserl -al que puede considerarse el padre de dicha corriente-, Heidegger, Merleau-Ponty, Sartre, Gadamer...
Durante la Segunda Guerra Mundial, con el auge del nazismo, algunos de estos filósofos huyeron del viejo continente y la fenomenología extendió su influencia por las américas. Así que, a día de hoy, existe una amplia bibliografía y expertos que siguen estudiando esta corriente, no sólo en lengua alemana y francesa, sino también en inglés y castellano.

Y ¿Qué carajos tiene que ver la filosofía con la resolución de problemas -especialmente con los problemas tecnológicos-? Bueno... el de este post, no es sólo un título que busque generar expectación. Aquí trataré de exponer como, mantener una actitud fenemenológica, nos puede resultar útil a la hora de abordar ciertos problemas que surgen en el desarrollo de aplicaciones informáticas... O quizá no resulte útil pero, al menos, nos hará sentirnos parte de un ser más global al conectar nuestras miserias de desarrolladores con los grandes problemas de la humanidad: ¿Qué es el Ser? ¿Es posible el conocimiento? Quizá, así, nos ayude a llegar más lejos, nos de aire para sumergirnos más profundo y, finalmente, nos conduzca al éxito si lo abordamos como una cuestión trascendental y no un simple problema técnico.

Si pudiéramos definir la fenomenología en una sola frase diríamos con Husserl que hay que "ir a las cosas mismas". Y, las cosas mismas, en este nuestro caso, van a ser los problemas tecnológicos. Y, para ser más específicos: los problemas surgidos en el desarrollo de software.

Muchas veces creemos que debemos acumular un montón de conocimientos teóricos para afrontar los problemas que nos encontramos en nuestro trabajo diario. Padecemos un cierto síndrome de Diógenes del conocimiento. Un síndrome que vamos cultivando desde que nos incorporamos al sistema educativo: adquiriendo el conocimiento y luego demostrándolo en exámenes y pruebas varias. Pero no es algo exclusivo del sistema educativo. Se ve también en el mundo empresarial: en la compañía para la que trabajo, por ejemplo, la forma de promocionar consiste en defender ante un comité de "expertos" que manejas una buena retahíla de conocimientos teóricos en un área determinada. Y muchas entrevistas de trabajo acaban convirtiéndose en un enumerar tecnologías, saber situarlas en un cierto espectro de negocio -y que coincidan con la check list del entrevistador-. Incluso, en algunas empresas, se hacen exámenes -o pruebas técnicas- para seleccionar al mejor candidato, en base a ese saber teórico.
No es de extrañar que el sistema educativo y empresarial se parezcan tanto: el uno alimenta al otro de mano de obra y las compañías marcan la hoja de ruta de los centros de formación -en base a las necesidades de los mercados-. Y, sí, es necesaria una cierta base teórica, una serie de preconcepciones, generalidades, formas de hacer, vocabulario y conceptos comunes que nos orienten en el día a día de nuestro sector concreto -y en el continuo movimiento de las nuevas versiones, productos y tendencias que van apareciendo en el mundo IT-. Pero seamos realistas: en la era del internet y las IA, el saber enciclopédico ha perdido fuerza frente a otras habilidades como buscar, filtrar y contrastar información, modelar o aprender haciendo... Ya no es tan fácil salir airosos de tirarse el pegote -porque con el móvil cualquiera puede acceder a internet y contrastar la información-.

De hecho, aunque manejemos un buen abanico de conocimientos, en nuestro quehacer diario debemos lidiar con muchas incertidumbres y tecnologías que no conocemos, o conocemos de forma vaga, o hace años que no utilizamos. Es imposible conocerlo todo: en los proyectos trabaja mucha gente, cada proyecto tiene sus propias dependencias, funcionalidades, módulos y una forma diferente de combinarlos para resolver necesidades concretas. Así que, cuando estamos implementando mejoras, cambios o nuevas características, nos puede pasar que "-Esta mierda no funciona y no tengo ni idea de por qué". Nos cabreamos y empezamos a buscar culpables para averiguar quién ha montado eso de forma tan enrevesada, nos bloqueamos, no sabemos por donde avanzar... Descubrimos que los flamantes contenidos teóricos que expusimos de forma brillante en la entrevista no sirven de mucho para manejarnos en la nebulosa de incertidumbre en la que hemos aterrizado. Aquí es cuando la fenomenología puede venir en nuestra ayuda: -¡Vayamos al problema mismo! Vayamos afianzando certidumbres, pongamos en suspenso aquello que dábamos por supuesto -pero de lo que no tenemos evidencia-. Con suerte, lograremos llegar a un punto en que descubramos que estábamos equivocados y que el error estaba en nosotros, que habíamos implementado algo con una concepción errónea de cómo funcionaba tal o cual herramienta -de la equivocación y el error es fácil salir; es mucho más complejo salir de los estados de confusión-.

Al final, la fenomenología va de eso: de aportar certeza, fundamentar las ideas en la realidad y determinar si es posible acceder a esta última desde nuestra subjetividad. El conocimiento siempre es "conocimiento de", siempre va dirigido a algo -acerca de lo que queremos saber-. Queremos saber de nuestro proyecto para identificar el problema, resolverlo y seguir adelante con lo que estábamos haciendo. Y, obviamente, no lo conocemos todo, sólo la superficie a la vista desde donde nos estamos aproximando... Todo apunta a que tendremos que enfocar desde puntos diversos y profundizar en ciertos aspectos que antes para nosotros eran perfectamente abstraíbles -caja negra-. Cuando finalicemos este proceso tendremos una idea más precisa de lo que el proyecto y las tecnologías que utiliza son. También la fenomenología nos señala eso: cómo las ideas que manejamos de las cosas están en continua construcción y adaptación, cómo se van determinando a partir de las diferentes miradas y formas de aproximarnos a ellas.

Por suerte, hoy día, tenemos un montón de herramientas que nos ayudan a llegar al proyecto mismo: control de versiones, visualización y filtrado de logs, monitorización de métricas, documentación, código fuente, comentarios, release notes, distintos entornos -de prueba, carga...- que nos hacen la vida más sencilla y nos permiten conocer los proyectos, su comportamiento y evolución ¿Quién ha cambiado qué? ¿Por qué lo ha hecho? Pero, claro, hay que tirarse al barro, remangarse, ponerse a probar, observar, recabar información... En fin, adoptar una actitud fenomenológica.

Mucho ir a la cosa misma, enfangarse y todo eso... pero hasta ahora lo único que hemos hecho ha sido idealizar nuestro proyecto: tratando de formarnos una idea más precisa de cómo funciona y, en fin, de lo que el proyecto es. Empezamos siendo críticos con el conocimiento teórico y acabamos volviendo a él. Pero en el camino ha ocurrido que nuestro conocimiento ha cambiado: es más profundo y detallado. Y podríamos perdernos en esa espiral virtuosa de conocimiento, pero el tiempo apremia y, realmente, no miramos el proyecto porque queramos adquirir conocimiento y tener una idea clara del mismo -un poco también es eso, pero no es lo más importante-, lo miramos desde nuestra circunstancia como desarrolladores, con una cierta intencionalidad: resolver el problema que nos bloquea el avance en nuestras tareas.

Heidegger fue alumno de Husserl pero consideró que su maestro había tomado un cierto rumbo idealista, que se había preocupado demasiado por el conocimiento, las ideas de las cosas y la relación entre ambas. Consideraba que había abandonado su propósito inicial: "ir a las cosas mismas". Heidegger dio un giro a la trayectoria de su maestro y se centró en el ser y en la existencia del individuo arrojado al mundo de la vida, llamó a esto "Dasain": ser ahí, estar en el mundo. Y eso es lo que nos ocurre a nosotros ante un problema: que estamos ahí, con nuestras circunstancias y, seguramente, no tenemos tiempo, permisos, ni recursos suficientes para llegar a tener una idea completa y fidedigna del proyecto y el entorno. Tenemos que partir de nuestra aproximación parcial, desde nuestro lugar en el mundo, compañía, equipo de trabajo...

En esta línea, Heidegger distinguió dos tipos de ser: un "ser a la mano" en el que no nos preocupamos mucho por cómo es la cosa en sí -por ejemplo, cuando tenemos nuestro ordenador y nuestro IDE funcionando como un reloj suizo, no nos importa cómo está ensamblado, simplemente los utilizamos-. Pero, cuando algo se rompe, o nos da problemas, entonces empezamos a preocuparnos por su ser: cómo funciona, de qué está hecho... Esta nueva preocupación por el ser es lo que Heiddeger llamó el "ser a la vista".

Ocurrió en nuestro equipo que, mientras hacíamos una actualización de dependencias de un proyecto, empezó a fallar el despliegue. Y era algo que no tenía mucho sentido, porque pasaba todos los tests, se ejecutaba en local... Pero, cuando intentábamos levantarlo en el entorno de desarrollo, se quedaba tostado. Nos tuvo bloqueados varias semanas. Era un proyecto del que sabíamos muy poco, y no había expertos a los que poder recurrir: varios equipos habían trabajado en él, pero todos tenían su conocimiento parcial. Finalmente, resultó que el cliente de mensajería de colas -Kafka-, había introducido algún cambio y hacía fallar un proceso interno que verificaba si se había llegado a leer todos los mensajes de la cola antes de dar la aplicación como healthy. 

Así que, el problema, hizo que dejáramos de lado una serie de acciones que ya teníamos bastante sistematizadas para actualizar aplicaciones y nos puso el proyecto a la vista. Y, una vez visto, sentimos la necesidad de comprenderlo. Aunque no lo comprendimos del todo y no desentrañamos su ser. Porque somos personas pragmáticas, técnicas, ingeniosos ingenieros que cumplimos con los dead lines... así que asumimos nuestra circunstancia y conseguimos llegar, no a la mejor solución posible, sino a una solución de compromiso. 

Al final, estos proyectos de software son construcciones humanas y, muchas veces, nos sentimos tentados de tirarlas a la basura y rehacerlas de nuevo. Porque, además, construir cosas nuevas es mucho más gratificante que no enredarse en estos problemas y estar durante semanas sin ver avances. Pero, a menudo, ocurre que la nueva implementación resuelve viejos problemas y genera otros. Cuesta mucho dejar algo funcionando fino, fino. Por eso a las IA y algoritmos hay que entrenarlos y los mejores profesionales son los que han aprendido haciendo. Seguramente andamos escasos de actitud fenomenológica: de ese ir a las cosas mismas. Y, en el caso de las construcciones humanas no dedicamos tiempo suficiente a comprenderlas, reapropiárnoslas o mejorarlas... Las descartamos rápidamente con el ávido deseo de implementar nuestras propias atractivas y dinámicas soluciones que resulten más rápidas, precisas y eficientes para nuestros fines. Al menos es así en el mundo de la tecnología y, porqué no decirlo, también en el de la ciencia. Pareciera que son áreas estas de conocimiento que se sostienen sobre la pura actualidad, como si no tuvieran historia -o como si esta fuera absolutamente prescindible-. Se sostienen sobre la idea de un positivismo sin fisuras: sólo es verdad lo último y los antiguos estaban equivocados porque carecían de nuestros conocimientos y herramientas. 

Husserl y otros fenomenólogos fueron muy críticos con la racionalidad técnico-científica y su positivismo. Consideraban que habían evolucionado al servicio del sometimiento y la explotación -de la naturaleza y también de otros humanos-. Que en su loca carrera utilitarista, esta racionalidad, se ha olvidado de las circunstancias sociales que la hicieron posible y ha acabado reduciendo la realidad a su propia dimensión. Por ejemplo, si preguntamos ¿Qué es un altavoz? Nos vamos rápidamente a sus características técnicas o los conceptos científicos en que se basa su construcción. No decimos que es de donde sale la música, la voz de nuestros seres queridos, o lo molesto que resulta cuando está cascado... Y para cualquier cosa que intentemos definir siempre damos prioridad a su dimensión científica o técnica, aunque para nosotros sean las menos relevantes de todas.

Heidegger fue aún más duro en sus críticas con la racionalidad científico-técnica, considerando que la cultura occidental se había preocupado únicamente por las cosas y se había olvidado del ser. Sólo vemos cosas. Cómo estas nos pueden resultar útiles para someter y transformar. Hemos perdido la capacidad de maravillarnos al observar la realidad.

Quizá todas esas críticas se traslucen en la forma de afrontar los problemas que nos encontramos a la hora de desarrollar sobre productos ya hechos. Lejos de adoptar una actitud fenomenológica, o maravillarnos con las implementaciones de otros, abordamos los problemas con un cierto positivismo naif por el que creemos ser mejores solo por el hecho de estar por delante en la línea del tiempo.
Y, bueno, caminamos a hombros de gigantes -apoyándonos en lo que otros construyeron-. La fenomenología no cuestiona ese hecho, sólo nos dice que lo pongamos entre paréntesis, en suspenso; que revisemos y verifiquemos con la cosa misma -con nuestra experiencia de la cosa-. Es esa actitud, de conocimiento y maravillarse de lo ya existente, la que puede ayudarnos a solventar nuestros problemas tecnológicos y acercarnos a los que estuvieron ahí antes que nosotros. Comprendiéndolos, en lugar de desautorizarlos porque "Yo esto no lo entiendo, así que no debe tener sentido".


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No parece la fenomenología una corriente revolucionaria que pretenda dar la vuelta a la tortilla. Todo lo contrario, perece continuista de lo que hay, un profundizar en el Ser. Tampoco es revolucionario el mundo del desarrollo de aplicaciones -aunque en la época álgida del software libre fantaseáramos con su poder transformador-.
Estos filósofos vivieron tiempos convulsos en la Europa de entre guerras. A Heidegger, su existencialimo no le salvó de afiliarse al partido nazi. También los programadores nos embarcamos en empresas inmorales -aplicaciones adictivas, de control...- . Pero, otros autores, como Lévinas, confirieron una dimensión ética a la fenomenología. Resaltando su carácter intersubjetivo, la construcción social de las ideas y el reconocimiento del otro como otro yo. Y es, quizá, ese vernos reflejados en los otros, reconocer su trabajo y subjetividad, lo que nos permita salir de esta deriva tan antihumana -de guerras, consumo y desigualdad- en la que andamos embarcados.


viernes, 9 de febrero de 2024

Estampas de invierno

"Por San Blas la cigüeña verás y, si no la vieres, año de nieves". Y "año de nieves, año de bienes"... Y podríamos seguir ensartando refranes, uno detrás de otro -como hiciera Sancho Panza-, hasta darnos cuenta de ya no tienen sentido. No porque no vengan a colación, sino porque el mundo que habitamos ha cambiado. Y estas reglas mnemotécnicas, que sintetizaban estadísticas meteorológicas sedimentadas durante generaciones, ya no aciertan. Las cigüeñas se quedan entre nosotros pasando el invierno -que se ha convertido en un breve impasse entre el otoño y la primavera-; y, en las estaciones de esquí, tienen máquinas que escupen la nieve que ya no llega de forma natural.

Pero lxs danzantes de Garbayuela lo hacen muy bien: su entre chocar de palos sigue asemejando el castañeo del pico de la cigüeña y la alegre musiquilla nos lleva por los senderos llenos de vivos colores de la primavera.
 
Fiesta de San Blas. Garbayuela 2024.

 
Hoy me invitaron de nuevo a ir con lxs niñxs de 5º y 6º a plantar encinas a nuestra Dehesa... Van unos cuantos años ya, pero este había una sorpresa especial: una encina -de alguna campaña anterior- estaba viva! Y menuda fuerza tenía la tía!
Es dura la vida de encina en la Dehesa, sobre todo cuando son tan pequeñas y vulnerables. Esta conservaba su protector. De forma milagrosa había sobrevivido al último incendio -y a dos veranos de calor extremo-. Ahí, sola, aferrándose al terreno, extendiendo sus raíces, sujetando el suelo, sin posibilidad de huir.
Hay vidas que valen mucho, como esta. Y no es por su precio o su utilidad. Es por la esperanza y el abanico de posibilidades que proyectan: una vida joven entre encinas viejas y troncos secos, el renuevo generacional, la continuidad de un paisaje construido con el trabajo de muchas generaciones, el llenarse de una Dehesa vaciada... Pero no un llenarse de cualquier cosa, sino un llenarse de lo suyo, de lo que le da su identidad.
Así que, hoy, la vida en la Dehesa no era dura. Era pura alegría: niñxs correteando por aquí y allá -azada en mano-, la hierba verde, las flores, el agua... Hoy, quizá, cobraba sentido sufrir y padecer los rigores del verano, sólo por poder asistir a ese espectáculo de luces, olores y color -esperanza-.
 
Plantabosques cole. 8 de febrero 2024
 
La verdad que en otoño hubiese sido mejor época. Pero al final estas cosas cuesta organizarlas, hay que hablar con mucha gente: ayuntamiento, cole, asociaciones, viveros... Afortunadamente las personas que han pasado, y quien está ahora al cargo de una cosa llamada "Ciudades saludables" -un puesto de carácter temporal en el ayuntamiento-, se implican mucho en esta actividad y acaba saliendo adelante. Pero es algo que parte prácticamente de la iniciativa personal de quien se encuentra en esa plaza. Yo algún año me encargué de coordinarlo y es bastante follón para alguien que no está vinculado al ayuntamiento. 
Yo siempre que puedo colaboro. Me parece que la Dehesa es una construcción humana que además de bonita y llena de vida es muy útil -en un montón de planos, no sólo el económico- y acercarla a los niños y presentarles los problemas que la amenazan siempre está bien, además lo disfrutan un montón. Y bueno, la idea es que la conozcan, porque una vez que conoces la Dehesa es imposible no amarla por su belleza y complejidad. Quizá consigamos que las próximas generaciones la tratan mejor de lo que lo han hecho las nuestras.

martes, 23 de enero de 2024

Los telecos y el intrusismo laboral

El otro día estaba tomando algo con los compis de trabajo y soltaron la frase: -Es que los telecos son así... Y ese así quería decir un montón de cosas: que tienen aspiraciones muy altas, que se creen por encima de otros ingenieros -informáticos, industriales...-, que merecen cobrar más, o dedicarse sólo a tareas de gestión, a dar charlas... Y, claro, tuve que decirlo: -Oye, chicos, que yo "soy" teleco.

El caso es que sigo a vueltas con la fenomenología -ahora con Heidegger-. Heidegger se pregunta mucho por el ser. Y decir que "soy" teleco, así, sin más, me rechinó bastante y sentí la imperiosa necesidad de reflexionar sobre mi ser y desvelar si realmente yo era eso que llevaba tanto tiempo atribuyéndome. Es cierto: saqué la carrera con mucho esfuerzo, sudor, lágrimas -y alguna alegría-, por ahí tengo un papel que lo acredita. Supongo que, desde una mirada institucional y burocrática, soy eso: ese papel, un ente del tipo teleco.

Y, por haber superado la formidable hazaña de conseguir el título, pertenezco a esa clase de engreídos cuya aspiración debería ser trabajar en la NASA o similar. Pero una cosa son las categorías y conceptos con los que ordenamos nuestro estrecho mundo y otra el Ser, o la verdad de ese título: ¿Nos revela alguna realidad lo que hay apuntado en ese papel?

La cosa es que lo de ser teleco lo asocio a algo bastante pragmático -el mero ser poseedor de un título es algo muy burocrático, muy teórico, muy del mundo de lo inmaterial, de las ideas... un papel que certifica que tienes los conocimientos sobre algo-. Realmente no es así, realmente implica una práctica y una ejercitación que ha sido reconocida y validada por comités de expertos -los profes, los auténticos telecos-. Pero podría tener el título que me curré hace 1000 años y estar cuidando un rebaño de 1000 ovejas, o especulando con la vivienda en mi propia inmobiliaria, o escribiendo artículos sobre tecnología en un periódico... Incluso podría tener por ahí otro título, de yo qué sé: Filosofía! Entonces sería teleco? El burro es de donde nace o de donde pace?

Imaginamos que ser cualquier cosa debe implicar un ejercer y practicar. Así, el teleco tendría no sólo que haber sido sino "estar" ahí, en lo suyo, en el mundo de las telecomunicaciones: diseñando, implementando, comprando, arreglando... En lo que quiera que sea "el mundo de las telecomunicaciones". Que, si lo asociamos con los contenidos teóricos que se imparten en la carrera, viene a ser un área de conocimiento bien amplia. Abarcando gran parte de la matemática, lógica, estadística, física y cualquier área tecnológica con base electrónica, todo ello aderezado con la gestión de proyectos, personas, finanzas y cualquier adventicia demanda de los mercados y/o empresas tecnológicas. Vamos, que el mundo de las telecomunicaciones es tan vasto, que cualquier empleo tecnológico o de formación dentro de la empresa privada o pública nos valdría. Abarca un área tan grande que se disuelve en la nada. Y es lo que de facto ocurre con los telecos: que no tienen un área definida de trabajo y se mueven continuamente en el intrusismo. Yo, sin ir más lejos, siempre me he ganado la vida en el área de la informática. Y supongo que eso es también lo que motiva la frase de "es que los telecos sois así...". Esa idea de que estamos devaluando las profesiones en las que nos insertamos. Pareciera que cualquiera, sin una formación específica, puede ejercerlas. Somos como los inmigrantes: venimos a quedarnos con los trabajos de los que son de aquí y deberíamos largarnos a "lo nuestro".

Así que, igual sí que "soy" teleco: tengo mi título y desenvuelvo mi trabajo en un área que no se ciñe a los contenidos teóricos o prácticos de la carrera. Pasó con muchas otras titulaciones: los licenciados acabamos por ahí currando de cualquier cosa, algunos porque les atraían más otras áreas y otros porque no quedó más remedio -nos movemos en esa clase social en necesitamos ingresos para sostener la vida-. En mi caso, cuando empecé la carrera no es que tuviera una vocación brutal por las telecomunicaciones. Sí, siempre me gustó la tecnología, pero empecé sólo porque era bueno estudiando, me daba la nota y tenía salidas laborales. Y cuando me puse puse a trabajar en el sector de la informática fue porque mis inquietudes me habían acercado ahí, pero sobre todo porque la mayoría de ofertas de trabajo se movían en ese ámbito.

Un compañero de universidad comentó que: -Si hubiera invertido todo ese tiempo en estudiar economía y finanzas, seguramente tendría ahora mucho más dinero. Pero lo cierto es que, cuando nos esforzábamos hasta la casi extenuación en aprobar los exámenes de antenas, microondas, fotónica o electrónica, ya se veía venir la tragedia... -Oye, que lo mismo no vienen las empresas a rifársenos por nuestros maravillosos y bizarros conocimientos. -Que aquí hay mucha peña y tampoco hay tanto trabajo
Ya en los últimos años se hablaba de que -Bueno, lo importante no son tanto los conocimientos adquiridos como las actitudes y aptitudes. -Vuestra formación como ingenieros os permitirá adaptaros a las volátiles demandas de los mercados de trabajo. Vamos, que podíamos utilizar nuestro juego de cintura y nuestro lomo curtido a palos para ir medrando hasta las posiciones más altas... Vamos, que nos habían entrenado para ser intrusos, oportunistas. Y creo que fue un poco decepcionante para todos -seguramente para todos los universitarios de esa generación-, porque la imagen que manejábamos de un ingeniero o licenciado era la de alguien muy importante al que todo el mundo le allanaba el terreno para que realizara sus precisas y sofisticadas intervenciones en las grandes estructuras de los estados o las compañías internacionales. Una imagen del hombre ingeniero de la revolución industrial: adinerado, de familia bien, que había trabajado duro -y lo seguía haciendo- para estar en su posición actual. Una imagen que también se cultivaba desde los ámbitos académicos de la universidad -los profes se daban mucha importancia-. Una fantasía que se desmoronó con la burbuja de las ".com" y que nos tocó asimilar al insertarnos en el mercado laboral durante los primeros 2000. Y, realmente, el trabajo duro nunca nos faltó, ni la competencia feroz, ni la continua formación, las largas jornadas, el móvil y ordenador. Hordas de titulados para construir un mundo peor al servicio del capital y el control estatal.


De todas formas, si me preguntan qué soy -en lo laboral que es la única dimensión en la que a alguien se le pregunta por el ser-, yo nunca respondo que soy teleco. Siempre digo que soy programador informático o algo similar. Pero lo cierto es que programo poco... y ando por ahí tratando de descifrar lo que otros han hecho, para copiar, modificar o intervenir en el lugar adecuado, configurando servidores, haciendo pruebas, planificando, desmarañando información... Cada día me cuesta más decir qué soy. Y me gusta esa idea Heideggeriana del Dasein -el ser ahí, el estar- y la idea Bergsoniana del tiempo como bola de nieve... Soy eso que está ahí, que ha sido traído a un mundo fuertemente codificado, adaptándose a las circunstancias y acumulando experiencias. Porque, eso sí: en mi formación para la vida y como teleco, siempre fui educado en el trabajo constante. Supongo que encontré cierto placer en extraer conocimiento de la experiencia... en transformar ese trabajo duro en un trabajar también para mí, para los míos, para mi mundo imaginado. Y en ese mundo fantaseado se necesita saber de antenas, microondas, fenomenología, motosierras, ovejas, blogs, fotografía, cocina y un montón de mierdas que nada tienen que ver con la rentabilidad. Y creo que eso sí que es parte importante de mi ser -quizá también de todos los que consiguieron su título de teleco-: ese continuo movimiento y abrir líneas de fuga más allá de la estrecha racionalidad técnica y laboral, más allá de las dinámicas económicas, empresariales, la superación personal, o la rentabilización del tiempo.

Quizá esa sobreformación que recibimos para incorporarnos a un mercado laboral que ya demandaba otras cosas nos hizo tomar consciencia prematuramente de lo que ya se venía advirtiendo en teorías marxistas: que el trabajo no lo es todo, que tenemos ciertas curiosidades que necesitan ser satisfechas y que muchas de esas satisfacciones requieren trabajo, un trabajo diferente al alienado -al de por cuenta ajena-. Que nuestro ser va mucho más lejos de lo que pone en el CV.

Lejos de ser una simple actividad económica, el trabajo es la "actividad existencial" del hombre, su "actividad libre, consciente" -de ninguna manera sólo un medio para mantener su vida (Lebensmittel), sino para desarrollar su "naturaleza universal". - H. Marcuse. Marx y el trabajo alienado. Buenos Aires, Carlos Pérez editor, 1969, p.10.