A veces me preguntan que qué hago yo con el ordenador, en mi tiempo de ocio, se entiende. Y me resulta difícil dar una respuesta convincente, concreta... Instalo distribuciones de linux, les cambio la apariencia, las dejo a mi gusto, instalo programas que me simpatizan, que me entretienen: editores HTML, herramientas wifi, máquinas virtuales, decoradores de ventanas, intrusión, defensa, P2P … Intento prescindir de Windows y de todos los programas privativos en la medida de lo posible. Paso mucho tiempo leyendo tutoriales, buscando en foros... en fin, utilizo la tecnología para aprender más de tecnología, en un círculo vicioso que no conduce a ningún lugar. También me gusta hurgar en el hardware, renovar, reciclar, adaptar a mis necesidades cambiantes o simplemente probar. Y así se pasan las horas delante de estas máquinas Todo por escapar un poquito de lo convencional, intentando ser algo más libre dentro de “la nube”, del mundo comercial.
Por un lado está la faceta lúdica, el entretenimiento, por el otro la faceta punk- hacker-libertaria, del “háztelo tú mismo”, de la lucha contra las soluciones de pago, más fáciles de usar y más llamativas, en la mayoría de los casos. Pero más fáciles, por cuanto que limitan tu libertad, ofreciéndote única y exclusivamente lo que quieres en un determinado momento, enmascarando la complejidad y en ocasiones ofreciendo funcionalidades, que o bien no necesitas, por ser muy específicas de un sector concreto, o bien están ocultas, camufladas con fines obscuros y que de conocer no aprobarías... en fin, estratagemas de mercado. Como también lo son las incompatibilidades con el resto de fabricantes. Porque la competencia además de aumentar la eficiencia de los recursos económicos, tiene también ese lado macabro de que “en el amor y en la guerra todo vale” y aunque lo enmascaran con nombres tales como “segmentación del mercado”, “soluciones a medida”, “customización” … su sueño es el monopolio, las empresas luchan porque su solución se convierta en la solución de masas, “estándar de facto”, y una de las estrategias es colar un producto que sólo sea compatible con otros de la misma compañía. Una vez más el beneficio económico no tiene por qué coincidir con el bien social.
Es realmente difícil saber todo lo que puede y no pueden hacer los cacharros de alta tecnología que nos rodean, qué funcionalidades están capadas, o simplemente ocultas, o cuáles son realmente nuevas e interesantes cuando nos apremian a actualizarnos. La mayoría de las veces es estética. Y al igual que se puede hablar de una estética punk-hacker-libertaria, está la estética del “estar a la la última”, la del “fiel a la marca”, la del “tecnófilo informado”...
Ahora se invierte mucho en tecnología y está todo lleno de proyectos que quizá nunca salieron ni saldrán de los laboratorios. Lo que un año era el nova más y valía una morterada de dinero, pasados un par de años puede que lo regalen con la caja de cereales. Sacos rotos... El marketing no tiene piedad, sólo comprar, usar, tirar, comprar. En el fondo todo es estética, seguramente no necesitamos la mayoría de las funcionalidades de nuestros aparatos electrónicos, al menos no a nivel de masa. Y no sólo la electrónica, también los alimentos, las ropas, los útiles de cocina, de labranza.. todo se rodea del aura de la tecnología. Todo cacharro es susceptible de sufrir increíbles mejoras que no se conocían hace tan sólo unos años.
Este derroche del que supuestamente nos beneficiamos ¿a quién perjudica? No quiero decir con esto que todo beneficio tenga que implicar necesariamente un perjuicio, pero en este y otros muchos casos ocurre así.
Los principales perjudicados son los países del tercer mundo, de dónde se extraen la mayoría de las materias primas, y estoy pensando principalmente en minerales (coltán, uranio, oro, plata, diamantes, petróleo...), que es de lo que más documentales he visto últimamente. El problema no son sólo las penosas condiciones laborales, sino que además se suman las guerras y conflictos. Ya que los intereses son muy disputados por empresas y gobiernos extranjeros y gobiernos autóctonos débiles y corruptos. Todo ello regado por unas sociedades de extrema desigualdad dónde la mayoría de la población vive en la miseria.
Luego están los países del segundo mundo (sudamérica, india, china …), países dónde empieza a prosperar la industria. Donde se externaliza la transformación de las materias primas, y otras tareas que no resulta rentable realizar en los países de consumo, porque los “costes de producción” son mayores. Aquí es más difícil ver el perjuicio, porque en estos países se crean puestos de trabajo y se inyecta dinero en sus economías. Pero el capitalismo no entiende de bien social, y no le importa si las condiciones laborales son o no dignas, si las leyes de protección del medio ambiente y de urbanización de estos países son demasiado laxas... Es decir, no le importan los costes sociales ni medioambientales.
En la cúspide de la pirámide alimenticia estamos los países del primer mundo, la sociedad de la información, la sociedad del consumo. Aquí se vive mejor, pero resulta difícil atribuir ese bienestar a los avances tecnológicos, a la gran cantidad de aparatos electrónicos que nos rodean y que nos ofrecen renovar cada día. Sigue existiendo la desigualdad y por supuesto la miseria, sigue habiendo población marginal, robos, drogas, suburvios … Las nuevas plagas, extrés, cáncer, depresión, paro … Existe una alta segregación de la población, el estatus económico determina el lugar de residencia, de forma que lo marginal queda oculto para el resto de la sociedad. Además hay que trabajar más y ser más competitivos que nunca, hay que progresar, hay que crecer, porque en caso contrario acabarás siendo un país del segundo mundo, o del tercero, o quién sabe qué. ¿Quién impone estos ideales de crecimiento, enriquecimiento y competitividad? ¿Acaso nadie quiere ser feliz? Está claro que estos ideales benefician a la clase dirigente, ya sea política o empresarial, que son los que realmente compiten en el mercado. El resto de la sociedad no son más que consumidores, herramientas de trabajo, recursos … a los que hay que apremiar para que consuman más y sean más eficientes en el trabajo.
Finalmente todo los desechos de nuestra vorágine consumista acaban en la basura, con suerte reciclados. O puede que vuelvan a países del tercer mundo como “donaciones”, es decir como basura, porque lo que aquí no funciona, o se ha quedado obsoleto, no va a ser arreglado allí, donde no existen los medios ni la tecnología. Por lo visto resulta más barato exportar la chatarra electrónica a un lejano vertedero que reciclarla.
Es muy difícil substraerse a esta cadena trófica y es muy fácil decir que ya nos viene dado y que no podemos hacer nada excepto seguir adelante. Pero lo cierto es que todo cambia, y que la actitud de cada uno cuenta. A mí me gusta pensar que utilizando software libre me desvío un poquito de este círculo, lo muevo un poquito hacia la órbita que me gusta, como se desplazaría el mundo si toda la población china saltara a la vez. Quizá no puedes tener lo último de lo último, quizá tardes varios días en configurar la impresora, o quizá no puedas jugar a ese juego que tanto te gusta (o será que no te gusta tanto). Pero si eres un usuario medio no tendrás ningún problema y te darás cuenta de que no tiene que ser necesariamente el mercado quien haga avanzar la tecnología.